Capítulo 72

—Hoy Lila se ha ido antes —explicó Joan Howell, la encargada de la tienda de oportunidades de Abby's, a Margaret Frawley y el agente Carlson—. Se ha ido corriendo al mediodía para hacer unas compras o algo así. Cuando ha vuelto llevaba el pelo mojado. Le he preguntado qué era eso tan importante por lo que se había ido con tanta prisa, y me ha dicho que había ido a un sitio para nada. Pero se ha ido antes porque notaba que se había enfriado y que a lo mejor estaba cayendo enferma.

Con ganas de gritar, Margaret frunció la boca. Había tenido que soportar las preguntas compasivas de Howell sobre cómo se encontraba aquel día, así como sus muestras de pésame por la pérdida de Kathy.

Cuando Howell hizo una pausa para respirar, Walter Carlson, que ya se había identificado, aprovechó para interrumpirla.

—Señora Howell, necesito de inmediato el número de móvil, el de casa y la dirección de la señorita Jackson.

Howell se puso nerviosa; echó un vistazo a la tienda y la vio llena de gente, como era habitual los sábados por la tarde. Se dio cuenta de que los clientes que tenía a su alrededor los miraban con una curiosidad más que evidente.

—Cómo no —respondió—. Faltaría más. Espero que Lila no esté metida en ningún lío. Es una chica majísima. ¡Lista! ¡Ambiciosa! Yo siempre le digo: «Lila, ni se te ocurra montar tu propia tienda y dejarnos sin negocio. ¿Me oyes?».

Al ver la expresión de los rostros de Margaret Frawley y el agente Carlson Howell se abstuvo de explicar otra anécdota que tenía en mente sobre el futuro prometedor de Lila.

—Vengan conmigo al despacho, por favor —les pidió.

El despacho, por lo que observó Carlson, no era más que un habitáculo donde apenas cabía una mesa de trabajo, una silla y unos archivadores. Una mujer sexagenaria de pelo canoso, con unas gafas para leer apoyadas en la punta de la nariz, alzó la vista.

—Jean, ¿serías tan amable de facilitarle ahora mismo a la señora Frawley la dirección y los números de teléfono de Lila? —dijo Howell con un tono que dejaba entrever a Jean que más valía que se diera prisa.

El impulso que tuvo Jean Wagner de decir a la señora Frawley lo mucho que se alegraba de que hubiera recuperado a una de sus hijas pero lo desconsolada que se sentía por ella ante la pérdida de la otra se apagó en cuanto vio la expresión pétrea de Margaret.

—Se lo anotaré en un papel —dijo Jean con tono de eficiencia.

Tratando de no arrebatarle el papel de las manos, Margaret masculló un rápido «gracias» antes de marcharse, seguida de Carlson.

—¿A qué venía todo eso? —preguntó Jean Wagner a Howell.

—El que iba con la señora Frawley era un agente del FBI. No se ha molestado en darme ninguna explicación. Pero cuando la señora Frawley vino ayer, toda alterada, comentó algo de que Lila había vendido unos conjuntos para unos gemelos, y que la mujer que había comprado la ropa no parecía saber la talla. No sé qué importancia puede tener eso para ellos ahora mismo. Entre nosotras, yo creo que lo que deberían hacer es meter a la pobre Margaret Frawley en la cama y darle algo que le ayudara a olvidar todo el dolor que tiene hasta que sea capaz de enfrentarse a él. Por eso en nuestra iglesia tenemos un grupo de apoyo para estos casos. Cuando mi madre murió fue de una ayuda increíble para mí. Si no hubiera sido por ellos no sé cómo lo habría superado.

Jean Wagner puso los ojos en blanco a espaldas de Howell. La madre de Howell tenía noventa y seis años y llevó de cabeza a Joan hasta el día en que Dios la había acogido en su seno. Pero el resto de lo que había dicho la encargada le sobresaltó aún más.

Lila barruntó que había algo raro en aquella mujer, pensó Jean. Tengo la dirección de la empresa de la tarjeta de crédito con la que pagó. Todavía la recuerdo: Señora de Clint Downes, número 100 de Orchard Avenue, Danbury.

Howell había abierto la puerta y estaba a punto de salir del despacho. Wagner hizo amago de llamarla, pero luego se contuvo. Ya les dirá Lila quién es esa mujer, concluyó. Si se lo digo a Joan se enfadará. No creo que le guste saber que me salté las normas para facilitarle a Lila la dirección. Será mejor que deje las cosas como están.