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Reba Ashby sabía que, cuando su artículo apareciera el viernes en el National Daily, se armaría un gran revuelo. TESTIGO OCULAR DEL ROBO DEL PAÑUELO ASESINO DUDA DE PRESENTARSE A LA POLICÍA.

En el artículo de primera plana, Reba describía su encuentro en el hotel The Breakers, en Ocean Avenue, Spring Lake, con Bernice Joyce, la anciana y frágil viuda que tildó de «llamativo» el pañuelo.

La anciana confió a esta cronista que tenía un problema ético: «Estoy segura de que vi cómo lo robaban de la mesa. Estoy casi segura».

¡Que la policía tome nota!

Alguien que asistió a la fiesta de los Lawrence aquella noche fatal robó el pañuelo, y al día siguiente lo utilizó para acabar con la vida de Martha Lawrence. ¿Quién es? Tal como Bernice Joyce los describió, estas son las posibilidades:

Varias parejas de edad avanzada vecinas de los Lawrence.

El doctor Clayton Wilcox y su maravillosa esposa, Rachel. Él es rector jubilado de una universidad. Ella es la persona que llevó el pañuelo en la fiesta. Rachel está al frente de muchos comités, es eficaz, pero no cae demasiado bien. Dice que pidió a su tiranizado maridito que le guardara el pañuelo en el bolsillo.

Bob y Natalie Frieze. Bernice Joyce siente mucho cariño por Susan, la primera señora Frieze, pero ninguno por la atractiva segunda mujer.

Will Stafford, abogado de bienes raíces. Es apuesto y uno de los escasos solteros de Spring Lake. Vigila, Will. Bernice Joyce piensa que eres un bombón.

De momento el artículo terminaba ahí. Quería echar un vistazo a Will Stafford y formarse una primera impresión de él. Después iría a The Seasoner, a ver si encontraba a Bob Frieze.

Localizó la oficina de Will Stafford en la Tercera Avenida, en el centro de la ciudad. Cuando Reba abrió la puerta de la oficina exterior, vio a la recepcionista y rezó en silencio para que Stafford estuviera fuera u ocupado.

Había salido, según le dijo Pat Glynn, pero no tardaría en volver. ¿A la señorita Ashby le importaba esperar?

«Ya lo creo que no, nena», pensó Reba.

Se sentó en la silla más cercana al mostrador de la recepcionista y se volvió hacia Glynn, con aire simpático y confiado.

—Háblame de tu jefe, Will Stafford.

El rubor en las mejillas de Glynn y el súbito brillo que apareció en sus ojos revelaron a Reba lo que sospechaba ya. La recepcionista-secretaria estaba muy cautivada por su jefe.

—Es la persona más buena del mundo —dijo Pat Glynn con vehemencia—. Todo el mundo le pide ayuda. Es una persona justa. Dice a la gente que no se apresure a comprar una casa y, si se da cuenta de que no están muy convencidos, a pesar de que hayan depositado una paga y señal, hace lo imposible para que recuperen el dinero. Además…

En opinión de Reba, la frase clave era «todo el mundo le pide ayuda». Sabía que el artículo giraría en torno a eso.

—Supongo que estás diciendo que es un paño de lágrimas —insinuó— o el típico individuo que te presta unos pavos al instante si estás apurada o recorta sus honorarios para…

—Oh, ya lo creo que es un paño de lágrimas —dijo Pat Glynn con una sonrisa vaga que se desvaneció al instante—. La gente se aprovecha de eso.

—Lo sé —dijo Reba con aire solidario—. ¿Hay alguien que saque tajada últimamente?

—Natalie Frieze, sin lugar a dudas.

Natalie Frieze, la mujer de Bob Frieze, el propietario de The Seasoner, recordó Reba. Habían estado en la fiesta celebrada en casa de los Lawrence la noche antes de que Martha desapareciera.

