El viernes por la mañana el secuestro de las gemelas de los Frawley era noticia de portada en toda la costa Este y a primera hora de la tarde se había convertido ya en un suceso mediático nacional. La foto de cumpleaños de las dos pequeñas de tres años, con sus rostros angelicales, sus largas melenas rubias y sus preciosos vestidos de terciopelo azul, fue difundida en telediarios e impresa en periódicos de todo el país.
En el comedor del número 10 de Old Woods Road se estableció un centro de mando. A las cinco de la tarde Steve y Margaret aparecieron en televisión delante de su casa para rogar a los secuestradores que cuidaran bien de las niñas y las devolvieran sanas y salvas.
—No tenemos dinero —dijo Margaret en tono de súplica—. Pero llevamos todo el día recibiendo llamadas de amigos. Están haciendo una colecta entre todos. Por el momento llevamos casi dos mil dólares. Los secuestradores deben de habernos tomado por gente capaz de reunir ocho millones de dólares. Pero no es así. Por favor, no les hagan daño a nuestras hijas. Devuélvannoslas. Les prometo que reuniremos doscientos mil dólares en metálico.
Steve, que tenía a Margaret rodeada con un brazo, añadió:
—Pónganse en contacto con nosotros, por favor. Necesitamos saber que nuestras hijas están vivas.
Tras ellos compareció ante las cámaras el comisario Martinson.
—Les facilitamos el número de teléfono y el fax de Franklin Bailey, que fue alcalde de esta población. Si temen ponerse en contacto directamente con los Frawley, les rogamos que lo llamen a él.
Pero pasó el viernes por la noche, el sábado y el domingo sin noticia alguna de los secuestradores.
El lunes por la mañana Katie Couric, presentadora del popular programa matutino Today, se vio interrumpida mientras entrevistaba a un agente del FBI jubilado acerca del secuestro. La popular periodista hizo una pausa repentina en medio de una pregunta, se pegó el audífono al oído con la mano y, tras escuchar atentamente, dijo:
—Puede que esto sea una broma de mal gusto, pero también es posible que sea de vital importancia. Tenemos al teléfono a una persona que dice ser el secuestrador de las gemelas Frawley. A petición suya nuestros técnicos van a poner la llamada en antena.
Una voz ronca y a todas luces fingida dijo en tono airado:
—Díganles a los Frawley que se les acaba el tiempo. Dijimos ocho millones y eso es lo que queremos, ocho millones. Ahora van a hablar las niñas.
—Mami, te quiero. Papi, te quiero —exclamaron al unísono unas vocecillas de niña pequeña. Acto seguido, una de las gemelas gritó—: Queremos ir a casa.
La grabación de la llamada fue reproducida de nuevo cinco minutos más tarde para que la oyeran Steve y Margaret. A Martinson y Carlson no les hizo falta preguntar a los Frawley si les merecía credibilidad. La cara que pusieron bastó para convencerlos de que por fin habían establecido contacto con los secuestradores.