El Flautista estaba escuchando la radio arrellanado en el asiento del coche. Las últimas noticias, que no dejaban de repetir cada pocos minutos, se centraban en el hecho de que Kathy podría estar viva. Se buscaba a dos sospechosos: un ex presidiario conocido con el nombre falso de Clint Downes y su novia, Angie Ames. Se creía que ella viajaba con una furgoneta Chevy de color marrón oscuro, de doce años y con matrícula de Connecticut.
Una vez superado el momento inicial de pánico, el Flautista sopesó las opciones que tenía. Podía volver al aeropuerto y regresar en el avión que lo había llevado hasta allí, lo cual era lo más inteligente que podía hacer. Pero siempre quedaba la posibilidad, por pequeña que fuera, de que Lucas hubiera revelado su identidad a Clint Downes. Si los federales detienen a Clint me entregará a cambio de una reducción de la condena, pensó. No puedo correr ese riesgo.
En el aparcamiento del motel comenzó a verse un movimiento de coches que iban y venían. Con un poco de suerte veré a Clint antes de que llegue a la habitación de Angie, pensó. Tengo que hablar con él antes.
Una hora más tarde su paciencia se vio recompensada. Un sedán accedió al aparcamiento y, después de rodear una fila de vehículos, aparcó en una plaza vacía situada cerca de la furgoneta de Angie. Del automóvil salió un individuo corpulento. En cuestión de un instante el Flautista estaba fuera de su coche y apostado junto a Clint. Este se volvió hacia él con la mano en el bolsillo de la americana.
—No te molestes en sacar una pistola —le dijo el Flautista—. Estoy aquí para ayudarte. Tu plan no funcionará. No podéis iros de aquí en esa furgoneta.
El Flautista vio cómo la cara de sobresalto de Clint adoptaba de repente una expresión de astuta comprensión.
—Tú eres el Flautista.
—Sí.
—Después de correr tantos riesgos, ya era hora de que te conociera. ¿Quién eres?
El Flautista se dio cuenta de que Clint no tenía la menor idea de su identidad, pero ya era demasiado tarde. Tengo que tirar adelante con el plan, se dijo.
—Ella está ahí dentro —dijo, señalando la habitación de Angie—. Dile que he venido hasta aquí para ayudaros a escapar. ¿En qué coche has venido?
—En uno que me he agenciado. Los dueños están en el cine, así que no se darán cuenta hasta dentro de un par de horas.
—Entonces mete a Angie y a la cría en el coche y largaos de aquí. Haz todo lo que creas necesario para sacarlas de aquí. Yo os seguiré y luego os llevaré en mi avión hasta Canadá.
Clint asintió.
—Ha sido ella quien lo ha echado todo a perder.
—Aún no hay nada perdido —lo tranquilizó el Flautista—. Pero tenéis que largaros de aquí antes de que sea demasiado tarde.