—Lo primero que tenemos que hacer es deshacernos de su coche —dijo Angie con toda naturalidad mientras entraban en Danbury—. Primero sacamos su parte del dinero del maletero de su coche y luego tú te lo llevas a su casa y lo aparcas enfrente. Yo te seguiré.
—No saldremos de esta, Angie. No puedes esconder a la niña toda la vida.
—Sí que puedo.
—Puede que acaben relacionando a Lucas con nosotros. Cuando tengan sus huellas verán que el verdadero Lucas Wohl lleva muerto veinte años, que el tipo se llamaba en realidad Jimmy Nelson y que ha estado en la cárcel. Y que yo era su compañero de celda.
—Y que tu verdadero nombre no es Clint Downes. Pero ¿quién más sabe eso? La única vez que Lucas y tú estuvisteis juntos fue cuando coincidisteis en un trabajo. Las únicas veces que ha venido a casa ha sido estas últimas semanas y siempre de noche.
—Vino ayer por la tarde para llevarse todas las cosas.
—Aunque hubieran visto su coche desviándose por el acceso al club de campo, ¿tú crees que alguien pensaría: «Mira, ahí va Lucas con su viejo Ford marrón como tantos otros que se ven pasar por la carretera»? Otra cosa sería si hubiera venido con la limusina. Sabemos que nunca te ha llamado desde el móvil especial, y ahora lo tengo yo.
—Sigo pensando…
—Sigo pensando que tenemos un millón de dólares, que yo tengo a la niña que quería y que ese cerdo que nos trataba siempre como si fuéramos escoria está fuera de circulación con los sesos esparcidos por el volante, así que cierra el pico.
A las cinco y cinco de la madrugada el móvil especial que el Flautista había dado a Lucas comenzó a sonar. Acababan de aparcar en la entrada de la casa del club de campo. Clint miró el teléfono.
—¿Qué vas a decirle?
—No vamos a contestar —respondió Angie con una sonrisita de suficiencia—. Que piense que aún estamos en carretera, hablando quizá con un poli. —Angie le lanzó un juego de llaves—. Ahí las tienes. Vamos a deshacernos del coche.
A las cinco y veinte Clint aparcó el coche de Lucas frente a la ferretería. En el primer piso un tenue resplandor iluminaba la ventana con la cortina echada. Lucas había dejado una luz encendida para cuando regresara. Clint salió del coche y volvió a toda prisa a la furgoneta. Con gotas de sudor cayendo por su rostro angelical, Clint subió al asiento del conductor. El móvil especial estaba sonando de nuevo.
—Debe de estar cagado de miedo —exclamó Angie, riendo de satisfacción—. Venga, vamos a casa. Mi niña ya vuelve a despertarse.
—Mami, mami… —Kathy se revolvió en los brazos de Angie y alargó una mano.
—Mira, está intentando tocar a su hermana —dijo Angie—. ¿A que es mona? —Angie trató de entrelazar sus dedos con los de Kathy, pero la niña se soltó.
—Kelly, quiero mi Kelly —exclamó Kathy, con voz ronca pero nítida—. No quiero Mona. Quiero Kelly.
Mientras giraba la llave de contacto Clint miró nervioso a Angie. Sabía que no llevaba bien el rechazo; de hecho, no lo soportaba. Estaba convencido de que Angie se hartaría de la niña antes de que acabara la semana. ¿Y entonces qué?, se preguntó. Angie estaba a punto de perder los estribos. Clint ya conocía su veta violenta. Aquella noche la había visto aflorar de nuevo. Tengo que largarme de aquí, pensó, de este pueblo, de Connecticut.
La calle estaba silenciosa. Tratando de no dejar ver el pánico que se había apoderado de él, Clint avanzó con los faros apagados hasta que llegaron a la carretera 7. No fue hasta que atravesaron la entrada de servicio del club de campo cuando respiró hondo.
—Cuando me dejes en casa mete la furgoneta en el garaje —le ordenó Angie—. Así parecerá que no estás aquí, por si acaso a ese borracho de Gus se le ocurre pasarse por aquí mañana.
—Gus nunca se pasa por aquí —repuso Clint, sabiendo que protestar no serviría de nada.
—Llamó anoche, ¿no? ¿No ves que se muere de ganas de ver a su viejo amigo? —Angie se abstuvo de añadir que por muy borracho que estuviera Gus cuando llamó puede que hubiera oído a las niñas.
Kathy estaba llorando de nuevo:
—Kelly… Kelly.
Clint se detuvo frente a la puerta principal de la casa y se apresuró a abrirla. Angie entró con Kathy en brazos, fue directa al dormitorio y dejó a la niña en la cuna.
—Ya se te pasará, muñequita —dijo antes de dar media vuelta y dirigirse de nuevo al salón. Clint seguía apostado en la puerta de la calle.
—Te he dicho que quites la furgoneta de en medio —le ordenó Angie.
Antes de que Clint pudiera obedecer sonó el móvil especial. Esta vez Angie lo cogió.
—Hola, señor Flautista —saludó antes de prestar atención a su interlocutor—. Ya sabemos que Lucas no ha contestado a sus llamadas. Ha habido un accidente en la carretera y estaba todo lleno de policías. Ya sabe que hay una ley que prohíbe hablar por teléfono cuando uno va al volante. Todo ha ido bien. Lucas ha tenido el presentimiento de que los del FBI tal vez quisieran volver a hablar con él y no quería llevar este móvil encima. Sí, sí. Todo ha ido como la seda. Ya puede decirle a quien sea dónde encontrar a las dos niñas vestidas de azul. Espero que no volvamos a hablar nunca más. Buena suerte.