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El placer que sintió Emily al oír la voz de Marty Browski se tornó en sobresalto cuando se enteró del motivo de su llamada.

—Eso es imposible —replicó.

—No, Emily —dijo Marty con firmeza—. Escucha, la policía local mantendrá la casa bajo vigilancia.

—¿Cómo van a hacerlo?

—Pasarán ante tu casa cada quince minutos. Si Eric llama para verte, dale largas. Dile que tienes jaqueca y te vas a acostar temprano. Pero no le abras la puerta. Quiero que tengas conectada la alarma. La policía de Spring Lake está buscando a Bailey. Saben qué vehículo conduce. ¡Comprueba esas cerraduras ahora!

—Lo haré.

Emily colgó, fue de habitación en habitación comprobando las puertas que daban al porche y las de delante y atrás. Conectó la alarma y vio que la señal luminosa de la caja cambiaba de verde a rojo.

«Eric —se lamentó—. Mi amigo, mi camarada, mi hermano pequeño. Estuvo aquí el lunes, instalando las cámaras, como si estuviera muy preocupado por mí, cuando en realidad…».

Traición. Hipocresía. Instalaba cámaras de seguridad y se reía de mí mientras tanto. Emily pensó en todas las noches del año anterior, cuando se había despertado, sobresaltada, convencida de que había alguien en la casa. Pensó en todas las veces que le había costado concentrarse en la defensa de un cliente por culpa de una foto de ella que Eric había tomado y deslizado bajo su puerta o dejado en el parabrisas.

—Espero que, cuando encuentren a ese chiflado, caiga sobre él todo el peso de la ley —dijo en voz alta, sin saber que en ese preciso momento estaba mirando a una cámara ni que Eric Bailey estaba en su furgoneta, aparcada a seis manzanas de distancia, viéndola en la pantalla de su monitor.

Una figura vestida con chándal oscuro y pasamontañas entró sigilosamente en el estudio. El intruso, con un veloz y furtivo movimiento, se acuclilló detrás de la butaca donde Emily siempre se sentaba. Mientras Eric miraba, el hombre del pasamontañas sacó un trozo de tela del bolsillo y lo tensó con ambas manos como si lo estuviera probando.

Emily volvió al estudio con un libro, se acomodó en la butaca y empezó a leer.

El intruso no se movió.

—El tipo se lo está pasando en grande —susurró Eric para sí—. Quiere que la cosa se prolongue. Lo comprendo. Vaya si lo comprendo.