A las cinco en punto de aquella tarde el vecino de Franklin Bailey, el juez jubilado Benedict Sylvan, aporreó su puerta. Cuando Bailey la abrió un Sylvan sin aliento dijo de corrido:
—Franklin, acabo de recibir una llamada. Creo que era el secuestrador. Va a llamar otra vez a mi casa dentro de tres minutos. Ha dicho que tenía instrucciones para ti.
—Sabrá que me han pinchado el teléfono —supuso Bailey—. Por eso te ha llamado a ti.
Los dos hombres atravesaron a toda prisa los amplios jardines que separaban sus casas. Apenas habían llegado a la puerta abierta de la casa del juez cuando sonó el teléfono de su estudio. El juez echó a correr para cogerlo. Jadeando sin resuello, logró decir:
—Franklin Bailey está conmigo. —Y pasó el teléfono a Bailey.
La persona que llamaba se identificó como «el Flautista». Sus instrucciones fueron concisas y explícitas: a las diez de la mañana del día siguiente C.F.G. & Y. efectuaría una transferencia bancaria directa de siete millones de dólares a una cuenta del extranjero. El millón de dólares restante del rescate tendrían que entregarlo en mano, en billetes usados de cincuenta y veinte dólares con números de serie no correlativos.
—Cuando la orden de transferencia se haya hecho efectiva, recibirá las instrucciones para la entrega del dinero en metálico.
Bailey había garabateado la información sobre la alfombrilla del escritorio del juez.
—Necesitamos una prueba de que las niñas están vivas —dijo con voz tensa y temblorosa.
—Usted cuelgue. Dentro de un minuto oirá las voces de las dos niñas vestidas de azul.
Franklin Bailey y el juez Sylvan se quedaron mirándose el uno al otro mientras Bailey colgaba el auricular. Al cabo de unos instantes volvió a sonar el teléfono. Cuando lo cogió, Bailey oyó una voz de niña que decía:
—Hola, señor Bailey. Le hemos visto por la tele esta mañana con mamá y papá.
Una segunda voz susurró:
—Hola, señor…
Pero las palabras de la niña se vieron interrumpidas por un acceso de tos, una tos ronca y fuerte que siguió resonando en la cabeza de Bailey cuando se cortó la comunicación.