—No hemos podido averiguar nada nuevo sobre Wilcox en el Enoch College —dijo Tommy Duggan cuando colgó—. Ni una insinuación de escándalo. Nada. El investigador que se encargó del trabajo es listo. Ya habíamos colaborado otras veces. Habló con las personas que integraban la junta rectora cuando Wilcox dimitió. La insinuación de que Wilcox había sido obligado indignó a todos.
—Entonces, ¿por qué dimitió tan repentinamente? —replicó Pete Walsh—. ¿Quieres saber lo que pienso?
—Me tienes en ascuas.
—Creo que Wilcox fingió una dolencia cardiaca porque algo pendía sobre su cabeza y no quería que salpicara a la universidad si llegaba a saberse. Puede que sus compañeros ignoren el motivo verdadero de su dimisión.
Estaban en el despacho de Tommy, donde habían esperado la llamada del investigador desde Cleveland. Se levantaron y fueron en busca del coche. Iban a pasar por la casa de Emily Graham para entregarle las copias de los informes policiales de la década de 1890, y luego volverían a hablar con el doctor Clayton Wilcox.
—Pensaste que tal vez había echado mano a las arcas de la universidad —recordó Pete a Tommy—. Démosle la vuelta a la idea. ¿Por qué no echamos un vistazo a su declaración de hacienda del año en que dimitió del Enoch, a ver si liquidó algunas propiedades?
—Creo que valdría la pena.
«Este palurdo es más listo de lo que parece», pensó Tommy mientras entraban en el aparcamiento.
Camino de casa de Emily Graham, volvió a llamar al investigador de Cleveland.