El taxista que había llevado a Clint al aeropuerto de LaGuardia estaba en la comisaría de Danbury.
—El tipo que he ido a recoger al club de campo llevaba una bolsa muy pequeña —le dijo a los agentes del FBI y al jefe de policía—. Me ha pagado con tarjeta de crédito, y me ha dado una miseria de propina. Si tenía dinero, yo desde luego no lo he visto.
—Seguro que Angie se marchó en la furgoneta con el dinero del rescate —comentó Carlson a Realto—. Clint debía de tener pensado reunirse con ella.
Realto asintió.
—¿No le ha dado ninguna indicación de adónde se dirigía? —insistió Carlson, que ya había hecho antes aquella pregunta al conductor pero que confiaba aun así en que con su respuesta pudiera arrojar luz sobre algún dato útil.
—Solo me ha dicho que lo dejara en la entrada de Continental Airlines. Nada más.
—¿Ha visto si hablaba por el móvil?
—No. Y no me ha dirigido la palabra salvo para decirme adonde íbamos.
—Muy bien. Gracias. —Presa de la frustración, Carlson miró la hora en el reloj. Tras la inesperada visita de Lila Jackson, Clint sabía que era solo cuestión de tiempo que fuéramos a por él, pensó. ¿Tendría pensado reunirse con Angie en LaGuardia? ¿O cogería otro taxi, para ir quizá a Kennedy y coger un vuelo al extranjero? ¿Y qué hay de Kathy?
Carlson sabía que Ron Alien, el agente encargado de las operaciones del FBI en LaGuardia y JFK, dirigía la investigación en ambos aeropuertos. Si Clint constaba como pasajero de cualquier avión que hubiera salido de uno de ellos en las últimas horas, Alien no tardaría en averiguarlo.
Al cabo de quince minutos Carlson recibió la llamada de Alien.
—Downes ha cogido el puente aéreo de las seis de la tarde a Boston —le informó resuelto—. He dado orden de que lo busquen en Logan.