87

El coche patrulla de la policía de Spring Lake se desvió por Ocean Avenue.

—¡Allí está! —dijo el agente Reap señalando a una furgoneta azul oscuro aparcada en uno de los espacios encarados al paseo marítimo.

Se detuvieron a su lado y golpearon con los nudillos en la ventanilla delantera.

—Hay luz en la parte de atrás —dijo Phil. Volvió a llamar de nuevo esta vez con más fuerza.

—¡Policía, abran! —gritó.

Eric estaba viendo la televisión, fascinado, y no quería que le interrumpieran. La llave de la furgoneta estaba en su bolsillo. La sacó y apretó el mando a distancia que desbloqueaba las puertas.

—Entren —dijo—. Estoy aquí. Les estaba esperando, pero déjenme acabar de ver el espectáculo.

Reap y su compañero abrieron la puerta y vieron la pantalla del monitor. «Este tipo está como una regadera», pensó Reap mientras echaba un vistazo. Por un momento creyó que estaba viendo una película de terror.

—Va a matarla —dijo Eric—. Cállense, está hablando con ella. Escuchen lo que dice.

Los dos agentes se quedaron inmóviles un instante, petrificados por lo que estaban viendo y por la voz serena que surgía del altavoz.

«En mi actual encarnación sólo esperaba repetir la pauta del pasado —estaba diciendo Will Stafford—, pero no ha podido ser. Pensé que Bernice Joyce era una amenaza que debía ser eliminada. Lo último que me dijo antes de morir fue que se había equivocado. Pensaba que había visto a otra persona coger el pañuelo. Una pena. No tenía por qué haber muerto».

«¿Por qué mataste a Natalie?», preguntó Emily para ganar tiempo.

«Siento lo de Natalie. La noche de la fiesta de los Lawrence, salió al porche para fumar un último cigarrillo antes de dejar el vicio para siempre. Desde aquel lugar puede que me viera llevar el pañuelo al coche. Cuando empezó a fumar otra vez, durante nuestra comida del miércoles pasado, presentí que empezaba a recordar. Se había convertido en un peligro. No podía permitir que siguiera con vida. Pero no te preocupes. Su muerte fue misericordiosamente rápida. Siempre ha sido así. Como lo será en tu caso, Emily, te lo prometo».

El agente Reap, estupefacto, comprendió de repente que estaba a punto de presenciar un asesinato en directo.

«… cuando tenía catorce años, mi madre y yo vinimos por primera vez a Spring Lake. Para ella fue un viaje sentimental. Nunca dejó de querer a mi padre. Pasábamos ante la casa donde había nacido su madre, mi abuela».

—¡Dios Todopoderoso, son Will Stafford y Emily Graham! —jadeó Reap—. Pasé por su casa el domingo pasado, después de que echaran por debajo de su puerta una foto de ella en la misa. ¡Quédate con él! —ordenó al otro agente mientras saltaba de la furgoneta y echaba a correr.

«… La mujer que vivía en casa de mi bisabuelo nos invitó a entrar. Me aburrí y empecé a fisgonear por la segunda planta de la cochera. Encontré su diario. Estaba escrito que iba a encontrarlo, porque soy Douglas Richard Carter. He vuelto a Spring Lake».

«Que no sea demasiado tarde», rezó Phil Reap cuando subió al coche patrulla. Mientras se dirigía a toda velocidad hacia Hayes Avenue, 100, pidió ayuda por radio.