Angie dejó a Kathy sobre un cojín en el suelo del baño. Luego tapó la bañera y abrió a tope el grifo del agua caliente para que la pequeña estancia se llenara de vaho. Había conseguido que Kathy masticara y se tragara dos aspirinas más de las infantiles con sabor a naranja.
Cada minuto que pasaba estaba más y más nerviosa.
—Ni se te ocurra morirte aquí —dijo a Kathy—. Solo me falta eso, que me venga otro fisgón del motel a meter sus narices por aquí y tú dejes de respirar. Ojalá pudiera meterte más penicilina en el cuerpo.
Por otra parte, había empezado a preguntarse si Kathy no tendría una reacción alérgica a la penicilina que le había dado. Le habían salido un montón de granitos rojos en brazos y pecho.
Angie no recordó hasta entonces que un tipo con el que había vivido en una ocasión era alérgico a la penicilina, y a él también le habían salido granitos rojos la primera vez que la tomó.
—No me digas que es eso lo que te pasa —comentó Angie a Kathy—. No fue buena idea lo de venir a Cabo Cod. Olvidé que si surgía algún problema solo hay dos puentes por donde podría salir de aquí, y puede que ahora estén buscándome. Pues vaya con el viejo Cabo Cod.
Kathy no abrió los ojos. Le costaba mucho respirar. Quería a su mamá. Quería estar en casa. En su mente veía a Kelly. Estaba sentada en el suelo con sus muñecas. Oyó que Kelly le preguntaba dónde estaba.
Aunque Angie le tenía prohibido hablar con ella, Kathy movió los labios y susurró:
—En Cabo Cod.
Kelly se había despertado pero no quería levantarse del suelo del salón. Sylvia Harris le trajo una bandeja con leche y galletas y la dejó en la mesa de juguete donde estaban apoyados los ositos de peluche sentados en sus sillas, pero Kelly no le hizo caso. Sentado con las piernas cruzadas encima de la moqueta, Steve seguía enfrente de ella, sin cambiar de posición.
De repente, rompió el silencio.
—Sylvia, ¿recuerdas cuando nacieron, que a Margaret tuvieron que hacerle una cesárea y que hubo que cortar un trozo de membrana que unía el pulgar derecho de Kelly con el pulgar izquierdo de Kathy?
—Sí, Steve, lo recuerdo. En el sentido estricto de la expresión no solo eran gemelas idénticas sino siamesas.
—No quisiera dejarme llevar por la suposición de que… —Steve hizo una pausa—. Ya sabes a lo que me refiero. Pero es que ahora incluso los del FBI admiten que existe la posibilidad de que Kathy esté viva. Por Dios, si supiéramos siquiera dónde está, dónde hay que buscarla. ¿Crees que es posible que Kelly lo sepa?
Kelly alzó la vista.
—Es que lo sé.
Sylvia Harris alzó la mano en un gesto de advertencia a Steve.
—¿Dónde está, Kelly? —preguntó Sylvia con tranquilidad, sin dejar que su tono de voz delatara ninguna emoción.
—Está en el viejo Cabo Cod. Me lo acaba de decir.
—Cuando Margaret estaba en la cama con Kelly esta mañana ha comentado que durante la laguna mental que sufrió anoche estuvo conduciendo, y que al ver la indicación a Cabo Cod se dio cuenta de que tenía que dar media vuelta —explicó Sylvia a Steve en voz baja—. Seguro que Kelly se ha quedado con el nombre de Cabo Cod.
A Kelly le sobrevino de repente un ataque de tos y náuseas. Sylvia la agarró, se la puso encima de las rodillas boca abajo y comenzó a darle fuertes palmadas entre los omóplatos.
Al ver que Kelly rompía a llorar, la doctora le dio la vuelta y apoyó la cabeza de la pequeña en su cuello.
—Lo siento, cielo —dijo la doctora con voz tranquilizadora—. Tenía miedo de que te hubieras metido algo en la boca y estuvieras ahogándote.
—Quiero irme a casa —farfulló Kelly entre sollozos—. Quiero a mi mamá.