A las tres de la mañana del miércoles encontraron al desaparecido Joel Lake. Estaba allanando una casa de Troy cuando llegó la policía, alertada por la alarma silenciosa.
Siete horas más tarde, Marty Browski fue a la cárcel donde Lake estaba detenido para ser interrogado.
—En tu habitat natural de nuevo, Joel. Nunca aprenderás, ¿verdad?
La sonrisa burlona sempiterna de Joel Lake se endureció.
—Sí que aprendo, Browski. Me mantengo alejado de las casas donde viven ancianas. Demasiados problemas.
—Podrías haber tenido muchos más si Emily Graham no te hubiera librado de la acusación de asesinato. Todos pensábamos que te habías cargado a Ruth Koehler.
—¿Pensábamos? ¿Has cambiado de opinión?
Lake parecía sorprendido.
«La mala semilla», pensó Browski mientras miraba fijamente a Lake.
Tenía veintiocho años y había estado metido en líos desde los doce. Era un delincuente juvenil con un historial kilométrico. Debía de resultar atractivo para ciertas mujeres con ese aspecto de machito vulgar, su constitución robusta, su pelo oscuro rizado, sus ojos rasgados y su boca sensual.
Emily le había contado a Browski que Lake había intentado ligar con ella un par de veces. «Es del tipo que no tolera el rechazo», pensó Browski, con la esperanza de encontrarse mirando al acosador.
El lapso de tiempo coincidía. Joel Lake había quebrantado la libertad provisional y había desaparecido en la época en que empezaron los acosos.
—Te hemos echado de menos, Joel —dijo Browski en tono apacible—. Ahora deja que te lea tus derechos antes de ir al grano. Es una pérdida de tiempo, claro, porque te los conoces de memoria.
—Dije a los tipos que me detuvieron que pasaba por allí, vi la puerta abierta y pensé que debía echar un vistazo para comprobar que nadie estaba en apuros.
Marty Browski rió de buena gana.
—Oh, vamos, tú puedes hacerlo mejor. Me importan un huevo tus raterías, Joel. De eso que se ocupe la policía de Troy. Quiero saber dónde has estado en los últimos tiempos y por qué te interesa tanto Emily Graham.
—¿A qué viene eso? La última vez que la vi estaba en el tribunal. —Joel Lake sonrió—. Conseguí que me prestara toda su atención. Le insinué que tal vez sí había matado a la vieja. Tendrías que haber visto su expresión. Apuesto a que eso la habrá reconcomido y se estará preguntando si le dije la verdad sabiendo que no podrían juzgarme de nuevo.
Marty sintió el impulso de golpearle la cara insolente y borrar la sonrisa maligna y satisfecha de sus labios.
—¿Has estado alguna vez en Spring Lake, Joel? —preguntó de sopetón.
—¿Spring Lake? ¿Dónde cae eso?
—En Nueva Jersey.
—¿Tendría que haber estado?
—Dímelo tú.
—Muy bien, te lo diré. No he estado ahí en mi vida.
—¿Dónde estabas el sábado pasado por la mañana?
—No me acuerdo. Seguramente en la iglesia.
Mientras hablaba, la expresión de Lake era de burlona sinceridad, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Eso pensaba yo, que estuviste en la iglesia de St Catherine, de Spring Lake, Nueva Jersey.
—Escucha, ¿intentas colgarme algo? Porque si ocurrió el pasado sábado, pierdes el tiempo. Estaba en Buffalo, donde he vivido este último año y medio y donde debería haberme quedado.
—¿Puedes demostrarlo?
—Ya lo creo. ¿De qué hora estás hablando?
—A eso del mediodía.
—Fantástico. Estaba tomando un par de cervezas con unos amiguetes en el Sunrise Café de Coogan Street. Me conocen como Joey Pond. ¿Lo captas? Como no podía ser un Lake, decidí ser un Pond[5]. Bueno, ¿eh?
Marty empujó su silla hacia atrás y se levantó. Era el apellido que constaba en la tarjeta de identificación que Lake llevaba cuando le detuvieron. No cabía duda de que la coartada era cierta y, pensándolo bien, aquel tipo no parecía lo bastante sutil o sofisticado para llevar a cabo la campaña de acoso que Emily Graham estaba padeciendo.
