84

—Pero cuando todo el peso de la ley caiga sobre mí, tú ya no estarás —contestó en voz alta Eric.

Bailey estaba sorprendido de que le hubiesen identificado como el acosador de Emily. Había sido tan precavido, pensó mientras contemplaba la caja de cartón que contenía el abrigo, el vestido y la peluca de mujer que había utilizado en St Catherine el sábado, convencido de que todos los disfraces empleados para acercarse a Emily en el pasado no habían sido descubiertos.

Y ahora la policía le andaba buscando; pronto le detendrían y le enviarían a la cárcel. Su empresa se arruinaría. Los que le habían alabado con tanto servilismo se lanzarían sobre él como perros de presa.

Volvió a concentrarse en la pantalla y se inclinó, con los ojos abiertos de par en par, muy excitado.

Emily había vuelto al comedor y estaba de rodillas, examinando la caja de libros. Era evidente que buscaba algo.

Pero en la pantalla dividida vio que el pomo de la puerta que comunicaba el porche con el estudio estaba girando. «¡La alarma está conectada! —pensó—. ¡Alguien la ha manipulado!».