El domingo por la mañana, Tommy Duggan y Pete Walsh se reunieron con Emily y Nick en una mesa apartada de The Breakers.
—Tenías razón, Emily —dijo Tommy—. Existía un testimonio escrito completo de lo que su bisabuelo hizo. Además, Stafford llevaba un diario y escribía los detalles con el mismo estilo clínico de su antepasado.
Conseguimos una orden de registro de la casa de Stafford y encontramos su diario y el de Douglas Carter. He estado toda la noche leyéndolos. Sucedió tal como habías supuesto. La esposa de Douglas Carter se pasaba el día aturdida por el láudano que tomaba. Tal vez él aumentaba la dosis. Escribe en su diario que atrajo a Madeline a su casa con la excusa de que su mujer había sufrido un ataque. Cuando la abrazó e intentó besarla, ella se resistió, y él supo que si hablaba sería su ruina.
—Me cuesta pensar que fuese el bisabuelo de Will Stafford quien hizo esto —dijo Emily.
Era como si unos dedos sepulcrales la hubieran tocado. «Todavía me siento muy asustada —pensó—. ¿Me sentiré a salvo algún día?».
—Douglas Carter tenía casi cincuenta años cuando su segunda esposa, Lavinia, dio a luz una niña en 1900 —dijo Duggan—. La llamaron Margaret. Después de la muerte de Douglas en 1910, Lavinia y Margaret se mudaron a Denver. Margaret se casó en 1935. Su hija, Margo, fue la madre de Will Stafford.
—Me dijo que encontró el diario por casualidad, cuando su madre y él vinieron a Spring Lake y pasaron por la casa donde habían vivido sus bisabuelos —dijo Emily.
—Sí, fisgoneó en el segundo piso de la cochera y encontró el diario de su bisabuelo —confirmó Duggan.
—Tengo la sensación —dijo Nick— de que ya era un ser enfermizo. Un chico normal se habría quedado horrorizado y habría enseñado el diario a un adulto.
Mientras escuchaba, Emily tuvo la sensación de que vivía todavía en un mundo onírico. Era evidente que Will se había presentado con bastante antelación la noche que la había invitado a cenar con el fin de arrancar el sensor de la puerta que conducía al estudio. Debía de haber cogido la llave del llavero que los Kiernan le habían entregado al comprar la casa.
La noche anterior, después de que se llevaran el cadáver de Stafford y el equipo forense terminara la penosa labor de recoger pruebas, Nick le dijo que cogiera lo imprescindible y se hospedara en su mismo hotel: The Breakers.
—Una vez más, mi casa se ha convertido en la escena del crimen —dijo Emily.
—Pero será la última —contestó Nick—. Todo ha terminado.
Sin embargo, incluso en la seguridad de The Breakers, Emily se despertó a las tres de la mañana sobresaltada y convencida de que había oído pasos en el pasillo. Después, la certidumbre de que Nick estaba en la habitación de al lado fue suficiente para controlar los temblores y volver a dormir.
—¿Douglas Carter mató a su hijo? —preguntó Emily.
—Su diario no lo aclara —contestó Duggan—. Dice que Douglas tenía una escopeta y que forcejeó con él. Cuando se disparó, hizo que pareciera un suicidio. No me sorprendería que Douglas hubiera descubierto lo que su padre había hecho y se encarara con él. Quizá no pudo superar el haber matado a su único hijo. ¿Quién sabe?
—¿Cómo pasó lo de Letitia y Ellen? —Emily necesitaba saberlo para conseguir olvidar algún día aquella pesadilla.
—Letitia iba a la playa —dijo Pete Walsh—. Llevaba a la señora Carter un ramo de flores de su jardín, y el señor Carter estaba en casa. Una vez más, sus insinuaciones fueron rechazadas y de nuevo mató a la joven.
Tommy Duggan meneó la cabeza.
—Es muy desagradable la lectura de ese diario. Ellen Swain fue a ver a la señora Carter y empezó a hacer preguntas, pues por lo visto había llegado a sospechar que el señor Carter era el causante de la desaparición de sus dos amigas. Ya no salió de aquella casa, aunque, considerando el estado de su esposa, fue fácil para Carter convencerla de que había visto salir a la muchacha.
Duggan frunció el entrecejo.
—Es muy concreto sobre el lugar donde enterró a Ellen. Vamos a intentar encontrar sus restos para sepultarlos con los de sus familiares. Murió cuando intentaba averiguar lo que había sido de su amiga Letitia. En cierta manera, no es casual que los dos nichos familiares estén contiguos en el cementerio.
