50

El miércoles por la mañana, Emily se levantó a las seis y se encaminó al comedor con la inevitable taza de café en la mano, para trabajar en su proyecto.

El descubrimiento del esqueleto y la calavera en Ludlam Avenue había dado un nuevo impulso a su búsqueda de una relación entre los dos asesinos, el antiguo y el actual.

Tenía la misma sensación que cuando trabajaba en una defensa; la de ir por el buen camino, la certeza de que encontraría lo que necesitaba para demostrar su hipótesis.

También estaba segura de que el asesino imitador mataría de nuevo el sábado, 31 de marzo.

A las nueve, George Lawrence telefoneó.

—Emily, mi madre y yo hemos revisado todos los álbumes de fotografías y recuerdos hacinados en el desván. No quisimos que te demoraras en este material más de lo necesario, así que apartamos todo lo que no era relevante. Si te va bien, dentro de media hora pasaré por tu casa para entregarte el resto.

—Eso sería estupendo.

Emily corrió arriba para ducharse, y había terminado de vestirse cuando sonó el timbre de la puerta.

George Lawrence entró con dos cajas pesadas. Vestía un chaquetón y pantalones deportivos, y Emily tuvo la impresión de que parecía más vulnerable de lo que su apariencia había sugerido el sábado anterior.

Llevó las cajas al comedor y las dejó en el suelo.

—Puedes examinarlas a tu aire —dijo.

El hombre paseó la vista alrededor; observó las pilas de papeles sobre las sillas y el tablero de dibujo encima de la mesa.

—Pareces muy ocupada. No tengas prisa en devolvernos esto. Hacía al menos veinte años que mi madre no lo miraba. Cuando acabes, llámanos. El marido de la asistenta lo recogerá.

—Perfecto. Ahora voy a enseñarte lo que intento hacer aquí.

George Lawrence se inclinó sobre la mesa mientras Emily le mostraba cómo estaba recreando la disposición de la ciudad a finales del siglo XIX.

—Había muchas menos casas entonces, como sabrás —dijo Emily—, y los registros municipales son incompletos. Estoy segura de que tu material me proporcionará información interesante.

—¿Esta es tu casa? —preguntó él tocando una de las casas del Monopoly.

—Sí.

—¿Y esta es la nuestra?

—Sí.

—¿Qué intentas hacer exactamente?

—Descubrir cómo tres chicas jóvenes pudieron desaparecer sin dejar rastro. Estoy buscando la casa de uno de sus amigos, adonde las hubieran podido llevar sin despertar sospechas. El otro día conocí en tu casa a Carolyn Taylor. Me dijo que su pariente Phyllis Gates, amiga de mi antepasada Madeline y tu antepasada Julia Gordon, creía que el novio de Madeline, Douglas Carter, la había asesinado.

Emily señaló con el dedo.

—Piensa en esto. Aquí está la casa de los Shapley, y aquí, justo al otro lado de la calle, la casa de los Carter. En teoría, Douglas perdió el tren de vuelta el día que Madeline desapareció. ¿Lo perdió?

—Supongo que lo verificaron.

—Han prometido que me dejarán echar un vistazo a los archivos de la policía. Me interesa mucho saber lo que contienen. Imagina ese día. Madeline estaba sentada en el porche, esperando a Douglas. No creo que hubiera ido a dar una vuelta sin avisar a su madre. Pero supongamos que Douglas apareció de repente, en su porche, y ella corrió a recibirle.

—¿Y la atrajo al interior de su casa, la mató y escondió el cuerpo hasta encontrar la manera de enterrarlo en el patio? —George Lawrence parecía escéptico—. ¿Cuál sería el motivo?

—No lo sé, y admito que es una hipótesis traída por los pelos. Por otra parte, he encontrado indicios de que su primo Alan Carter también estaba enamorado de Madeline. Su familia vivía en la casa de Ludlam Avenue donde ayer encontraron los cadáveres. Quizá llegó en un carruaje cerrado y le dijo a Madeline que Douglas había sufrido un accidente.

