—Estos zapatos te van grandes —dijo Angie—, pero no pienso preocuparme más por la cuestión.
Había aparcado a la salida del McDonald's, cerca del centro comercial donde había comprado los zapatos, y ahora se los estaba poniendo a Kathy, intentando atarlos bien fuerte para que no se le cayeran.
—Recuerda que tienes que estar calladita, pero si alguien te pregunta cómo te llamas le dices que «Stevie». ¿Entendido? A ver, dime cómo te llamas.
—Stevie —susurró Kathy.
—Veo que lo has captado. Hala, vamos.
Los zapatos que llevaba ahora Kathy le dolían de forma distinta de los otros que le había comprado Angie. Con estos le costaba andar porque los pies le resbalaban dentro y se le salían poco a poco de los zapatos. Pero Angie la llevaba casi en volandas, y además tenía miedo de decírselo.
Kathy notó que un pie se le salió del todo del zapato.
Angie se detuvo en la puerta del McDonald's para comprar un periódico en una máquina expendedora. Luego entraron en el establecimiento y se pusieron en la cola. Cuando ya tenían la comida se sentaron a una mesa desde la que Angie veía la furgoneta.
—Nunca había tenido que preocuparme de esa vieja tartana hasta ahora —comentó—. Pero con la pasta que hay en la maleta ya sería mala suerte que a alguien se le ocurriera robarla.
A Kathy no le apetecía el sándwich de huevo y el zumo de naranja que Angie le había comprado. No tenía hambre; lo único que quería era dormir. Pero tampoco quería poner furiosa a Angie, así que intentó comerse parte del sándwich.
—Creo que de aquí iremos al motel y luego buscaremos un sitio donde comprar un coche de segunda mano —dijo Angie—. El problema es que voy a llamar la atención si pago con fajos de billetes de cincuenta y veinte dólares.
Kathy intuyó que Angie estaba perdiendo los nervios por momentos y vio cómo abría el periódico y decía algo entre dientes que Kathy no llegó a entender. Angie alargó entonces la mano y echó hacia atrás la capucha que cubría la cabeza de Kathy.
—Santo cielo, tu cara está en todo el periódico —comentó—. Si no fuera por el pelo cualquier memo podría reconocerte. Larguémonos de aquí.
Kathy no quería que Angie volviera a ponerse furiosa con ella. Bajó de la silla y cogió la mano de Angie.
—¿Dónde tienes el otro zapato, pequeño? —le preguntó una mujer que estaba limpiando la mesa de al lado.
—¿Qué zapato? —preguntó Angie antes de mirar al suelo y ver que Kathy solo llevaba un zapato—. Vaya por Dios, ¿ya has vuelto a desatártelo en el coche?
—No —respondió Kathy en voz baja—. Se me ha caído. Es que me va grande.
—El otro también te va grande —observó la mujer—. ¿Cómo te llamas, pequeñín?
Kathy intentó hacer memoria, pero no lograba recordar el nombre que Angie le había dicho que dijera.
—¿No me quieres decir cómo te llamas? —insistió la mujer.
—Kathy —susurró, pero entonces notó que Angie le apretaba la mano con fuerza y de repente recordó el nombre—. Stevie —dijo—. Me llamo Stevie.
—Ah, apuesto que tienes una amiga imaginaria que se llama Kathy —supuso la mujer—. Mi nieta también tiene un amigo imaginario.
—Sí —asintió Angie de forma apresurada—. Bueno, tenemos que irnos.
Kathy miró hacia atrás y vio que la mujer recogía un periódico que había encima de la silla colocada junto a la mesa que estaba limpiando. Kathy alcanzó a ver su fotografía en el diario, y la de Kelly también.
No pudo evitarlo.
Al ver su imagen comenzó a cuchichear con su hermana hasta que Angie le apretó la mano con mucha fuerza.
—Vamos —le ordenó Angie, tirando de ella.
El otro zapato se hallaba aún en la acera, en el mismo sitio donde había caído. Angie se agachó a cogerlo antes de abrir la puerta trasera de la furgoneta.
—Entra —dijo, enfadada, arrojando adentro el zapato.
Kathy entró a duras penas en el vehículo y, sin esperar a que se lo dijeran, se tumbó en el cojín y se tapó con la manta. Pero de repente oyó a un hombre que preguntaba:
—¿Dónde está la silla de seguridad para su hijo, señora?
Kathy levantó la vista y vio que se trataba de un policía.
—Ahora íbamos a comprar una —respondió Angie—. Anoche no cerré con llave la furgoneta cuando nos quedamos a dormir en un motel y nos la han robado.
—¿Dónde se alojaron?
—En el Soundview.
—¿Ha denunciado el robo?
—No —contestó Angie—. No valía la pena, era una silla vieja.
—Nos interesa saber si se producen robos en Hyannis. ¿Me permite ver su permiso de conducir y la documentación del vehículo?
—Faltaría más. Aquí tiene. —Kathy vio que Angie sacaba unos papeles de su cartera.
