Capítulo 63

Tras la visita de los agentes Walsh y Philburn, Richie Mason preparó café y consideró fríamente las opciones que tenía. El FBI lo tenía vigilado. La ironía del modo en que se habían descontrolado las cosas le asaltaba a ráfagas, provocando su ira. Todo había ido como la seda hasta que el eslabón más débil de la cadena, el que siempre supo que sería un problema, acabó revelándose como tal.

Ahora los federales lo seguían de cerca. El hecho de que aún no supieran lo cerca que estaban de descubrir la verdad era un milagro. Que se centraran en su relación con Bailey era una distracción que le brindaba más tiempo, pero sabía que no tardarían en avanzar en su investigación.

No pienso volver a la cárcel, pensó. La imagen de la diminuta celda abarrotada, de los uniformes, de la bazofia y de la monotonía de la vida en prisión le producía escalofríos. Por décima vez en los dos últimos días, Richie miró el pasaporte que garantizaría su seguridad.

El pasaporte de Steve. Lo había robado del cajón del tocador el día que había estado en Ridgefield. Richie se parecía a Steve lo bastante para pasar por él sin que nadie le hiciera preguntas. Lo único que tengo que hacer cuando lo miren es sonreír con amabilidad como mi hermanito, pensó.

Sin embargo, siempre existía el riesgo de que un empleado de inmigración le dijera:

—¿No es usted el padre de las gemelas a las que han secuestrado?

En tal caso se limitaría a contestar que era su primo el que había sufrido dicha tragedia.

—A los dos nos pusieron Steve por nuestro abuelo —explicaría—. Y la verdad es que nos parecemos lo bastante como para pasar por hermanos.

Bahrein no tenía ningún tratado de extradición con Estados Unidos. Pero para entonces Richie tendría una nueva identidad, así que tanto daría.

¿Debía contentarse con lo que tenía, o debía ir a por el resto del botín?

¿Por qué no?, se preguntó a sí mismo. En cualquier caso siempre era mejor atar los cabos sueltos.

Richie sonrió, satisfecho con la decisión.