Capítulo 69

Cuando el comisario Jed Gunther se marchó de casa de los Frawley se dirigió directamente a la comisaría de Ridgefield. Más impresionado por lo que había presenciado de lo que había dejado ver ante los Frawley y los agentes del FBI, se recordó a sí mismo que no creía que existiera nada parecido a la telepatía o la comunicación entre gemelos. Lo que creía era que Kelly estaba representando el recuerdo de sus propias vivencias con los secuestradores, pero eso era todo.

Asimismo, estaba firmemente convencido de que Kathy Frawley seguía con vida cuando Kelly fue abandonada en el coche con el cuerpo de Lucas Wohl.

Jed aparcó delante de la comisaría y recorrió la acera a toda prisa bajo la lluvia constante hasta llegar a la entrada. Se despejará a primera hora de la tarde, pensó con desdén recordando el último parte meteorológico que había oído. Ya lo veo.

El sargento de recepción le confirmó que el comisario Martinson estaba en su despacho y procedió a marcar su extensión. Gunther cogió el teléfono.

—Marty, soy Jed. Acabo de estar en casa de los Frawley y me gustaría verte. Solo serán un par de minutos.

—Cómo no, Jed. Pasa a mi despacho.

Ambos hombres, de treinta y seis años los dos, eran amigos desde el parvulario. Ya en la universidad decidieron por separado optar por carreras relacionadas con el cumplimiento de la ley.

Las dotes de mando que poseían les habían reportado una serie de ascensos rápidos y continuados, Marty en el cuerpo de policía de Ridgefield y Jed en la policía del estado de Connecticut.

A lo largo de los años habían tenido que enfrentarse a numerosas tragedias, entre ellas accidentes terribles en los que habían perecido menores de edad, pero este era el primer caso de secuestro con exigencia de rescate con el que se habían encontrado ambos.

Desde la noche que la policía recibió una llamada desde la casa de los Frawley, sus respectivos cuerpos habían estado trabajando en estrecha colaboración, junto con el FBI. La falta de una sola pista siquiera a aquellas alturas de la investigación que sirviera para ayudar a esclarecer el delito los llevaba de cabeza.

Jed estrechó la mano de Martinson y tomó asiento en la silla más cercana a la mesa de trabajo. Él era el más alto de los dos por cuatro dedos y tenía un pelo abundante y oscuro, mientras que a Martinson se le veían ya entradas e indicios prematuros de canas. Aun así, cualquiera que tuviera un poco de vista habría reconocido las características que compartían. Ambos irradiaban inteligencia y confianza en sí mismos.

—¿Cómo va lo de los Frawley? —preguntó Martinson.

Jed Gunther le ofreció una breve explicación de lo sucedido hasta entonces, explicación que concluyó de la siguiente manera:

—Ya sabes lo sospechosa que resulta la confesión de Wohl. Estoy absolutamente convencido de que Kathy seguía con vida la madrugada del jueves, cuando encontramos a su hermana en el coche. Hoy he aprovechado la visita a casa de los Frawley para echar otro vistazo al lugar. Está claro que el secuestro tuvo que ser perpetrado por un mínimo de dos personas.

—Yo también trabajo sobre esa tesis —asintió Martinson—. En el salón no había ningún tipo de cortinas, solo unos estores que estaban medio bajados. Los secuestradores podrían haber mirado por las ventanas y ver a la canguro en el sofá, hablando por el móvil. Una tarjeta de crédito les habría bastado para abrir el viejo cerrojo de la puerta de la cocina. La escalera de la parte trasera está al lado de la puerta, así que los intrusos sabían que podrían llegar rápido al piso de arriba. La pregunta es si hicieron llorar o no a una de las niñas para que la canguro acudiera arriba alertada por el llanto. Mi teoría es que fue así como ocurrió.

Gunther asintió.

—Yo me imagino la escena de la siguiente manera. Los secuestradores apagaron la luz del pasillo de arriba; llevaban cloroformo para dejar sin sentido a la chica, y puede que también fueran con la cara tapada por si se encontraban de frente con ella. No creo que se arriesgaran a andar por el piso de arriba buscando la habitación en la que se encontraban las niñas. Seguro que fueron a tiro hecho, así que uno de ellos debía de haber estado en la casa antes de aquella noche. —Gunther hizo una pausa—. La pregunta es cuándo estuvo. Los Frawley compraron una casa antigua sin reformar por medio de la inmobiliaria tras la muerte de la vieja señora Cunningham, por eso la consiguieron por el precio que les costó.

—Pero por mucho que estuviera sin reformar, tuvo que pasar por una inspección antes de que les concedieran la hipoteca —observó Martinson.

—Por eso estoy aquí —le dijo Gunther—. He leído los informes, pero quería revisarlos contigo. Tus hombres conocen a fondo este pueblo. ¿Crees que habría alguna posibilidad de que alguien hubiera estado en la casa y hubiera visto su distribución antes de que los Frawley se mudaran a vivir allí? El pasillo de arriba es bastante largo, y las tablas del suelo crujen. Las puertas de las tres habitaciones que no utiliza la familia siempre están cerradas. Los goznes chirrían. Los secuestradores debían de saber que las gemelas estaban en uno de los dos dormitorios situados al fondo del pasillo.

—Hemos hablado con el perito que realizó la inspección de la casa —dijo Martinson con voz pausada—. Lleva viviendo aquí treinta años. Mientras él estuvo allí no vio a nadie. Dos días antes de la llegada de los Frawley la agencia inmobiliaria envió uno de esos servicios de la zona para que limpiaran a fondo la vivienda. Es un negocio familiar. Yo respondo por ellos.

—¿Qué hay de Franklin Bailey? ¿Crees que está involucrado?

—No sé qué pensarán los federales, pero yo descartaría toda implicación por su parte. Según tengo entendido, el pobre hombre está a punto de que le dé un infarto.

Jed se puso de pie.

—Me voy al despacho a ver si doy con algo que hayamos pasado por alto en nuestros archivos. Marty, vuelvo a decir que no creo en la telepatía, pero ¿recuerdas cómo tosía Kathy cuando la oímos grabada en aquella cinta? Si sigue con vida a estas alturas estará muy enferma, y mi mayor temor es que la supuesta nota de suicidio sea una profecía que acabe cumpliéndose. Puede que no pretendan matarla, pero está clarísimo que no van a llevarla al médico. El rostro de Kathy está en todos los periódicos del país. Y sin atención médica temo que no sobreviva.