74

Tommy Duggan y Pete Walsh llegaron a casa de los Frieze y encontraron a Robert muy nervioso, sentado en el sofá de la sala de estar, hablando con la policía local.

—Mi mujer tenía muchas ganas de mudarse a Manhattan; lo habíamos planeado desde hacía bastante tiempo —estaba diciendo—. Acabo de vender mi restaurante y pondré en venta esta casa de inmediato.

Una amiga le había prestado su apartamento y ayer iba a trasladarse. No sé por qué cambió de opinión. Natalie es impulsiva. Igual cogió un avión a Palm Beach. Allí tiene muchas amistades.

—¿Ha echado en falta su ropa de verano? —preguntó el agente.

—Mi mujer tiene más ropa que la reina de Saba. La he visto comprar el mismo traje dos veces por haberse olvidado de que ya lo tenía. Si a Natalie se le metió entre ceja y ceja ir en avión a Palm Beach, ni debió de pensar en llevarse ropa, porque lo normal en ella es plantarse en Worth Avenue nada más llegar y pasarse dos horas comprando, tarjeta de crédito en ristre.

Cuanto más hablaba Bob Frieze, más creíble se le hacía su hipótesis. Hacía muy poco, Natalie se había quejado del tiempo. Frío. Húmedo. Nublado. Espantoso. Eran solo algunas de las palabras que utilizaba para describir esta época del año.

—¿Le importa que echemos un vistazo, señor Frieze?

—Adelante. No tengo nada que ocultar.

Tommy sabía que Bob Frieze les había visto a él y a Walsh en cuanto entraron en la sala, pero no se había tomado la molestia de saludarles. Tommy ocupó el asiento que el policía acababa de dejar libre.

—Pensaba que no me había reconocido, señor Frieze. Nos hemos entrevistado varias veces.

—Más que varias veces, señor Duggan —replicó con sarcasmo Frieze.

Tommy asintió.

—Muy cierto. ¿Ha salido a correr esta mañana, señor Frieze?

«¿Lo he hecho? —se preguntó Bob Frieze. Llevaba puesto el chándal—. ¿Cuándo me lo puse? ¿Ayer por la tarde? ¿Anoche? ¿Esta mañana? ¿Seguí a Natalie cuando se fue del restaurante? ¿Volvimos a discutir?».

Se levantó.

—Señor Duggan, estoy más que harto de sus modales acusadores. Hace mucho tiempo que estoy harto, cuatro años y medio, para ser preciso. No pienso aguantar más interrogatorios de usted ni de nadie. Tengo la intención de empezar a telefonear a los amigos de Palm Beach para saber si han visto a mi mujer o si se va a quedar en casa de alguno. —Hizo una pausa—. Sin embargo, señor Duggan, antes llamaré a mi abogado. Para cualquier pregunta que desee hacerme, diríjase a él.