Eric Bailey pensaba ir a Spring Lake el viernes por la noche, pero cambió de opinión después de telefonear a Emily. Ella le dijo que iba a cenar con la propietaria de la fonda donde se había hospedado mientras tramitaba la compra de la casa.
Era absurdo, decidió Eric, desperdiciar el tiempo en Spring Lake si no sabía dónde estaría Emily. Para verla entrar en casa al final de la velada no valía la pena.
Iría al día siguiente y llegaría a media tarde. Aparcaría la furgoneta en un sitio discreto. Había muchos espacios para aparcar en Ocean Avenue y nadie se fijaría en una RV azul marino último modelo. Se confundiría con los demás vehículos, de precios entre moderados y altos, que entraban y salían de los aparcamientos cercanos al paseo marítimo.
Eric, enfrentado a la noche vacía que le aguardaba, se sintió impaciente. Tenía muchas cosas en la cabeza, mucho trabajo para los próximos días. El mundo se le caía encima. La semana siguiente, las acciones de la empresa no valdrían nada. Debería vender todo cuanto poseía. De la nada a la nada en cinco años, pensó irritado.
Estaba sumergido en aquella pesadilla por culpa de Emily Graham. Era la persona que había empezado a vender las acciones de la empresa. No había invertido ni un centavo, pero había ganado diez millones gracias al genio de Eric. A continuación, había rechazado su oferta amorosa con una sonrisa despectiva. Y tenía la vida arreglada.
Comprendió que muy pronto no bastaría con asustarla.
Debía dar un paso más.