Capítulo 9

Un Lucas cada vez más nervioso se había pasado por la casa del guarda tanto el sábado como el domingo por la noche. Lo último que quería era andar cerca de las gemelas, así que planeó su llegada para las nueve, cuando según sus cálculos las encontraría ya dormidas.

El sábado por la noche trató de tranquilizarse con las palabras de Clint, que alardeó de lo bien que trataba Angie a las niñas.

—Les ha dado de comer de maravilla, ha estado jugando con ellas un buen rato y las ha tenido durmiendo toda la tarde. Las adora. Siempre ha querido tener hijos. Pero la verdad es que esas niñas dan un poco de miedo. Es como si fueran dos partes de la misma persona.

—¿Las has grabado? —le preguntó Lucas con brusquedad.

—Sí, claro. Las hemos grabado a las dos diciendo: «Mami, te quiero. Papi, te quiero». Han quedado genial. Luego una de ellas ha empezado a gritar «Queremos ir a casa» y Angie se ha cabreado con ella. Le ha levantado la mano como para darle un sopapo, y entonces se han puesto las dos a llorar. Lo tenemos todo grabado.

Es la primera cosa que has hecho a derechas, pensó Lucas mientras se guardaba la cinta en el bolsillo. Como había acordado con el jefe, se dirigió al pub de Clancy, situado en la carretera 7, adonde llegó a las diez y media. Según las órdenes recibidas, dejó la limusina en el aparcamiento atestado de coches, sin cerrar la puerta con llave y con la cinta encima del asiento, y entró en el pub para tomarse una cerveza. Cuando regresó a la limusina la cinta había desaparecido.

Eso fue el sábado por la noche. Para cuando llegó el domingo por la noche no había duda de que Angie estaba perdiendo la paciencia por momentos.

—La maldita secadora se ha escacharrado, y está claro que no podemos llamar a nadie para que venga a arreglarla. Porque Harry no sabrá arreglarla, ¿verdad que no? —Mientras las palabras salían escupidas de su boca, Angie iba sacando de la lavadora dos conjuntos idénticos compuestos de camiseta de manga larga y peto para tenderlos después en los ganchos—. Dijiste que serían un par de días. ¿Cuánto tiempo va a durar esto? Ya han pasado tres días.

—El Flautista nos dirá cuándo y dónde tenemos que dejar a las niñas —le recordó Lucas, mordiéndose la lengua para no mandarla al diablo.

—¿Cómo sabemos que no le entrará miedo y desaparecerá, dejándonos a nosotros con ellas?

Lucas no pensaba revelar a Angie y Clint el plan del Flautista, pero en aquel momento lo creyó necesario para aplacar a Angie.

—Lo sabemos porque mañana, entre las ocho y las nueve de la mañana, llamará al programa Today para exigir un rescate por las niñas.

Aquella explicación la acalló. La verdad es que el jefe merece un aplauso, pensó Lucas a la mañana siguiente al ver el programa y presenciar la espectacular reacción que provocó la llamada del Flautista. El mundo entero estará dispuesto a enviar dinero para la liberación de las niñas.

Pero somos nosotros los que asumimos todo el riesgo, pensó horas más tarde, tras escuchar a los comentaristas de las emisoras de radio perorar acerca del secuestro. Fuimos nosotros quienes raptamos a las crías, quienes las escondimos, quienes recogeremos el dinero cuando reúnan la cantidad exigida. Yo sé quién es el jefe, pero no hay nada que lo relacione conmigo. Si nos pillan, él podría decir que estoy chiflado si yo revelara que es él quien está detrás de todo.

Lucas no tenía ningún servicio programado hasta la mañana siguiente, martes, y a las dos de la tarde vio que no podía quedarse en casa ni un minuto más, torturándose con aquellos pensamientos mientras esperaba sentado. El Flautista le había dicho que no se perdiera el telediario de la noche de CBS, pues tenía previsto emitir un nuevo comunicado.

Lucas calculó que tendría tiempo de ir a dar una vuelta en avioneta, así que se acercó en coche al aeropuerto de Danbury, donde era socio de un club de vuelo. Una vez allí alquiló una avioneta de hélice monomotor y se dispuso a dar un paseo aéreo. Su recorrido preferido consistía en sobrevolar la costa de Connecticut hasta Rhode Island y luego volar un rato sobre las aguas del Atlántico. Verse a seiscientos metros de altura le daba una sensación de control absoluto, algo que necesitaba sentir en aquel momento por encima de todo.

Las condiciones meteorológicas eran propicias para el vuelo: hacía un día frío, no soplaba más que una ligera brisa y tan solo se veían unas cuantas nubes al oeste. Sin embargo, mientras trataba de relajarse en la cabina de mando y disfrutar de la libertad de verse volando, Lucas no podía quitarse de la cabeza la persistente preocupación que lo atormentaba.

Tenía la certeza de que se le había escapado algo, pero el problema era averiguar qué habría sido. Lo de llevarse a las niñas había sido pan comido. La canguro solo recordaba que quien fuera que se le había acercado por detrás olía a sudor.

En eso la chica tenía razón, pensó Lucas con una breve sonrisa mientras sobrevolaba Newport. Seguro que Angie metía las camisas de Clint directamente en la lavadora cada vez que él se quitaba una.

La lavadora.

¡Eso era! La ropa que Angie estaba lavando. Dos conjuntos idénticos compuestos de camiseta y peto. ¿Dónde los habría comprado? Las niñas iban en pijama cuando se las llevaron de su casa. ¿No se le habría ocurrido a la muy lerda ir a comprar dos conjuntos idénticos para unas gemelas de tres años?

Seguro que sí. No le cabía la menor duda. Y más pronto que tarde alguna vendedora empezaría a atar cabos.

Presa de la ira, Lucas tiró hacia atrás sin querer de la palanca de mando, provocando que el morro de la avioneta se elevara hasta quedar casi perpendicular a la tierra.

La errada maniobra solo sirvió para acrecentar aún más el enfado de Lucas, que al ver lo que había hecho se apresuró a tratar de nivelar el aparato. Sin embargo, no logró reaccionar con la prontitud necesaria y la avioneta entró en pérdida. El corazón se le aceleró; empujó hacia delante la palanca de mando para bajar el morro, recuperó la velocidad de vuelo y evitó la pérdida de sustentación. Seguro que lo siguiente que se le ocurrirá a la tonta de Angie será llevar a las crías a comer una hamburguesa a un McDonald's, pensó Lucas fuera de sí.