El sábado a última hora de la tarde, los agentes Sean Walsh y Damon Philburn, vestidos de paisano para confundirse con los demás pasajeros, se plantaron en la zona de recepción de equipaje de Galaxy Airlines, en la terminal de llegadas internacionales del aeropuerto Liberty de Newark.
Ambos tenían la expresión de exasperación de los viajeros que, tras un largo vuelo, están desesperados por ver pasar sus maletas sobre la cinta transportadora. En realidad, estaban pendientes de un hombre de mediana edad y rostro delgado que aguardaba a que apareciera su equipaje. Cuando se agachó a recoger una maleta negra sin nada de particular ambos lo flanquearon de inmediato, colocándose uno a cada lado.
—FBI —le dijo Walsh—. ¿Quiere acompañarnos sin oponer resistencia o prefiere armar un escándalo?
Sin responder, el hombre asintió con la cabeza y los siguió. Lo llevaron a un despacho situado en una zona privada de la terminal, donde otros agentes estaban custodiando a Danny Hamilton, un veinteañero asustado que llevaba puesto un uniforme de maletero.
Cuando el hombre al que acompañaban Walsh y Philburn vio esposado a Hamilton se puso pálido y espetó:
—No diré nada si no es en presencia de un abogado.
Walsh colocó la maleta encima de una mesa y abrió los cerrojos. Puso en una silla las prendas que había cuidadosamente apiladas en su interior, mudas, camisas y pantalones incluidos, y con una navaja que se sacó del bolsillo rajó los bordes del doble fondo de la maleta. Al arrancar la lámina del fondo quedó al descubierto el contenido alojado en aquel espacio oculto: paquetes enormes de polvo blanco.
Sean Walsh sonrió al mensajero.
—Pues sí que va a necesitar un abogado.
Walsh y Philburn no daban crédito al inesperado giro que habían dado los acontecimientos. Habían acudido al aeropuerto para hablar con los compañeros de Richie Mason y ver si podían obtener alguna información por nimia que fuera que pudiera relacionarlo con el secuestro. En cuanto comenzaron a hablar con Hamilton notaron que se ponía demasiado nervioso.
Cuando lo presionaron negó con rotundidad saber nada del secuestro, pero luego se vino abajo y reconoció que sabía que Richie Mason recibía remesas de cocaína en el aeropuerto. Contó que Richie le había dado quinientos dólares en tres o cuatro ocasiones para que mantuviera la boca cerrada. Agregó que aquella misma tarde Richie le había llamado para decirle que esperaba la llegada de otro envío, pero que no podría estar allí para recogerlo.
Richie pidió a Hamilton que fuera al encuentro del mensajero en la zona de recepción de equipajes. Por la descripción de Richie, no le costaría reconocerlo ya que lo habría visto antes con él en el aeropuerto. Según las instrucciones de Richie, debía darle la contraseña «A salvo en casa», lo que bastaría para que el mensajero supiera que no había peligro en confiarle la maleta llena de cocaína. Hamilton contó que Richie le había dicho que escondiera la maleta en su apartamento y que en los días siguientes se pondría en contacto con él y le haría saber cómo la recuperaría.
El móvil de Sean Walsh sonó. El agente respondió a la llamada y, tras escuchar a su interlocutor, se volvió hacia Philburn.
—Mason no está en el apartamento de Clifton. Creo que ha alzado el vuelo.