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Tommy Duggan y Pete Walsh empezaron la mañana en el despacho de Elliot Osborne, cuyo escritorio estaba cubierto de periódicos.

—No eres muy fotogénico, Tommy —comentó Osborne.

—Esta no la había visto —murmuró Tommy.

Habían tomado la foto ayer, y le plasmaban saliendo de la casa de Ludlam Avenue. Mientras la estudiaba, empezó a pensar que debería prestar más atención a su dieta.

Walsh había sido inmortalizado como el típico varón norteamericano.

—Es una pena que no te presentaras para Ley y orden —observó Tommy con acidez mientras miraba la foto de su compañero.

—Tendría que haberlo hecho. Fui Joe Fish en la obra que representamos en cuarto en el colegio, Joe Fish and his Toy Store —dijo Pete—. Era el prota.

—Muy bien, dejémoslo —decidió Osborne.

El momento de ligereza pasó. Osborne movió la cabeza en dirección a Duggan.

—Tú primero.

Tommy ya había abierto su libreta.

—Como sabe, ya contamos con una identificación positiva del esqueleto encontrado ayer. Las fichas dentales confirman que son los restos de Carla Harper. El trozo de pañuelo que, en apariencia, fue utilizado para estrangularla pertenece al mismo pañuelo usado para estrangular a Martha Lawrence. El asesino utilizó uno de los extremos con Martha y la parte del centro con Carla. Falta la tercera parte.

—Lo cual significa que, si el asesino sigue lo que parece ser su plan, volverá a utilizar el pañuelo el sábado. —Osborne frunció el entrecejo e inclinó hacia atrás la silla—. Por más policías que patrullen Spring Lake, no podemos estar en todas las calles ni en todos los patios. ¿Cómo va la investigación sobre el pasado de Wilcox?

—Hasta el momento, poca cosa. En resumidas cuentas, es hijo único y se crió en Long Island. Su padre murió cuando tenía meses. Estaba muy unido a su madre, una maestra de escuela que le ayudaba a hacer los deberes, imagino. Siempre era el primero de la clase.

Fue ascendiendo como procede en los centros académicos y al final le ofrecieron la rectoría del Enoch College, en Ohio. Se jubiló hace doce años, cuando tenía cincuenta y cinco. Escribe para revistas académicas, ha llevado a cabo considerables investigaciones sobre la historia de esta zona y ha publicado artículos al respecto en los periódicos locales. Hace poco dijo a la bibliotecaria de Spring Lake que estaba escribiendo una novela ambientada en el antiguo hotel Monmouth.

—Nada espectacular —observó Osborne.

—Si Emily Graham está en lo cierto, tal vez aparezca algo. Cree que nos enfrentamos a un asesino imitador que descubrió detalles explícitos sobre los asesinatos del siglo XIX y los sigue paso por paso. Otra cosa. Hemos averiguado que Wilcox dimitió bruscamente de su cargo de rector del Enoch College. En aquel tiempo le habían renovado el contrato y tenía muchos planes para una expansión futura; ciclos de conferencias con gente de primera, todo ese rollo.

—¿Alguna explicación?

—La razón oficial fue mala salud. Por lo visto, algo del corazón. Escribió una larga y lacrimógena despedida. Dieron su nombre al edificio.

Tommy sonrió con semblante sombrío.

—¿Sabe una cosa?

Elliot Osborne esperó. «A Tommy Duggan le gusta presentar información jugosa con un toque de misterio. Como sacar un conejo de una chistera», pensó.

—Vamos al grano —dijo—. Sabes algo.

—Tal vez. Es más una corazonada que algo concreto. Apostaría la pensión a que no está más delicado del corazón que Pete o yo. Yo diría que o le pidieron que dimitiera o lo hizo porque tenía un problema gordo que no quería divulgar. Nuestro trabajo será hacerle cantar.

—Hemos quedado a las tres —dijo Pete Walsh—. Pensamos que sería una buena idea hacerle sufrir un poco mientras nos esperaba.

—Bien pensado.

Osborne hizo ademán de levantarse, pero Pete Walsh aún no había terminado.

—Solo para mantenerle informado, señor, me dediqué anoche a repasar los documentos de la investigación policial sobre la desaparición de las tres chicas en la década de 1890.

Fue evidente para Osborne que el nuevo detective de su equipo quería impresionarle.

—¿Descubrió algo útil?

—Nada que saltara a la vista. Es como lo sucedido ahora. Dio la impresión de que las chicas se desvanecieron de la faz de la tierra.

—¿Entregará una copia de esa documentación a Emily Graham? —preguntó Osborne.

Pete parecía preocupado.

—El subdirector me concedió el permiso.

—Lo sé. Por lo general, no estoy a favor de proporcionar documentación oficial, aunque tenga más de cien años de antigüedad, fuera de los canales habituales, pero si se la prometió, lo admitiré.

Elliot Osborne se levantó con decisión, una señal de que la reunión había terminado.

Duggan y Walsh se pusieron en pie.

—Una buena noticia —añadió Tommy, mientras se encaminaban a la puerta—. El asesino de la doctora Madden es más hábil estrangulando gente que destruyendo ordenadores. Los de investigación temían que el disco duro hubiera resultado dañado, pero han conseguido hacerlo funcionar. Con un poco de suerte, recuperaremos los archivos de la doctora Madden, y tal vez descubramos que un invitado a la fiesta de los Lawrence, aquella noche de hace cuatro años y medio, también pasó parte de su tiempo con una psicóloga especializada en terapia por regresión.