Lucas sabía que Charley Fox, un mecánico nuevo del aeropuerto, lo observaba mientras él subía a la avioneta con aquella voluminosa caja a cuestas. Seguro que se pregunta qué hago llevando una caja como esta, y luego se imaginará que voy a tirarla a alguna parte, se dijo Lucas para sus adentros. Seguro que piensa que es algo malo de lo que quiero deshacerme, o tal vez que me dedico al tráfico de drogas. Así que la próxima vez que un poli venga por aquí y pregunte si hay alguien por el aeropuerto con pinta de sospechoso, seguro que le habla de mí.
Aun así, librarse de todo aquello que pudiera relacionar a las gemelas con la casa del club era una buena idea, reconoció Lucas mientras dejaba caer la pesada caja en el asiento del copiloto. Esta noche, cuando dejemos a las crías, ayudaré a Clint a desmontar la cuna y esparciremos las piezas por alguna parte. Debía de haber ADN de las niñas por todo el colchón.
Mientras realizaba las comprobaciones pertinentes antes de despegar, Lucas se permitió una agria sonrisa. Había leído en alguna parte que los gemelos idénticos tenían el mismo ADN. O sea, que solo pueden demostrar que secuestramos a una de ellas, pensó. ¡Genial!
El viento seguía soplando fuerte. No era el mejor día para volar en una avioneta ligera, pero la sensación de peligro siempre le resultaba reconfortante. Con ello mitigaría de algún modo la inquietud creciente que sentía por lo que le esperaba aquella noche. Olvídate del dinero en metálico, repetía sin cesar una voz en su cabeza. Dile al Flautista que nos dé el millón del dinero de la transferencia. Deja a las crías en cualquier sitio donde puedan encontrarlas. Así evitarás que puedan perseguiros y pillaros.
Pero el Flautista no lo aceptará, pensó Lucas con pesar mientras notaba que las ruedas de la avioneta comenzaban a elevarse. O recogemos el dinero esta noche o nos veremos sin un centavo y con una acusación de secuestro si nos cogen.
El vuelo duró poco, lo justo para alcanzar la costa, situada a unos kilómetros del aeropuerto, sujetar con firmeza el timón de control con las rodillas, reducir la velocidad, agarrar la caja no sin dificultad, colocársela en el regazo, abrir la portezuela con cuidado y lanzar la caja al vacío. Lucas observó su caída. El mar estaba picado y se veía gris. La caja desapareció entre las olas, formando una cascada de espuma en el aire. Lucas cerró la portezuela y apoyó la mano en el timón. Y ahora, manos a la obra, pensó.
Cuando aterrizó en el aeropuerto no vio a Charley Fox por ninguna parte, lo cual ya le iba bien. Así no sabrá si he vuelto con la caja o no, pensó.
Eran casi las cuatro. El viento empezaba a amainar, pero las nubes se cernían amenazadoras en el cielo.
¿Les favorecería que lloviera, o les supondría un problema? Lucas enfiló hacia el aparcamiento y se metió en su coche. Permaneció allí sentado unos minutos, tratando de determinar si sería mejor que lloviera o no. El tiempo lo dirá, concluyó. Por el momento lo que tenía que hacer era sacar la limusina del garaje y llevarla al túnel de lavado para que el señor Bailey la viera reluciente. Si daba la casualidad de que los federales estaban en casa de Bailey, sería una manera de mostrarles que era un conductor de limusinas concienzudo, ni más ni menos.
Además, así tendría con qué entretenerse. Si se quedaba en el apartamento sin hacer nada se volvería loco. Una vez tomada la decisión, Lucas giró la llave de contacto.
Dos horas más tarde, recién duchado, afeitado y vestido con su impecable uniforme de chófer, Lucas entró con su limusina impoluta en la propiedad de Franklin Bailey.