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El jueves por la tarde, como Reba Ashby no quería encontrarse de nuevo con la señora Bernice Joyce, liquidó su cuenta en el hotel The Breakers y se trasladó al Inn at the Shore de Belmar, a pocos kilómetros de Spring Lake. Esperaba que su artículo sobre Joyce causara sensación cuando llegara a los quioscos el viernes por la mañana, pero se quedó de una pieza cuando se enteró por la radio de su muerte.

Después se despertó su instinto de autoprotección. «Bernice tendría que haber acudido a la policía —se dijo Reba—. Era culpa suya. Solo Dios sabe a cuánta gente, además de mí, habrá contado que vio a alguien coger el pañuelo. Nadie se confía a una sola persona. Si no lo callan, tampoco deberían esperar que los demás guarden el secreto.

Por lo que sé, puede que preguntara al asesino si había cogido el pañuelo para admirarlo. Era lo bastante ingenua para hacerlo».

De todos modos, Reba llamó enseguida a Alvaro Martínez-Fonts, el director del periódico, para ponerse de acuerdo sobre cómo responder a cualquier acusación de la policía. Le contó que había ido a cenar a The Seasoner el jueves por la noche y no había visto a Bob Frieze.

—Soborné al jefe de comedor con cincuenta pavos, Alvaro —dijo—. Eso refrescó su memoria. Según él, hace mucho tiempo que Frieze se comporta de una manera rara. Cree que está al borde de un colapso nervioso o algo por el estilo. Ayer Natalie Frieze fue al restaurante, pero no se quedó mucho rato. Bob y ella se las tuvieron en la mesa y el jefe de comedor oyó decir a Natalie que tenía miedo de él.

—Eso concuerda con la historia de la mujer maltratada.

—Hay más. Un camarero que estaba sirviendo en la mesa de al lado les oyó comentar que iban a separarse, y tiene ganas de hablar, pero quiere mucha pasta.

—Págale y escribe un artículo —ordenó Alvaro.

—Hoy iré a ver a Natalie Frieze.

—Tírale de la lengua. Robert Frieze era un crack de Wall Street. Se merece algunos titulares, aunque no esté relacionado con el asesinato.

—Ya no es un crack en el negocio de la restauración. La comida es mediocre. La decoración, recargada e incómoda. El lugar carece de carisma. Nunca será el Elaine del condado de Monmouth.

—Sigue así, Reba.

—Confía en mí. ¿Cómo te va con Stafford?

—De momento, nada, pero si hay mierda, la desenterraremos.