—¿A qué debo el placer de tu visita? —preguntó Bob Frieze al sentarse con Natalie en su mesa de The Seasoner.
Se había quedado sorprendido y disgustado cuando recibió una llamada del jefe de comedor para informarle de que su esposa comería con él.
—Territorio neutral, Bobby —dijo ella en voz baja—. Tienes un aspecto espantoso. Después de lo que me hiciste —indicó su muñeca contusionada—, anoche dormí en el cuarto de invitados, con la puerta cerrada con llave. Veo que no has ido a casa. Tal vez estuviste con Peggy.
—Anoche dormí en el sofá de mi despacho. Pensé que, después de la escenita, un período de enfriamiento no nos vendría mal.
Natalie se encogió de hombros.
—Territorio neutral. Período de enfriamiento. Escucha, los dos estamos diciendo lo mismo. Estamos hartos el uno del otro y, la verdad, tengo miedo de ti.
—¡No seas ridícula!
—¿No?
Abrió el bolso y sacó un cigarrillo.
—Aquí no se puede fumar. Ya lo sabes.
—Pues vamos al bar. Comeremos allí.
—¿Desde cuándo has vuelto a fumar? Lo dejaste después de casarnos, hace casi cinco años.
—Para ser precisa, te prometí que lo dejaría después del Día del Trabajo[7] de aquel verano, hace cuatro años y medio. Siempre lo he echado en falta.
Mientras aplastaba el cigarrillo en el plato de servicio, Natalie tomó conciencia de algo. «Eso es lo que he estado intentando recordar —pensó—. La última vez que fumé fue en la fiesta que los Lawrence ofrecieron a Martha, un 6 de septiembre. Salí al porche porque no permitían fumar dentro de la casa. Él llevaba algo en la mano y caminaba hacia el coche…».
—¿Qué te pasa? —preguntó Bob con brusquedad—. ¿Has visto un fantasma?
—Pasemos de la comida. Solo quería decirte cara a cara que voy a dejarte. Ahora voy a casa a hacer las maletas. Connie me prestará su apartamento de la ciudad hasta que encuentre algo. Ya te dije ayer lo que quiero como compensación.
—Ningún juez te concederá esa desorbitante cantidad. Sé realista, Natalie.
—Sé realista tú, Bob —replicó ella—. ¡Móntatelo como sea! Recuerda que tus declaraciones de renta no resistirán el menor escrutinio, sobre todo la del año en que recibiste un buen pastón de la empresa al jubilarte. La IRS[8] recompensa bien a los soplones.
Apartó la silla y casi corrió hacia la puerta. El jefe de comedor esperó unos prudentes diez minutos para acercarse a la mesa.
—¿Tomo nota ya, señor? —preguntó.
Bob Frieze le miró con una expresión de extrañeza. Sin contestar, se levantó y salió del restaurante.
«Es como si no supiera que estaba hablando con él», murmuró el jefe de comedor para sí, mientras se apresuraba a recibir a un grupo de seis personas, algo infrecuente en aquellos días.