A las diez y media Angie estaba desayunando con las gemelas. Con la tercera taza de café solo de la mañana comenzaba a notarse un poco más despejada. Había dormido fatal. Miró a Kathy. Parecía que el vaporizador y las aspirinas le habían hecho efecto. Aunque la habitación apestaba a Vick's, al menos el vapor le había aliviado un poco la tos. De todos modos, aún se la veía enferma, y se había despertado varias veces a lo largo de la noche, llamando a gritos a su madre. Estoy rendida, pensó Angie, me muero de sueño. Al menos la otra ha dormido bastante bien, aunque a veces, cuando Kathy tosía fuerte, a Kelly le daba por toser también.
—¿Esa también se está poniendo mala? —le había preguntado Clint varias veces durante la noche.
—No. Duerme, anda —le había ordenado Angie—. No quiero que esta noche acabes medio muerto.
Angie miró a Kelly, que le devolvió la mirada. Era lo único que podía hacer para no pegarle una bofetada a aquella cría tan descarada.
—Queremos volver a casa —no paraba de decir la niña a cada minuto—. Kathy y yo queremos volver a casa. Nos prometiste que nos llevarías a casa.
No sabes las ganas que tengo de que vuelvas a casa, pensó Angie.
Era evidente que Clint tenía los nervios de punta. Se había llevado el café al sofá y estaba delante del televisor tamborileando los dedos sobre el trasto viejo que les servía de mesa de café. Se había puesto a ver las noticias por si decían algo más sobre el secuestro, pero al menos tuvo la cautela suficiente para silenciar el volumen con el mando a distancia. Las niñas estaban de espaldas a la tele.
Kelly se había comido parte del plato de cereales que Angie les había preparado, y Kathy se había tomado al menos algunas cucharadas. Ambas estaban pálidas, reconoció Angie para sus adentros, y tenían el pelo un tanto sucio y revuelto. Por un momento pensó en cepillárselo a las dos, pero luego cayó en la cuenta de que se pondrían a gritar si tenían enredos. Olvídalo, concluyó.
Angie empujó su silla hacia atrás.
—Hala, niñas. A dormir otro ratito.
Las gemelas se habían acostumbrado a que las metieran en la cuna después de desayunar. Kathy incluso levantó los brazos para que la cogieran. Mira cómo sabe que la quiero, pensó Angie, y acto seguido soltó una palabrota en voz baja al ver que Kathy le daba un codazo al plato de cereales, manchándose la parte delantera del pijama. Kathy rompió a llorar con un llanto quejumbroso que acabó en tos.
—Ya está. Ya está —espetó Angie. Y ahora qué hago, se preguntó. Ese imbécil de Lucas está al caer, y me han dicho que tenga a las niñas en pijama todo el día. A lo mejor si le pongo una toalla bajo lo que está mojado se secará.
—Shhh —dijo impaciente al coger en brazos a Kathy. La pechera empapada del pijama le humedeció la blusa mientras llevaba a la niña al dormitorio. Kelly bajó sola de la silla y echó a andar al lado de ellas, alargando la mano para tocar el pie de su hermana.
Angie dejó a Kathy en la cuna y cogió una toalla de encima del tocador. Cuando fue a ponérsela bajo el pijama Kathy se había hecho un ovillo y estaba chupándose el pulgar. Eso era nuevo, pensó Angie mientras cogía a Kelly para meterla en la cuna.
Kelly se esforzó enseguida en ponerse de pie y se agarró con firmeza a los barrotes.
—Queremos volver a casa ya —insistió—. Lo prometiste.
—Volveréis a casa esta noche —le dijo Angie—. Así que cállate ya.
Angie bajó del todo las persianas de la habitación. Luego comenzó a subir una de ellas para que entrara algo de claridad, pero lo pensó mejor. Si las dejo a oscuras seguro que se duermen, supuso, y regresó a la cocina, cerrando la puerta de un portazo tras ella como advertencia para que Kelly no diera problemas. La noche anterior, cuando la niña se había puesto a mecer la cuna, un buen pellizco en el brazo le enseñó que aquello no era una buena idea.
Clint seguía viendo la televisión. Angie comenzó a quitar la mesa.
—Recoge esas cintas de Barney —ordenó a Clint mientras dejaba los platos en el fregadero—. Ponlas en la caja con la máquina de escribir.
El Flautista, quienquiera que fuera, le había ordenado a Lucas que arrojara al mar cualquier cosa que pudiera estar relacionada con el secuestro.
—Eso incluye la máquina de escribir que utilizamos para la nota del rescate, y cualquier prenda de vestir, juguete, sábana o manta donde pudiera haber ADN de las niñas —le había explicado Lucas a Clint. Ninguno de ellos se imagina lo bien que encaja eso con mis planes, pensó Angie.
—Angie, esta caja es muy grande —protestó Clint—. A Lucas le costará tirarla al mar.
—No es tan grande —espetó Angie—. Aún tengo que meter el vaporizador. ¿Vale?
—Qué lástima que no podamos meter la cuna.
—Cuando dejemos a las crías podemos volver aquí y desmontarla. Ya te desharás de ella mañana.
Dos horas más tarde Angie estaba preparada para la reacción explosiva que tuvo Lucas al ver la caja.
—¿No podríais haber buscado una más pequeña? —bramó.
—Pues claro que sí. Podría haber ido al supermercado y explicarles para qué quería una caja y qué era lo que iba a meter dentro. Esta estaba en el sótano. Para lo que es ya vale, ¿no?
—Angie, creo que abajo hay cajas más pequeñas —sugirió Clint.
—Esta ya está cerrada y atada —gritó Angie—. No se hable más.
Un minuto más tarde Angie vio con enorme satisfacción cómo Lucas cargaba con la pesada y voluminosa caja hasta el coche.