Capítulo 57

—Todo el mundo tiene un límite, Margaret —dijo la doctora Harris con delicadeza. Era la una de la tarde del sábado, y Kelly y ella acababan de despertar a Margaret. Ahora estaba incorporada en la cama y Kelly se había acurrucado a su lado. Margaret trató de sonreír.

—Pero ¿qué me has dado para dejarme noqueada de esta manera? ¿No ves que llevo doce horas durmiendo?

—¿No ves el sueño que venías arrastrando toda esta semana? —La doctora Harris empleaba un tono desenfadado, pero su mirada se mantenía atenta. Margaret está demacradísima, pensó—. He sentido tener que despertarte ahora, pero es que ha llamado el agente Carlson. Dice que quiere pasarse por aquí. Steve viene de camino y me ha pedido que te despertara.

—Seguro que el FBI está intentando averiguar qué tramaba cuando desaparecí anoche. Me pregunto si pensarán que estoy loca. Ayer, justo después de que tú te fueras, llamé al agente Carlson. Le dije a gritos que Kathy estaba viva y que tenía que encontrarla. —Margaret se llevó a Kelly a sus brazos—. Luego me pasé por la tienda donde compré los vestidos y poco menos que agredí a la encargada, o quien fuera. Supongo que perdí los estribos.

—¿Tienes idea de adónde fuiste cuando te marchaste de la tienda? —le preguntó la doctora Harris—. Anoche decías que te quedaste totalmente en blanco.

—Lo cierto es que no recuerdo nada hasta el momento en que vi una indicación a Cabo Cod. Aquella imagen me hizo salir de mi ensimismamiento y supe que tenía que dar media vuelta. Me siento muy culpable. El pobre Steve ya ha soportado bastantes tensiones como para que ahora yo acabe trastornada.

La doctora Harris pensó en la expresión de desesperación que había visto la noche anterior en el rostro de Steve al volver a la casa de los Frawley a las ocho de la tarde y enterarse de que Margaret había desaparecido.

—Justo después de traerla de la guardería, Kelly se estaba quitando la chaqueta cuando de repente ha soltado un grito y se ha agarrado del brazo en el mismo punto donde tenía el morado —le había explicado Steve en un tono de angustia—. Ha debido de darse un golpe con la pata de la mesa del vestíbulo. ¡Pero Margaret se ha puesto histérica! Estaba convencida de que eso significaba que alguien estaba haciéndole daño a Kathy y que Kelly sentía su dolor. Margaret me ha cogido las llaves del coche y me ha dicho que tenía que hablar con alguien de la tienda en la que compró los vestidos de cumpleaños de las niñas. Al ver que no regresaba, y que yo no recordaba el nombre de la tienda, he decidido llamar a la policía para denunciar su desaparición. No se hará daño, ¿verdad, Sylvia? ¿Crees que podría hacerse daño a sí misma?

Transcurrieron tres horas más de angustia antes de que la policía los llamara para informarles de que habían encontrado a Margaret, sentada al volante de su coche cerca del aeropuerto de Danbury. Cuando por fin la llevaron a casa, Margaret no fue capaz de decirles dónde había estado todas aquellas horas. Le di un fuerte somnífero, pensó la doctora Harris, e hice bien. No puedo aliviar su dolor, pero al menos puedo darle la oportunidad de librarse de él un rato para poder descansar.

La doctora Harris miró cómo Margaret acariciaba con un dedo la mejilla de Kelly.

—Aquí hay alguien muy callado —dijo Margaret en voz baja—. ¿Cómo vamos, Kel?

Kelly alzó la vista con aire de gravedad pero no respondió.

—Nuestra pequeña ha estado bastante callada toda la mañana —observó la doctora Harris—. Anoche dormí contigo, ¿verdad, Kelly?

Kelly asintió en silencio.

—¿Ha dormido bien? —preguntó Margaret.

—Me daba la sensación de que reaccionaba a cualquier cosa. Lloraba en sueños y también tosía un poco. Por eso pensé que lo mejor sería quedarse con ella.

Margaret se mordió el labio, tratando de mantener un tono de voz estable, dijo:

—Seguro que está cogiendo el resfriado de su hermana. —Margaret besó la coronilla de Kelly—. Ya nos ocuparemos de ver si tienes algo, ¿verdad, Sylvia?

—Claro que sí, pero te puedo asegurar que en el pecho no tiene nada en absoluto. —De hecho, esa tos no tiene razón de ser, pensó la doctora Harris. Kelly no está resfriada. La doctora Harris se levantó—. Margaret, ¿qué te parece si dejamos que te des una ducha y te vistas? Iremos abajo y le leeré a Kelly la historia que ella quiera.

Kelly vaciló.

—Creo que es una idea fantástica —respondió Margaret con firmeza.

Kelly bajó de la cama en silencio y cogió la mano de Sylvia Harris para ir con ella al estudio. Una vez allí escogió un libro y se sentó en las rodillas de la doctora. La estancia estaba un poco fría. Sylvia alargó la mano para coger la manta de punto que estaba doblada sobre el brazo del sofá y arropó con ella a Kelly. Luego se dispuso a abrir el libro pero se detuvo para remangar la manga de Kelly por segunda vez en lo que iba de día. La moradura que presentaba en el antebrazo se hallaba casi en el mismo sitio que la que estaba desapareciendo. Parece como si le hubieran pellizcado fuerte, pensó la doctora.

—Esto no te lo has hecho golpeándote el brazo con una mesa —afirmó en voz alta, antes de preguntarse si aquello sería posible.

¿Tendrá razón Margaret en que Kelly siente el dolor de Kathy? Sylvia no pudo evitar formular la pregunta que bullía en su cabeza.

—Kelly, ¿sientes a veces lo que siente Kathy? —preguntó.

Kelly la miró y negó con la cabeza, con expresión de miedo.

—Chis —susurró. Luego se hizo un ovillo, se metió el pulgar en la boca y se tapó la cabeza con la manta.