—Hemos conseguido estabilizar a Kelly, pero aunque no hay nada en los pulmones sigue teniendo dificultades para respirar —dijo con gravedad el médico de la unidad de cuidados intensivos de pediatría—. El estado de Kathy, sin embargo, es mucho peor. Está muy enferma. La bronquitis ha derivado en neumonía y es evidente que le han administrado fuertes dosis de algún medicamento para adultos que ha debilitado su sistema nervioso. Me gustaría ser más optimista, pero…
Steve, que llevaba un aparatoso vendaje en el brazo, estaba sentado con Margaret junto a la cuna. Kathy, casi irreconocible con aquel pelo corto y oscuro y la mascarilla de oxígeno que le tapaba media cara, yacía totalmente inmóvil. La alarma del monitor que controlaba su respiración había sonado ya dos veces.
Kelly se encontraba en una cuna del ala de pediatría, al otro lado del pasillo. La doctora Harris estaba con ella.
—Tienen que traer a Kelly ahora mismo —ordenó Margaret.
—Señora Frawley…
—Ahora mismo —insistió Margaret—. Kathy la necesita.