Pat Glynn abundó en el tema. Durante las últimas veinticuatro horas, desde que había visto a Natalie Frieze besar con tanto entusiasmo a Will Stafford, para luego ir a comer con él por segunda vez en una semana, el estado de ánimo de Pat había basculado entre la furia y la desdicha.

Enamorada totalmente de su jefe, su anterior admiración por Natalie Frieze se había transformado en una intensa antipatía.

—No le cae bien a nadie de aquí. Siempre va exhibiéndose, vestida de punta en blanco todo el día, como si se dirigiera al Cirque zoo. Ayer montó un numerito para el señor Stafford con el fin de conseguir su compasión. Le explicó que su marido le había contusionado la muñeca.

—¿A propósito?

—No lo sé. Tal vez. Estaba hinchada y amoratada. Me dijo que le dolía mucho. —Mirar los ojos compasivos de Reba era como ir al confesionario. Pat Glynn respiró hondo y se lanzó de cabeza—. Ayer, cuando se iban de aquí, el señor Stafford me dijo que volvería dentro de una hora. Natalie Frieze sonrió y dijo: «Que sea hora y media». Y eso que él estaba muy ocupado. Tenía un montón de trabajo sobre la mesa.

—¿Tiene novia? —preguntó Reba.

—Oh, no. Está divorciado. Se casó en cuanto acabó la carrera de derecho en California. Su madre murió en esa época. Tiene una fotografía de ella sobre el escritorio. Yo creía que su padre también había muerto, pero apareció aquí la semana pasada y el señor Stafford se enfadó muchísimo…

Pat enmudeció.

«Que no entre nadie —rezó Reba—. No pares, nena».

—Tal vez su padre abandonó a su madre y no se lo ha perdonado —sugirió Reba, con la esperanza de continuar la conversación.

Observó que Pat Glynn empezaba a parecer incómoda, como si notase que se había ido demasiado de la lengua.

Era la misma expresión que Reba había visto en la cara de Bernice Joyce.

Pero Pat superó sus dudas y picó el anzuelo.

—No; era un pique entre ellos. El señor Stafford echó a su padre del despacho. En los dos años que llevo aquí, nunca le había oído alzar la voz, pero ese día gritó a su padre. Le dijo que subiera al coche, volviera a Princeton y se quedara allí. Dijo: «No me creíste, repudiaste a tu único hijo, habrías podido pagar para conseguirme una buena defensa». El padre lloraba cuando salió, y se notaba que está muy enfermo, pero no sentí pena por él. Es evidente que se portó muy mal con Stafford cuando era joven.

Pat Glynn hizo una pausa para tomar aliento y después miró a Reba.

—Es fácil hablar con usted, porque es muy amable. No debería contarle todo esto. Que quede entre nosotras, ¿de acuerdo?

Reba se levantó.

—Por supuesto —contestó con firmeza—. Creo que ya no puedo esperar más. Telefonearé para conseguir una cita. Encantada de conocerte, Pat.

Salió y echó a caminar a toda prisa por la calle. Lo último que deseaba era encontrarse con Will Stafford. Si la veía y descubría quién era, obligaría a su chismosa recepcionista a confesar lo que había dicho.

La primera plana del periódico de mañana contendría el artículo sobre Bernice Joyce.

Al día siguiente, sábado, su artículo se concentraría en Natalie Frieze, una esposa maltratada que se consolaba en brazos de Will Stafford, uno de los posibles sospechosos de los asesinatos de Martha Lawrence y Carla Harper.

El domingo, si el equipo de investigación del National Daily se daba prisa, se centraría en por qué Will Stafford, el popular y apuesto abogado de bienes raíces de Spring Lake, había sido repudiado por su acaudalado padre, quien no pagó para que un abogado le defendiera ante los tribunales.

Reba solo estaba haciendo conjeturas. Aún no sabía si el padre era rico, pero era de Princeton, un lugar distinguido. Además, quedaría bien en negro sobre blanco.