—Margaret, puede que esto sea otro callejón sin salida —le advirtió el agente Carlson mientras se dirigían del domicilio de Lila Jackson a la casa donde vivía Clint Downes.
—No es otro callejón sin salida —insistió Margaret—. La única impresión que le quedó grabada a Trish antes de perder el conocimiento era la del sudor de un hombre corpulento. Lo sabía, lo sabía… sabía que si hablaba con la dependienta nos diría algo que nos ayudaría. ¿Por qué no lo haría antes?
—Nuestro departamento está investigando a Downes —le informó Carlson mientras circulaban por el centro de Danbury de camino al club de campo—. Si tiene antecedentes, no tardaremos en saberlo. Pero debe saber que si no está en casa no tenemos motivos para entrar en ella sin una orden de registro. No he querido esperar a que uno de nuestros agentes tuviera que venir hasta aquí, así que he pedido que un coche patrulla de la policía de Danbury se reuniera con nosotros allí.
Margaret no respondió. ¿Por qué habré tardado tanto en ir a hablar con Lila?, pensó, fustigándose. ¿Dónde estará esa tal Angie? ¿Estará Kathy con ella?
A última hora de la tarde se fue despejando por fin el cielo gracias al viento frío que soplaba, llevándose las nubes. Pero pasaban ya las cinco de la tarde y comenzaba a oscurecer. Margaret llamó a casa durante el trayecto al club de golf y la doctora Harris le dijo que Kelly se había vuelto a quedar dormida. Luego le contó que Kelly parecía estar comunicándose con Kathy y añadió que había sufrido un fuerte ataque de tos.
Lila Jackson había comentado a Carlson que tendrían que aparcar junto a la verja del camino de acceso. Cuando salieron del coche, el agente ordenó a Margaret que aguardara allí.
—Si ese hombre está involucrado en el secuestro podría ser peligroso.
—Walter —dijo Margaret—, si ese hombre está ahí no pienso irme sin hablar con él. A menos que vaya a contenerme por la fuerza, será mejor que acepte ese hecho.
Un coche patrulla se detuvo junto a ellos y de él bajaron de inmediato dos policías, uno de ellos con los galones de sargento en su uniforme. Carlson les hizo un breve resumen sobre la compra de ropa para unos supuestos gemelos en la tienda de oportunidades de Abby's y sobre la coincidencia de impresiones de la canguro presente en casa de los Frawley la noche del secuestro y de la dependienta de la tienda, que les había descrito a Clint como un hombre corpulento y sudoroso.
Al igual que Carlson, los policías trataron de convencer a Margaret de que se quedara en el coche, pero al ver que no habría manera de disuadirla le ordenaron que se mantuviera detrás de ellos hasta estar seguros de que no encontrarían resistencia por parte de Clint Downes para entrar en la casa y hacerle unas preguntas.
A medida que se acercaban a la vivienda, todos ellos se dieron cuenta de que sus precauciones eran innecesarias. La casa estaba a oscuras. A través de la puerta abierta del garaje vieron que no había ningún vehículo dentro. Presa de una enorme desilusión, Margaret observó cómo los policías iban de ventana en ventana, alumbrando el interior con sus linternas. Esta tarde estaba aquí a la una, pensó. De eso solo hace cuatro horas. ¿Acaso Lila lo asustaría? ¿Adonde habría ido? ¿Dónde estaría aquella tal Angie?
Margaret se acercó al garaje y encendió la luz. Dentro, a la derecha, vio la cuna que Clint había desmontado y amontonado contra la pared. El tamaño del colchón le llamó la atención. Era casi el doble de grande que un colchón de una cuna normal. ¿La habrían comprado porque sabían que allí dormirían dos niñas? Al tiempo que el agente del FBI y los policías de Danbury acudían al garaje a toda prisa, Margaret se acercó al colchón y pegó la cara en él. La nariz se le llenó con un ligero olor a Vick's VapoRub, un olor que le resultaba familiar.
Margaret dio media vuelta y gritó a los agentes de policía:
—¡Mis hijas han estado aquí! ¡Es aquí donde las tenían escondidas! ¿Adonde habrán ido? ¡Tienen que averiguar adonde se han llevado a Kathy!