Capítulo 109

—Las gemelas Frawley han sido trasladadas al hospital de Cabo Cod —informó el presentador de los informativos del canal 5—. El estado de Kathy Frawley es crítico. El cuerpo de uno de los secuestradores, Angie Ames, ha sido recuperado de la furgoneta hundida en el puerto deportivo de Harwich. Su cómplice, Clint Downes, en cuya casa situada en Danbury, Connecticut, tenían retenidas a las gemelas, se encuentra detenido en Hyannis. El hombre que según se cree es el cerebro del secuestro, el Flautista, aún anda suelto.

No han dicho que estoy en el cabo, pensó el Flautista, desesperado, mientras aguardaba sentado en la sala de embarque del aeropuerto de Chatham, mirando las noticias por televisión. Eso significa que Clint aún no les ha dado mi descripción. Soy su única baza. Me entregará a cambio de una reducción de condena.

Tengo que salir del país ahora mismo. Pero de momento no podía despegar ningún vuelo debido a la lluvia torrencial y la niebla. El piloto de su avión le había dicho que confiaba en que el retraso no se prolongara mucho.

¿Por qué me entraría el pánico y se me ocurriría la locura de secuestrar a esas niñas?, se preguntó. Lo hice porque tenía miedo, porque temía que Millicent hubiera hecho que me siguieran y hubiera descubierto que andaba con otras. Si ella hubiera decidido deshacerse de mí me habría quedado sin trabajo, y no tendría ni un centavo a mi nombre. Lo hice porque creía que podía confiar en Lucas. Él sabía mantener la boca cerrada. Nunca me habría delatado, por mucho que le ofrecieran. Y al final, de hecho, no me delató. Clint no tenía ni idea de quién era yo.

Ojalá no hubiera venido a Cabo Cod. A estas alturas podría estar fuera del país con todos esos millones aguardándome. Llevo el pasaporte encima. Le diré al piloto que me lleve a las Maldivas; allí no hay tratado de extradición.

La puerta de la sala de embarque se abrió de golpe y dos hombres irrumpieron en el interior. Uno de ellos se puso detrás del Flautista sin que él lo viera y le ordenó que se levantara con las manos en alto antes de proceder a registrarle.

—FBI, señor Stanford —le informó el otro—. Menuda sorpresa. ¿Qué le trae por aquí esta noche?

Gregg Stanford lo miró directamente a los ojos.

—He venido a visitar a una amiga, una joven. Un asunto privado que no es de su incumbencia.

—¿No se llamará Angie por casualidad?

—Pero ¿de qué me habla? —quiso saber Stanford—. Esto es indignante.

—Sabe perfectamente de qué le hablo —replicó el agente—. Esta noche no va a coger ningún avión, señor Stanford. ¿O prefiere usted que le llame el Flautista?