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Aunque Stafford no le había dicho nada, Pat Glynn sabía que estaba enfadado con ella. Lo leía en sus ojos y lo presintió por la manera en que el viernes entró en la oficina y pasó ante su escritorio sin apenas saludarla.

El día anterior por la tarde, cuando había vuelto, le dijo que una tal señora Ashby había ido a verle.

—¿La señora Ashby? ¿La columnista chismosa de ese periódico? Espero que no te haya tirado de la lengua con respecto a mí, Pat. Esa mujer es mala.

Pat había recordado, con el corazón en un puño, hasta la última palabra que había dicho a Ashby.

—Sólo le dije que era usted una persona maravillosa, señor Stafford —dijo.

—Pat, cada palabra que le dijiste será deformada y manipulada. Me ayudarás si recuerdas todo lo que le dijiste. No me enfadaré, te lo prometo, pero he de estar preparado. ¿Lees el National Daily?

La joven admitió que a veces lo leía.

—Si lo lees esta semana, te darás cuenta de lo que esa tal Ashby le ha estado haciendo al doctor Wilcox. Es lo mismo que va a hacer conmigo. ¿Qué te preguntó y qué le dijiste?

A Pat le costaba concentrarse en su trabajo. Tuvo que resistir el impulso de correr al despacho de Stafford y repetirle una vez más cuánto lo sentía. Después, una llamada telefónica de su madre la sacó de su abatimiento.

—Pat, se ha producido otro asesinato en la ciudad. Una anciana, Bernice Joyce, que asistió a la fiesta de los Lawrence la noche antes de la desaparición de Martha, ha sido encontrada en un banco del paseo marítimo estrangulada. Contó a la periodista del National Daily que podría identificar a la persona que robó el pañuelo con el que mataron a Martha, la periodista lo publicó y ahora la señora Joyce está muerta. Es increíble, ¿no?

—Luego te llamo, mamá. —Pat colgó, recorrió el pasillo como un robot y abrió la puerta del despacho de Stafford sin llamar—. Señor Stafford, la señora Joyce ha muerto. Sé que usted la conocía. Dijo a la periodista que creía haber visto a alguien coger el pañuelo en la fiesta y la periodista lo publicó. Estoy segura de que no conté nada a la señorita Ashby que pueda causar la muerte de otra persona, señor Stafford. —Su voz se quebró, entre un torrente de lágrimas—. Me siento fatal.

Will se levantó y apoyó las manos en sus hombros.

—No pasa nada, Pat. Claro que no dijiste nada que pueda causar la muerte de alguien. Bien, ¿qué me estás contando? ¿Qué le ha pasado a la señora Joyce?

Pat era consciente de las manos fuertes y cálidas que aferraban sus hombros. Se calmó y repitió lo que su madre le había dicho.

—Lo siento muchísimo —dijo Will en voz baja—. Bernice Joyce era una mujer bondadosa y elegante.

«Estamos hablando como amigos de nuevo», pensó Pat.

—Señor Stafford —preguntó, ansiosa por prolongar la intimidad del momento—, ¿cree que el señor Wilcox habrá hecho eso a la señora Joyce? Según los periódicos, su mujer dijo que le había dado el pañuelo para que lo guardara.

—Supongo que le estarán interrogando con detenimiento —contestó Will bruscamente.

Pat notó el cambio de tono. El momento de intimidad había pasado. Tenía que volver a su escritorio.

—Tendré preparadas esas cartas para que las firme a mediodía —prometió—. ¿Saldrá a comer?

—No. Encarga algo para los dos.

Tenía que aprovechar la oportunidad.

—Esperaré un poco, por si cambia de opinión. Quizá la señora Frieze se pase por aquí, como el otro día.

—La señora Frieze se ha trasladado a Nueva York de manera permanente.

Pat Glynn regresó a su escritorio como flotando entre nubes.

Will Stafford llamó desde su despacho a la agencia de empleo que le había proporcionado a Pat Glynn hacía dos años.

—Y por el amor de Dios, envíenme a una persona sensata y madura, que no sea chismosa ni vaya buscando marido —imploró.

—Tenemos a alguien que acaba de entregar la solicitud esta misma mañana. Ha dejado su antiguo empleo. Se llama Joan Hodges y trabajaba con la psicóloga asesinada la pasada semana. Es muy eficiente, inteligente y una buena persona. Creo que le satisfará por completo, señor Stafford.

—Envíeme el curriculum en un sobre rotulado como personal.

—Por supuesto.

Cuando Will colgó, Pat anunció otra llamada. Era del detective Duggan, que solicitaba una cita con él lo antes posible.