A las nueve y cuarto sonó el teléfono de la casa del guarda, con un sonido estridente que sobresaltó a Angie. Acababa de abrir la puerta del dormitorio para ver si las niñas dormían. Al oír el teléfono se apresuró a cerrar la puerta y corrió a cogerlo. Sabía que no podía ser Clint, porque él siempre la llamaba al móvil. Angie descolgó el auricular.
—Diga.
—Angie, estoy ofendido, muy ofendido. Creía que mi amigo del alma iba a llamarme anoche para que fuéramos a tomar unas cervezas juntos.
Oh, no, pensó Angie. Era aquel imbécil de Gus, y por el ruido que Angie oía de fondo dedujo que estaría en el pub de Danbury. Ya se ve que sabes cuándo dejar de beber, pensó Angie al notar que a Gus le costaba vocalizar. Aun así debía ir con cuidado, pues recordó aquella ocasión en la que Gus se había presentado en casa de improviso en busca de compañía.
—Hola, Gus —le dijo, tratando de parecer amable—. ¿Clint no te llamó? Le dije que lo hiciera. Anoche no se encontraba muy bien y se fue a la cama pronto.
En ese momento Angie oyó que Kathy empezaba a llorar con un llanto afligido que llenaba toda la casa y cayó en la cuenta de que con las prisas por coger el teléfono no había cerrado del todo la puerta del dormitorio. Angie intentó tapar el micrófono con la mano pero ya era demasiado tarde.
—¿Ese es el niño que estás cuidando? Lo oigo llorar.
—Sí, ese es el niño que estoy cuidando, y tengo que ir a ver qué le pasa. Clint ha ido a ver un coche que vende un tipo de Yonkers. Le diré que quede contigo para ir al pub mañana por la noche sin falta.
—Ya podríais compraros un coche nuevo y deshaceros de esa tartana con la que vais por ahí.
—Ni que lo digas. Oye, Gus, ya ves cómo llora el niño. Clint te llamará mañana sin falta, ¿vale?
Angie comenzó a colgar pero antes de depositar el auricular en su sitio Kelly, ahora despierta, empezó a gritar:
—¡Mami! ¡Mami!
¿Se habrá dado cuenta Gus de que lo que ha oído eran dos criaturas, o estará ya demasiado borracho para advertir la diferencia?, se preguntó Angie con preocupación. Sería muy propio de él que volviera a llamar. Estaba claro que tenía ganas de hablar con alguien. Angie entró en el dormitorio. Las dos niñas estaban de pie, agarradas a los barrotes de la cuna y llamando a su madre a gritos. Bueno, al menos una de vosotras tiene solución, pensó Angie mientras sacaba un calcetín del cajón y se acercaba a Kelly para atárselo a la boca.