—Ayer nos enteramos del descubrimiento. Ahora la familia Harper ha de afrontar lo mismo que nosotros la semana pasada. Son de la zona de Filadelfia. No les conocemos en persona, pero tenemos amigos comunes.

Emily comprendió el dolor que estaba sintiendo George Lawrence.

—Tal vez los Harper, Amanda y yo acabaremos en el mismo grupo de apoyo —dijo él con amargura y tristeza.

—¿Cómo está Amanda? —preguntó Emily—. El sábado me causó una gran impresión. Debió de ser terrible para ella y para todos vosotros.

—Lo fue y, como viste, Amanda se portó de maravilla. Tener a la niña aquí ha sido de gran ayuda, pero Christine, Tom y ella volvieron a casa el domingo. Ayer fuimos al cementerio y Amanda se desmoronó. Creo que fue positivo. Necesitaba desahogarse. Bien, me marcho. Esta tarde nos vamos a casa. Mi madre dijo que la llamaras si se te ocurría alguna pregunta.

Cuando cerró la puerta, sonó el teléfono. Era Nick.

Emily se disgustó un poco al percibir sentimientos encontrados en su voz. Se alegraba de su llamada, pero le decepcionaba que no se hubiera molestado en llamar desde el fin de semana para preguntar si había tenido más problemas con el acosador.

No obstante, su explicación la satisfizo.

—Emily, la otra noche me pasé bastante; casi intenté sacarte a rastras de casa. Cuando me di cuenta de que había sido el acosador quien había dejado la fotografía, me preocupé mucho. Te habría llamado antes, pero no quería convertirme en un fastidio público.

—Querrás decir un fastidio privado. Créeme, eso sería lo último que pensaría de ti.

—No más incidentes con el acosador, espero.

—Ni uno. El lunes, mi amigo Eric Bailey vino desde Albany para instalar cámaras de seguridad en todo el perímetro exterior de la casa. La próxima vez que alguien intente pasar algo por debajo de la puerta, quedará retratado.

—¿Conectas tu sistema de seguridad cuando estás sola en casa?

«Ahora no está conectado», pensó Emily.

—De noche, siempre.

—No sería mala idea tenerlo conectado también de día.

—Supongo, pero no quiero vivir en una jaula ni salir al porche para respirar un poco de aire puro y montar un escándalo porque olvidé que la alarma estaba conectada. —Un matiz de irritación se había infiltrado en su voz.

—Lo siento, Emily. No sé por qué me veo con derecho de actuar como un maldito controlador.

—No hace falta que te disculpes. Hablas como un buen amigo muy preocupado. Intento ser cauta, pero ha llegado un momento en que creo que el causante de todo esto está ganando, y no pienso permitir que eso suceda.

—Lo comprendo. Los periódicos solo hablan de lo sucedido en Spring Lake ayer.

—Sí, es la sensación de los medios. Salí a correr y a tomar unas cuantas notas mentales para el proyecto del que te hablé y les vi cavando en ese patio.

—Los artículos hablan de que la policía recibió una confidencia anónima. ¿Tienes idea de quién?

Nada más decirlas, Emily se arrepintió de sus propias palabras.

—De mí —dijo, y tuvo que explicar lo de la postal.

A juzgar por el repentino silencio al otro lado de la línea, comprendió que Nick Todd había reaccionado como lo habrían hecho sus padres.

—Emily —dijo por fin—, ¿crees que hay una remotísima posibilidad de que el asesino de Spring Lake sea el tipo que te acosó en Albany?

—Yo no, ni tampoco el detective Browski.

Mencionar el nombre del policía de Albany implicaba informar a Nick sobre la confesión de Ned Koehler.

Cuando la conversación terminó, Emily había rechazado con firmeza la oferta de un guardaespaldas, pero había aceptado la invitación de Nick para ir a cenar el domingo al Old Mill.

—Espero que no tengamos que hablar de otro asesinato —dijo Emily.

Mucho rato después de despedirse, Nick Todd seguía sentado ante su escritorio con las manos enlazadas. «Emily —pensó—, ¿por qué eres tan inteligente y al mismo tiempo tan obtusa? ¿No se te ha ocurrido que tú puedes ser la siguiente víctima?».