—Sylvia, ¿por qué está tan callada Kelly? —quiso saber Margaret, con miedo en su voz.
Kelly estaba sentada en el regazo de Steve, con los ojos cerrados.
—Es su forma de reaccionar ante toda esta situación —le explicó Sylvia Harris, tratando de parecer convincente—. Además, está experimentando una reacción alérgica a algo. —La doctora se acercó a la pequeña y le subió la manga del polo. Sylvia se mordió el labio ante lo que vio. La magulladura estaba amoratándose, pero no era eso lo que la doctora quería que viera, sino el sarpullido de granitos rojos que le había salido a Kelly en el brazo.
Margaret miró el sarpullido y luego a la doctora Harris y a Steve, alternando la mirada entre el uno y el otro.
—Kelly no tiene alergia a nada —dijo—. Es una de las pocas cosas que la diferencian de Kathy. ¿Es posible que Kathy esté teniendo una reacción alérgica a algo?
El tono apremiante de su voz exigía una respuesta.
—Marg, Sylvia y yo hemos hablado sobre ello —contestó Steve—. Empezamos a creer que es posible que Kathy esté teniendo una reacción alérgica a algo que le han dado, a un medicamento quizá.
—¿No será penicilina? Sylvia, ¿recuerdas la reacción tan fuerte que tuvo Kathy incluso a las gotas de penicilina de la prueba de la alergia? Le salió un sarpullido de granitos rojos y se le hinchó el brazo. Me dijiste que si le hubieras puesto una inyección podrías haberla matado.
—Margaret, no sabemos a qué puede deberse. —Sylvia Harris trató de no dejar traslucir su propio temor y angustia—. Incluso la ingestión de más aspirinas de la cuenta puede provocar una reacción.
Margaret estaba al límite de sus fuerzas… o quizá ya lo hubiera rebasado, pensó la doctora. Y ahora otra preocupación, una demasiado espantosa para tenerla en cuenta siquiera un instante, la atenazaba. Kelly languidecía por momentos. ¿Sería posible que las funciones vitales de Kathy y Kelly estuvieran tan entrelazadas que si a Kathy le ocurría algo, Kelly reaccionara del mismo modo?
Sylvia ya había barajado aquella terrible posibilidad en su conversación con Steve. Ahora veía que a Margaret también se le pasaba por la cabeza. Margaret, que estaba sentada junto a Steve en el sofá del salón, se acercó a Kelly y la cogió del regazo de su marido.
—Cielo, habla con Kathy —le suplicó—. Pregúntale dónde está. Dile que mamá y papá la quieren.
Kelly abrió los ojos.
—No me oye —dijo medio adormilada.
—¿Por qué, cariño? ¿Por qué no te oye? —preguntó Steve.
—Porque ya no puede despertarse —respondió Kelly con un suspiro mientras se acurrucaba en posición fetal en los brazos de Margaret y volvía a dormirse.