¡Chask!
Gordon había apretado los labios. Gordon había dicho con un gesto de rabia, como si la televisión tuviera la culpa de algo:
—¡Conexión! ¡Ahora!
Se estaban extinguiendo los ecos de la última campanada cuando las tres pantallas transistorizadas funcionaron perfectamente. Los tres dormitorios aparecieron ante nuestros ojos.
Yo sabía que aún disponía de unos minutos para acudir a mi cita con Ingrid y por tanto estaba allí, ante las cámaras, mirando con la misma ansiedad que los otros. Vimos perfectamente los tres dormitorios porque esta vez todos se hallaban iluminados.
El primero fue el de la pequeña.
Leía tranquilamente en la cama, sin preocuparse de lo avanzado de la hora. Su rostro era perfectamente plácido. No nos podía caber ninguna duda acerca de su inocencia. Ella no tenía la menor culpa en lo que estaba sucediendo.
En cambio, con Oscar esperábamos otra cosa.
Todos esperábamos verle entrar en su dormitorio con un estilete tinto en sangre.
Pero nada de eso.
El bestia de Oscar Forrestal estaba medio tumbado en una butaca y leyendo un libro para viejos libidinosos. La portada, que la cámara captó perfectamente, era, en este sentido, lo bastante ilustrativa. Era como para ponerse a dar saltos.
Resultaba evidente que Oscar Forrestal no se había movido de allí. Además, estaba en bata. Y tenía cara de embobado. Nos quedaba el tercer dormitorio, el de Nancy, hacia el cual fueron nuestros ojos con un ansia que ya nadie intentaba disimular.
Nancy estaba a medio vestir.
La muy condenada.
La muy picarona.
Tanto, que Gordon hizo ademán de ir a abrazar la pantalla del televisor mientras barbotaba:
—¡Por todos los diablos!
Nancy ordenaba sobre la cama algunas de sus ropas.
Calmosamente atravesó la habitación y las colgó en el armario.
Y en aquel momento la conexión cesó.
Las pantallas (y también nuestros cerebros) se llenaron de tinieblas.
Gordon masculló:
—Brrrr… ¡Ese bestia de notario podría haber estado más rato! ¡Lo de Nancy valía la pena!
—Ya hemos visto lo suficiente —dijo el policía que estaba a su lado—. Lo cierto es que a las doce en punto los tres Forrestal estaban en sus habitaciones.
—Y por lo tanto es evidente —dijo Gordon, alzando un poco los brazos— que no se ha cometido ningún crimen.
No había terminado de decir esto, cuando la puerta se abrió de repente. Cuando en el umbral surgió un policía con los ojos desencajados.
—¡Ha aparecido Ingrid! —barbotó—. ¡Está abajo, en la sala de las momias! ¡Y la han asesinado…!