—¿De quién es la furgoneta, señora Hagen? —inquirió el policía.
—De mi novio.
—Ya. Bueno, voy a darle una oportunidad. Quiero que vaya al centro comercial y compre una silla nueva. No permitiré que circule por ahí con este niño en la furgoneta sin una silla de seguridad.
—Gracias, agente. Ahora mismo voy a comprarla. Vamos, Stevie.
Angie se agachó y cogió en brazos a Kathy, estrechando la cara de la pequeña contra su chaqueta. Luego cerró la puerta de la furgoneta y enfiló hacia el centro comercial, a una manzana de distancia.
—Ese poli nos está mirando —dijo entre dientes—. No sé si ha sido buena idea darle el permiso de conducir de Linda Hagen. Me ha mirado de un modo extraño, aunque por otra parte en el hotel estoy registrada con el nombre de Linda. Madre mía, qué lío.
En cuanto estuvieron dentro del centro comercial Angie dejó en el suelo a Kathy.
—Trae el pie, que voy a ponerte el otro zapato. Voy a meterle un pañuelo, a ver si así puedes andar, que yo no puedo llevarte en brazos por todo Cabo Cod. Ahora tenemos que encontrar un sitio donde vendan sillas para el coche.
A Kathy le dio la sensación de que caminaron durante horas. Cuando por fin dieron con una tienda de sillas para el coche, Angie se puso como una fiera con el vendedor.
—Démela sin la caja —le ordenó—. Ya la llevaré bajo el brazo.
—Hará sonar la alarma —le explicó el vendedor—. Si quiere le abro la caja, pero tendrá que dejar la silla dentro hasta que esté fuera de la tienda.
Kathy vio que Angie se estaba poniendo furiosa, así que no quiso decirle que aun con el pañuelo se le había vuelto a salir el zapato. Ya de vuelta hacia la furgoneta una mujer paró a Angie.
—Su hijo ha perdido un zapato —le hizo saber.
Angie cogió en brazos a Kathy.
—La inepta de la dependienta se equivocó de número, y a la pobre le van grandes —explicó—. Al pobre, quiero decir. Ya le compraré otro par.
Angie se apresuró a alejarse de la mujer que se había parado a hablar con ellas y luego aflojó el paso, con Kathy en un brazo y la silla para el coche en el otro.
—Mierda, ese poli sigue ahí fuera. Ni se te ocurra contestar si te pregunta algo.
Angie llegó hasta la furgoneta y dejó a Kathy en el asiento delantero; luego trató de sujetar la silla de seguridad en la parte trasera.
—Será mejor que lo haga bien —dijo. Cogió a Kathy y la sentó en la silla—. Vuelve la cabeza —le ordenó en voz baja—. Que vuelvas la cabeza, te digo. No lo mires.
Kathy tenía tanto miedo de Angie que rompió a llorar.
—¡Cállate! —exclamó Angie entre dientes—. ¡Cállate! ¿No ves que el poli nos está mirando?
Angie cerró la puerta de atrás de un portazo y se montó en el asiento del conductor. Después de todo el incidente se pusieron en marcha. Ya en carretera de camino al motel, Angie reprendió a gritos a Kathy.
—¡Has dicho tu verdadero nombre! ¡Te has puesto a cuchichear otra vez! ¡Te he dicho que estuvieras callada! Podrías habernos metido en un buen lío. No quiero oír ni una palabra más. ¿Me has entendido? La próxima vez que abras la boca te cruzo la cara, mocosa.
Kathy cerró los ojos con fuerza y se tapó las orejas con las manos.
Intuía que Kelly estaba intentando hablar con ella, pero sabía que tenía que dejar de hablar con su hermana si no quería que Angie le hiciera daño.
Cuando llegaron a la habitación del motel, Angie dejó a Kathy en la cama y le dijo:
—No muevas un músculo ni digas una palabra. A ver, toma un poco más de jarabe para la tos, y trágate esta aspirina. Parece que estás caliente otra vez.
Kathy se tomó el jarabe, se tragó la aspirina y cerró los ojos, haciendo esfuerzos por contener la tos. Unos minutos más tarde, antes de quedarse dormida, Kathy oyó a Angie hablando por teléfono.
—Clint, soy yo, cariño —dijo Angie—. Tengo miedo. La gente se fija en la cría cuando salgo con ella. Su cara está en todos los periódicos. Creo que tenías razón. Debería haber dejado que volviera a casa con la otra. ¿Qué puedo hacer? Tengo que librarme de ella. Pero ¿cómo?
Kathy oyó el sonido del timbre de la puerta, seguido de la voz asustada de Angie, que dijo entre susurros:
—Clint, te llamo más tarde. Han llamado a la puerta. A saber si será otra vez ese poli.
Kathy hundió la cara en la almohada al oír que colgaban el teléfono de golpe. A casa, pensó mientras le vencía el sueño. Quiero irme a casa.