Joan Hodges había dedicado los cuatro últimos días a intentar ordenar los historiales médicos. Para ella era una labor de amor. En la medida de sus fuerzas, estaba decidida a ocuparse de que los pacientes de la doctora Madden, que aún no se habían recuperado de la impresión causada por su muerte, no sufrieran por el extravío de sus historiales.
Era una tarea tediosa. El asesino se había tomado el trabajo de desordenar las notas, las observaciones y los expedientes. En algunos momentos Joan se sentía abrumada y desesperada. Entonces iba a caminar por el paseo durante media hora y después volvía a su trabajo algo más animada.
Se había llegado al acuerdo de que el doctor Wallace Coleman, colega y amigo íntimo de la doctora Madden, pasaría a ocupar su consulta. Todo el tiempo libre que le dejaban las visitas lo destinaba a ayudar a Joan en su tarea.
El jueves, un técnico de la policía volvió con el ordenador reparado.
—El tipo hizo lo que pudo por destruirlo —dijo—, pero tuvo usted suerte. No afectó al disco duro.
—¿Eso significa que puedo recuperar los archivos? —preguntó Joan.
—Sí. El detective Duggan quiere que busque un nombre, el doctor Clayton Wilcox. ¿Le suena?
—¿No es ese del que hablan los diarios? El pañuelo de su mujer…
—Ese es Wilcox.
—Quizá me suene por eso. No llegué a conocer… —Joan hizo una pausa—. No llegaba a conocer a todos los pacientes de la doctora Madden, sobre todo los que venían por la noche. Ella me dejaba la información sobre el escritorio.
Joan se sentó ante el ordenador y sus dedos volaron. Si la policía le pedía que buscara un nombre, debía de ser porque esa persona era sospechosa. Deseaba con toda su alma que el asesino de la doctora Madden fuera detenido y castigado. Ojalá fuera miembro del jurado cuando se celebrara el juicio, pensó.
Doctor Clayton Wilcox.
Su expediente estaba en la pantalla. Joan empezó a pulsar el ratón para recuperar el contenido del expediente.
—Fue paciente durante un breve período de tiempo —anunció con aire triunfal—, en septiembre de hace cuatro años y medio, y otra vez en agosto, hace dos años y medio. Venía por las noches, por eso no llegué a conocerle.
El técnico de la policía habló por su móvil.
—He de ponerme en contacto ahora mismo con Duggan —dijo—. Tengo una información que debe recibir cuanto antes.