—En teoría, a mí me iban a enterrar con Ellen —dijo Emily—. Al menos ese era su plan.
Notó el brazo de Nick Todd alrededor de su espalda. Por la mañana había llamado a la puerta de su habitación con una taza de café en la mano.
—Esta es una de las cosas que echarás de menos en la oficina, porque, si consigo el empleo que tengo entre ceja y ceja, será en el centro de la ciudad. He invitado a mi padre a comer en la cafetería de la oficina del secretario de Justicia. Tú también puedes venir. Mejor aún, prefiero que vengas sin él.
«Lo haré —pensó ella—. No te quepa duda».
Pete Walsh acababa de terminar su ración doble de huevos revueltos, salchichas y beicon.
—Tu estudio ya debe de estar libre, Emily. Creo que, a partir de ahora, reinará la paz en tu hogar.
El desayuno de Tommy Duggan había consistido en zumo de naranja, café y un plátano.
—He de irme —dijo—. Mi mujer, Suzie, tiene grandes planes para mí. No ha parado de amenazarme con que, el primer fin de semana caluroso, tendría que limpiar el garaje. Ha llegado el momento.
—Antes de que te vayas —se apresuró a decir Emily—, ¿qué sabes del doctor Wilcox y de Bob Frieze?
—Creo que Wilcox se ha quedado muy tranquilo. Ha trascendido que se enrolló con una estudiante hace años. La foto de ella sale en todos los periódicos de hoy. Aunque cometió un error siendo rector de la universidad, nadie que vea hoy la foto de la chica en cuestión pensará que se aprovechó de una joven virginal.
—¿Cómo ha reaccionado su mujer?
—Creo que la humillación pública destruirá ese matrimonio. Ella sabía por qué Wilcox dimitió tan repentinamente. No se lo pudo ocultar y yo diría que se lo ha restregado por la cara cada dos por tres. Pero creo que Wilcox se siente aliviado. Me dijo que está convencido de que su novela es muy buena. ¿Quién sabe? Puede que inicie una nueva carrera.
Tommy apartó su silla.
—En cuanto a Frieze, puede dar gracias a Natalie de estar libre de toda sospecha. Ella le dio un papel que encontró en su bolsillo, con un número de teléfono y el nombre de una tal Peggy que pedía que la llamara. Nuestros chicos lo han investigado. Frieze tenía la costumbre de dejarse caer por un bar de Morristown. Afirma que no recuerda nada, pero es evidente que no perdía el tiempo durante sus espacios en blanco. Peggy es muy atractiva. Gracias al testimonio de Peggy y a los diarios de Will Stafford, Frieze está libre de toda sospecha.
Tommy Duggan se levantó.
—Una última información. Stafford abordó a Martha cuando la joven dejó el paseo. Se acercó en coche a ella y le dijo que tenía dolores en el pecho. Le pidió que se pusiera al volante del coche. Ella le conocía y picó el anzuelo, por supuesto. Obligó a Carla a subir a su coche cuando ella iba a buscar el suyo, después de despedirse de los Warren. Luego Stafford volvió y se llevó el coche de la chica. Un tipo estupendo, ¿verdad? Disfrutad del resto del desayuno, amigos. Nos largamos.
Cuando se fueron, Emily guardó un largo silencio.
—Nick, el motivo de que Tommy Duggan viniera anoche a mi casa era entregarme una foto ampliada. La he visto esta mañana.
—¿Y qué has descubierto?
—El laboratorio de la policía hizo un trabajo magnífico. Las caras se ven con mucha claridad y puedo emparejarlas con todos los nombres que aparecen en el reverso del original. Madeline, Letitia, Ellen, Phyllis y Julia. Y los hombres. George, Edgar, el joven Douglas, Henry, incluso Douglas Carter padre o Will Stafford, como le conocimos en la actualidad.
—Emily —protestó Nick—, no creerás que se reencarnó ¿verdad?
Ella le miró sin pestañear, suplicando comprensión.
—Nick, Will Stafford era la viva imagen de su bisabuelo tal como aparece en la foto, pero…
—¿Qué pasa, Emily?
—Descubrí esa foto entre los recuerdos de la familia Lawrence. Hay una posibilidad entre un millón de que Will la viera alguna vez.
Nick apoyó la mano en la de Emily.
—Nick —susurró ella—, en esa fotografía Douglas Carter sostenía lo que parecía un pañuelo de mujer con cuentas metálicas.