Capítulo 84

En la comisaría de Hyannis, el sargento de recepción, Ari Schwartz, escuchaba paciente la airada protesta de David Toomey contra la denuncia de un presunto robo en el aparcamiento de su motel.

—Llevo treinta y dos años trabajando en el Soundview —manifestó Toomey con vehemencia—, y no voy a permitir que esa lianta, que ni siquiera tiene cabeza para cuidar a un crío enfermo, le cuente una mentira a Sam Tyron sobre el robo de una silla para niños que nunca ha llevado en su coche.

El sargento conocía a Toomey, y le tenía aprecio.

—Bueno, Dave, no te alteres —le dijo con voz tranquilizadora—. Hablaré con Sam. ¿Y dices que el encargado de noche juraría que esa mujer no llevaba una silla en el coche?

—Sin lugar a dudas.

—Nos aseguraremos de rectificar la información.

Aplacado en cierto modo por la promesa, Toomey dio media vuelta para marcharse, pero se detuvo con gesto vacilante.

—Estoy muy preocupado por ese niño. Estaba muy enfermo. ¿Te importaría llamar al hospital para ver si lo han ingresado, o si lo han atendido en urgencias? Se llama Steve, y la madre Linda Hagen. Lo haría yo, pero seguro que hacen más caso si llamas tú.

Schwartz no dejó traslucir el arrebato de rabia que le entró. Dave Toomey era muy amable al mostrar su preocupación por aquel niño, pero por otra parte comprobar lo que le pedía no sería fácil. La madre podría haber llevado a su hijo a cualquiera de los varios centros de urgencias que había en la zona del cabo. Pero en lugar de hacerle notar esa circunstancia a Dave, el sargento optó por realizar la llamada. En la sección de pediatría del hospital no habían ingresado a ningún paciente con aquel nombre.

Pese a las ganas que tenía de llegar a casa, Toomey seguía reacio a marcharse.

—Hay algo que me choca de esa mujer —dijo, más para sus adentros que dirigiéndose al sargento—. Si ese niño fuera mi nieto, mi hija estaría muerta de preocupación. —Toomey se encogió de hombros—. Bueno, será mejor que me meta en mis asuntos. Gracias, jefe.

A menos de siete kilómetros de allí, Elsie Stone introducía en aquel momento la llave en la cerradura de la puerta de su casa de madera blanca. Había ido a Yarmouth para dejar a Debby en casa, pero había declinado el ofrecimiento de quedarse a cenar con su hija y su yerno.

—Ya estoy mayor, y lo noto —repuso con voz alegre—. Prefiero irme a casa. Me calentaré una sopita de verduras y me la tomaré mientras leo el periódico y veo las noticias.

Aunque no es que apetezca mucho ver las noticias, pensó mientras encendía la luz del vestíbulo. Pero por mucho que me afecte lo de ese secuestro, tengo curiosidad por saber si han avanzado en la investigación para coger a esa gentuza.

Elsie colgó el abrigo en el perchero y fue directa al estudio para encender el televisor. En pantalla apareció el presentador del telediario de las seis y media explicando lo siguiente:

—Una fuente no identificada ha revelado que el FBI trabaja en estos momentos basándose en la suposición de que Kathy Frawley podría seguir con vida.

—¡Alabado sea Dios! —dijo Elsie en voz alta—. Dios quiera que encuentren a esa pobre criatura.

Subiendo el volumen del televisor para no perderse una palabra, Elsie se dirigió a la cocina. Mientras llenaba un cuenco de sopa de verduras casera y lo metía en el microondas, cayó en la cuenta de que el nombre de «Kathy» no paraba de dar vueltas en su cabeza.

Kathy… Kathy… Kathy… De qué me sonara ese nombre, se preguntó.