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Nick Todd había cogido el teléfono una docena de veces tanto el lunes como el martes con la intención de llamar a Emily, y en cada ocasión había colgado. Antes de separarse de ella el domingo por la noche, había insistido demasiado en que debía quedarse en su apartamento de Manhattan hasta que hubieran descubierto o detenido al acosador.

Emily acabó perdiendo la paciencia.

—Escucha, Nick —había dicho—, tus intenciones son buenas, pero voy a quedarme aquí y punto. Hablemos de otra cosa.

«Buenas intenciones —pensó Nick—. No debe de haber nada peor que ser un plasta con buenas intenciones».

Su padre tampoco se sintió complacido cuando le comunicó que Emily se había negado en redondo a empezar a trabajar antes del 1 de mayo, a menos que hubiera resuelto el misterio del asesinato de su antepasada.

—¿De veras cree que va a solucionar un crimen o una serie de crímenes ocurridos en la década de 1890? —había preguntado Walter Todd con incredulidad—. Tal vez me lo debería pensar dos veces antes de contratar a esa joven. Es la propuesta más inconsistente que he oído en los últimos cincuenta años.

Después Nick ocultó a su padre que el acosador que había hecho la vida imposible a Emily en Albany o un imitador la estaba persiguiendo en Spring Lake. Sabía que su reacción sería idéntica a la de él: «Lárgate de esa casa. En ella no estás a salvo».

El miércoles, tras leer algunos artículos en los periódicos de la mañana sobre el siniestro descubrimiento de dos víctimas más, una del presente y otra del pasado, Nick no se sorprendió al ver que su padre irrumpía en su despacho con la expresión furiosa y frustrada que provocaba escalofríos a los nuevos socios del bufete.

—Nick —dijo—, hay un psicópata suelto allí y, si sabe que Emily Graham intenta establecer una relación entre él y el asesino del siglo XIX, ella podría correr peligro.

—También se me ha ocurrido a mí —contestó Nick con calma—. Y lo hablé con Emily.

—¿Cómo sabían dónde encontrar esos restos?

—El fiscal solo dijo que se trataba de una confidencia anónima.

—Será mejor que Emily vaya con cuidado; es lo único que puedo decir. Es una mujer inteligente. Tal vez ha descubierto algo. Llámala, Nick. Ofrécele un guardaespaldas. Tengo a un par de tipos que la vigilarían. ¿Prefieres que la llame yo?

—No; pensaba llamarla de todos modos.

Cuando su padre salió del despacho, Nick marcó el número de Emily, aunque no estaba muy seguro de que quisiera hablar con él.