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Un presentimiento agorero se había apoderado de toda la ciudad, estremecida por los acontecimientos de los últimos días.

«¿Cómo es posible que esto esté sucediendo aquí? —se preguntaban los madrugadores unos a otros cuando se encontraban en la panadería—. Hoy es 31 de marzo. ¿Crees que pasará algo?».

El tiempo contribuía a la sensación de inquietud. El último día de marzo estaba siendo tan caprichoso como el resto del mes. La brisa cálida y los cielos despejados del día anterior habían desaparecido. Las nubes eran grandes y grises; el viento del océano, frío y molesto. Resultaba imposible creer que, al cabo de unas semanas, los árboles volverían a estar cargados de hojas, la hierba adquiriría un verde sedoso y los arbustos en flor rodearían de nuevo los cimientos de las casas centenarias.

Tras una agradable velada con Carrie Roberts, Emily pasó la noche inquieta, acosada por sueños indefinidos, no tan aterradores como tristes. Despertó de uno de ellos con lágrimas en los ojos, sin recordar qué las había provocado.

No preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti.

«¿Qué me ha recordado esa frase?», se preguntó mientras apoyaba de nuevo la cabeza en la almohada sin ganas de iniciar el día. Solo eran las siete y confiaba en poder dormir un poco más.

Pero era difícil. Tenía demasiadas cosas en la cabeza.

Estaba muy cerca de descubrir la relación entre el pasado y el presente y entre las dos series de asesinatos. También confiaba en descubrir la pista que necesitaba en algún diario de Julia Gordon Lawrence.

La letra era exquisita, pero menuda y muy fina y, por lo tanto, difícil de leer. En muchas partes del diario, la tinta se había borrado, por lo que tuvo que concentrarse al máximo.

El detective Duggan había llamado mientras ella estaba cenando y había dejado el mensaje de que el laboratorio de la policía tendría la ampliación a última hora del día. Emily ardía en deseos de verla.

Ver aquella foto sería como conocer a gente de la que había oído hablar mucho, pensó. Quería ver sus caras con claridad.

La mañana nublada dejaba la habitación en semipenumbra. Emily cerró los ojos.

Eran las ocho y media cuando despertó de nuevo, esta vez sin la sensación de cansancio.

Ese estado de ánimo duró solo una hora. Cuando le entregaron el correo, vio un sobre sencillo con su nombre escrito con letra infantil.

Sintió un nudo en la garganta. Había visto aquella letra en la postal con los dibujos de las tumbas recibida unos días antes.

Abrió el sobre con dedos temblorosos y sacó la postal que contenía.

La postal iba dirigida a ella. La volvió y vio el dibujo de dos lápidas con los nombres de Natalie Frieze y Ellen Swain. Estaban colocadas en el centro de una zona boscosa contigua a una casa. La dirección escrita al pie de la postal era Seaford Avenue, 320.

Emily, con temblores que la obligaron a marcar dos veces el número, telefoneó a Tommy Duggan.