—Esta noche no has dormido exactamente como un bebé —dijo Janey Browski a Marty, mientras depositaba delante de él un cuenco humeante de gachas.
—Y no me siento como si hubiera dormido como un bebé —contestó él—. Desde hace unos días, no paro de soñar. Ya sabes, esa clase de sueños que te hacen sentir fatal pero que no recuerdas al despertar. Los sueños desaparecen, pero la sensación perdura.
—Tu subconsciente intenta decirte algo. Si pudieras recordar algún fragmento del sueño, podría ayudarte a analizarlo.
Ella sirvió café en las dos tazas, se sentó a la mesa y empezó a untar una tostada con mermelada de fresa.
—¿Estás aprendiendo a analizar sueños en tu curso de psicología? —preguntó Marty con una leve sonrisa.
—Hablamos de cómo pueden ayudarnos.
—Bien, si esta noche sueño, te despertaré, te lo contaré y ya puedes empezar a analizar.
—Deja una libreta sobre tu mesita de noche y apunta todos los detalles, pero no enciendas la luz cuando lo hagas. —Janey habló en tono serio—. ¿Qué pasa, Marty? ¿Algo especial o solo la preocupación normal por el acosador?
—Anoche estabas haciendo de canguro y yo me fui a la cama temprano, así que no pude hablar contigo. Ayer vi a Eric Bailey.
Marty describió el encuentro y su súbita sospecha de que Bailey podía ser el acosador.
—La verdad, creo que te estás pasando —dijo Janey—, pero entiendo que no hay otra manera de investigarle.
—Janey, el sentido común dice que no asistió a la misa celebrada en la iglesia de St Catherine el sábado pasado por la mañana ni estuvo sentado cerca del banco donde se encontraba Emily. Todo habría terminado si ella le hubiera visto. Como sabes, a un hombre le cuesta más que a una mujer disfrazarse.
Consultó el reloj y terminó de desayunar.
—Me voy. No aprendas demasiado. Detestaría ser intelectualmente inferior a ti. —Hizo una pausa—. Y no te atrevas a decirme que ya lo soy —le advirtió mientras la besaba en la cabeza.
«A un hombre le cuesta más que a una mujer disfrazarse». Como los sueños inquietantes que no podía recordar, la frase perduró en el subconsciente de Marty todo el día.
Llegó incluso a conseguir el número de matrícula de la furgoneta y el Mercedes descapotable de Eric Bailey y a consultar los registros del servicio de Teletac.
«Olvídalo», se dijo Marty, pero, como una muela cariada, la sospecha de que Eric Bailey era el acosador no remitió.