«No —pensó Marty—, este canalla se vengó de Emily por rechazarle cuando le insinuó que era el asesino de Ruth Koehler y dejó que se sintiera culpable por ayudarle a salir libre del juicio».
—¿Se han acabado las preguntas, Browski? —Lake parecía sorprendido—. Me gusta tu compañía. ¿Qué ha pasado en Spring Lake y por qué querías endilgarme el muerto?
Browski se inclinó sobre la mesa.
—Alguien está molestando a Emily Graham allí.
—¿Molestando? Querrás decir acosando. Mira, no es mi estilo —contestó Joel.
—Algunos de tus desagradables amigotes asomaron la jeta durante el juicio —dijo Browski en voz baja y amenazadora—. Si uno de ellos se quedó colgado de ella después de verla en el juicio y tú lo sabes, será mejor que confieses ahora. Porque si algo le pasa, te advierto que tu culo nunca volverá a salir de Attica[6].
—No me asustas, Browski —se burló Joel Lake—. Yo pensaba que el hijo de la Koehler era el acosador. Caramba, Browski, no das una. Te equivocaste conmigo y con él. Deberías asistir a un curso acelerado de cómo convertirse en detective.
Cuando volvió a su despacho, Marty llamó a Emily para decirle que habían localizado a Joel Lake y que no era el acosador.
—Otra cosa —añadió—. Dijo que te había insinuado que él era el asesino de Ruth Koehler. Por si aún crees que lograste la absolución de un asesino, admitió que solo lo hizo para mortificarte.
—Cuando me dijiste que Ned Koehler había confesado, todas mis dudas sobre Lake se desvanecieron. Pero me alegro de que haya salido de sus labios.
—¿El acosador ha vuelto a actuar, Emily?
—De momento no. El sistema de alarma es de alta tecnología, aunque reconozco que, en plena noche, pienso que Ned Koehler desconectó el de mi casa de Albany. No obstante, considero seguras las cámaras que Eric Bailey ha colocado. En cierto sentido, lamento que Joel Lake no sea el acosador. Al menos tendría el consuelo de que vuelve a estar entre rejas.
Browski reparó en el temblor nervioso que aparecía a veces en la voz de Emily Graham. Se sentía furioso y frustrado por haberse quedado una vez más sin sospechoso de acoso. Estaba muy preocupado ante la posibilidad de que Emily Graham corriera un peligro mortal.
—Emily, el año pasado investigamos a toda la gente que podía estar disgustada contigo por la absolución de algunos de tus clientes. Todos parecen fuera de toda sospecha. En el edificio donde tenías el despacho, ¿había alguien encaprichado de ti o que se pusiera celoso después de que ganaras tanto dinero?
Emily acababa de entrar en la cocina para prepararse un bocadillo cuando Marty llamó. Había descolgado el teléfono y caminado hacia la ventana.
Después de una mañana nublada había salido el sol, y una calima rosácea rodeaba los árboles. «Siempre estoy atenta a esa calima —pensó—. Es la primera señal de la primavera».
Marty Browski estaba desesperado por encontrar a otro sospechoso que pudiera ser el acosador. Ella comprendió por qué. Como Eric y Nick, temía que el acosador decidiera hacerle daño.
—Tengo una idea, Marty —dijo—. Ya sabes que Eric Bailey trabajó en el despacho contiguo al mío durante varios años. Tal vez se le ocurra el nombre de algún sospechoso de nuestro edificio o de algún mensajero que le pareciera raro. Le encantaría hablar contigo. Llama cada pocos días para comprobar que estoy bien.
Sería otro callejón sin salida, pensó Marty, pero nunca se sabe.
—Lo haré, Emily —dijo—. He estado leyendo sobre lo que pasa en Spring Lake. Un asunto muy desagradable lo de encontrar dos cadáveres más ayer. Los periódicos dicen que, si un asesino se ciñe a la pauta, podría ocurrir otro asesinato el sábado. Quizá sería una buena idea…
—Salir pitando de Spring Lake y refugiarme en el apartamento de Manhattan —replicó Emily—. Gracias por preocuparte, Marty, pero estoy estudiando nuevos documentos y creo que hago progresos en mi investigación. Eres un encanto, pero aquí me quedo. Adiós, Marty —dijo, para interrumpir sus continuas protestas.