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Por tercera vez en dos días, cintas marcadas con las palabras ESCENA DEL CRIMEN aparecieron en la propiedad de un habitante de Spring Lake.

La residencia, una de las más antiguas de la ciudad, había sido una granja y todavía conservaba las líneas sencillas del diseño decimonónico.

La espaciosa propiedad se componía de dos parcelas. La casa y el jardín estaban a la izquierda, en tanto la zona de la derecha seguía en su estado boscoso natural.

Fue allí, a la sombra de un grupo de plátanos, donde encontraron el cadáver de Natalie Frieze envuelto en plástico grueso.

Los acontecimientos posteriores provocaron una sensación de deja vu a los residentes de la zona. La prensa invadió el lugar con furgonetas provistas de antenas. Varios helicópteros sobrevolaban los edificios. En contraste, los vecinos se congregaron en silencio en la acera y la calle acordonada.

Después de recibir la llamada telefónica de Emily, Tommy Duggan y Pete Walsh pusieron en alerta a la policía de Spring Lake. Antes de llegar a casa de Emily, recibieron la confirmación de que la postal no era un engaño. Pero, esta vez, no habían enterrado los restos.

—Me pregunto por qué no la enterró —murmuró Pete Walsh mientras veía una vez más al equipo forense llevar a cabo la tétrica tarea de examinar y fotografiar a la víctima y los alrededores.

Antes de que Tommy pudiera contestar, apareció un coche patrulla. Un pálido y estremecido Bob Frieze salió del asiento trasero, vio a Duggan y corrió hacia él.

—¿Es Natalie? —preguntó—. ¿Es mi mujer?

Duggan asintió en silencio. No tenía la menor intención de ofrecer una pizca de compasión al hombre que tal vez era el asesino.

A pocos pasos de distancia, Reba Ashby, camuflada tras unas grandes gafas de sol y un pañuelo que cubría su cabeza y ocultaba su cara, escribía en su libreta: «Asesino en serie reencarnado se cobra su tercera víctima».

Cerca, Lucy Yang, una reportera del Canal 7 de Nueva York, hablaba a la cámara en voz baja:

—El siniestro imitador de los crímenes del siglo XIX se ha cobrado su tercera y quizá última víctima. El cadáver de Natalie Frieze, de treinta y cuatro años, esposa del restaurador y ex ejecutivo de Wall Street Robert Frieze, ha sido encontrado hoy…

Duggan y Walsh siguieron al coche fúnebre que transportaba los restos mortales de Natalie hasta la oficina del forense.

—Lleva muerta entre treinta y seis y cuarenta horas —les dijo el doctor O'Brien—. Seré más concreto después de la autopsia. La causa de la muerte parece ser la misma: estrangulación. —Miró a Duggan—. ¿Vais a buscar los restos de la víctima del 31 de marzo de 1896?

Tommy asintió.

—Es preciso. Es muy probable que los encontremos ahí. El asesino imita al pie de la letra los asesinatos del siglo XIX.

—¿Por qué crees que no esperó hasta el 31 para asesinarla? —preguntó el médico—. No concuerda con la pauta de hacer coincidir las fechas.

—Creo que, debido a la vigilancia policial, quiso asegurarse de que no surgirían problemas, y por eso no corrió el riesgo de enterrarla. Supongo que su intención era que la encontráramos hoy, 31 de marzo —contestó Tommy.

—Has de pensar en otra circunstancia —dijo el médico—. Natalie Frieze fue estrangulada con el mismo tipo de cuerda que el asesino utilizó con Bernice Joyce. El tercer trozo del pañuelo utilizado con las otras dos chicas todavía no ha aparecido.

—En tal caso —dijo Tommy— puede que la pesadilla aún no haya terminado.