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Nick Todd decidió que, para quedarse tranquilo, iría a casa de Emily y comprobaría que todo fuese bien. Se estaba acercando cuando un coche de la policía entró en el camino de acceso.

Nick, aterrado, frenó detrás y bajó.

—¿Le ha pasado algo a Emily? —preguntó.

«Por favor, Dios, que no le pase nada», suplicó en silencio.

—Esperemos que no —replicó el agente Reap.

«La policía volverá a pasar —se dijo Emily—, pero si no le han visto entrar, ¿de qué servirá? Ha conseguido salir bien librado de las muertes de Martha, Carla, Natalie, la señora Joyce y tal vez otros. Yo soy la siguiente. Oh, Dios, ¡quiero vivir!».

—Háblame de los diarios —dijo—. Has tomado nota de todo, ¿verdad? Habrás apuntado cada detalle de cómo sucedió, de tus sentimientos en aquel tiempo, de las reacciones de las familias de las chicas.

—Exacto. —Parecía complacido de que comprendiera—. Emily, para ser mujer eres muy inteligente, pero tu inteligencia está limitada por el enemigo innato de la mujer: su generosidad de espíritu. Con la compasión visible en tus ojos, te tragaste mi historia de que había asumido la culpabilidad de un amigo que había sido el verdadero conductor cuando ocurrió el accidente. Te lo dije porque mi recepcionista admitió haber contado demasiadas cosas a esa periodista chismosa y tenía miedo de que, si se publicaba, te pusiera en guardia.

—Hicieras lo que hicieras, tu historial juvenil habría seguido cerrado.

—Lo que hice fue seguir el ejemplo de mi bisabuelo. Me apoderé por la fuerza de una jovencita, pero sus gritos se oyeron antes de que pudiera terminar mi misión. Pasé tres años en un centro de reclusión de menores, no sólo uno como te dije.

Ha llegado la hora, Emily… Ha llegado la hora de que te reúnas con la adorable Madeline, ha llegado la hora de que descanses con Ellen.

Emily contempló el trozo de tela que sujetaba. «Está disfrutando —pensó—. Hazle más preguntas». Quiere pavonearse.

—Cuando me reúna con Ellen, ¿todo habrá terminado? —preguntó.

Will estaba detrás de ella, anudando con delicadeza los restos del pañuelo alrededor de su cuello.

—Ojalá fuera cierto, pero aún queda otra más. La secretaria de la doctora Madden tuvo la desgracia de verme un momento la noche que acudí a su consulta. Con el tiempo podría acordarse de mí. Igual que Bernice Joyce y Natalie Frieze, supone un riesgo inaceptable. —Se inclinó y rozó su mejilla con los labios—. Besé a Madeline mientras la estrangulaba con el cinturón —susurró.

Tommy Duggan y Pete Walsh llegaron a casa de Emily justo a tiempo de ver cómo el agente Reap subía corriendo los peldaños del porche seguido de otro hombre.

Reap se apresuró a informarles de lo que había visto en el monitor de la furgoneta de Bailey.

—¡Olvídate de la puerta principal. Ve a una de las del porche, a la derecha! —gritó Duggan.

Walsh y él, seguidos por Nick, corrieron hacia la izquierda. Al llegar a la puerta del estudio, los tres hombres miraron por la ventana y vieron que el pañuelo estaba presionando el cuello de Emily.

Tommy sabía que era cuestión de segundos. Apuntó y disparó a través del cristal.

El impacto de la bala provocó que Will Stafford saltara hacia atrás y después se derrumbara en el suelo, sin soltar los restos del pañuelo que había segado las vidas de Martha Lawrence y Carla Harper.