Eric Bailey estaba esperando a Emily en su porche cuando ella llegó a casa, después de devolver los libros al doctor Wilcox, visitar el museo y comprar lo que necesitaba para el proyecto que pensaba iniciar.
Eric indicó con un ademán que sus disculpas eran innecesarias.
—No te preocupes. He llegado antes de lo previsto, pero estoy hambriento. ¿Tienes algo de comer?
Emily preparó bocadillos de jamón, queso suizo, lechuga, tomate y pan italiano recién salido del horno, mientras Eric empezaba a desempaquetar el equipo de las cámaras.
Comieron en la cocina.
—He añadido al menú un poco de consomé de pollo —dijo Emily—. Lo hice la otra noche y congelé las sobras. Es bueno, te lo prometo.
—Eso me recuerda cuando estábamos en aquellas cochambrosas oficinas de Albany —dijo Eric mientras rebañaba la última gota de sopa del cuenco—. Yo bajaba a comprar bocadillos a la tienda de ultramarinos y tú recalentabas tu sopa casera.
—Era divertido —dijo Emily.
—Era divertido, y yo no tendría una empresa si tú no me hubieras defendido en aquella querella.
—Y tú me hiciste rica. Al César lo que es del César.
Intercambiaron una sonrisa. «Eric es tres días mayor que yo —pensó Emily—, pero es como si fuera mi hermano menor».
—Me preocupé cuando vi que la cotización de las acciones había bajado —dijo Emily.
Eric se encogió de hombros.
—Ya volverá a subir. Ganaste una buena pasta, pero aun así lamentarás haber vendido.
—Crecí oyendo una y otra vez que mi abuelo había perdido todo su dinero en 1929, cuando la bolsa enloqueció. No me sentía cómoda con las acciones; me preocupaba que algo pudiera ir mal. Así podré vivir el resto de mi vida sin apuros económicos, gracias a ti.
—Cuando necesites que alguien se ocupe de ti…
Eric dejó la frase sin terminar mientras Emily negaba con la cabeza, sonriente.
—¿Y estropear una hermosa amistad? —preguntó.
Eric ayudó a cargar el lavavajillas.
—Ese es mi trabajo —protestó ella.
—Me gusta ayudarte.
—Como dices que has de volver a Albany esta noche, preferiría que empezaras a instalar las cámaras.
A los pocos minutos, Emily cerró el lavavajillas con un chasquido cortante.
—Muy bien. Todo preparado. Si trabajas en un extremo de la mesa del comedor, yo me instalaré en el otro.
Explicó lo que pensaba hacer con las copias de los planos y registros de propiedades de la ciudad.
—Quiero entrar en las vidas de esa gente —dijo—. Ver dónde vivía el círculo de amigos de Madeline. Estoy convencida de que alguien a quien conocía la mató y la enterró aquí. Pero ¿cómo lo hizo? Tenía que haber policías alrededor de la casa, al menos durante los primeros días, cuando denunciaron su desaparición. ¿Dónde estaba retenida? ¿O dónde ocultaban su cadáver? ¿El asesino la enterró aquí el mismo día, al anochecer? El acebo ocultaba a la vista esa parte del patio.
—¿Estás segura de que no te estás obsesionando con ese crimen, Emily?
Ella le miró sin pestañear.
—Estoy obsesionada con descubrir la relación entre los crímenes de la década de 1890 y los cometidos recientemente en esta ciudad. En este preciso momento la policía está levantando otro patio trasero, a pocas manzanas de aquí, y creen que tal vez van a encontrar los restos de una joven desaparecida hace dos años.
—Emily, no te quedes aquí sola. Me has dicho que ya has sufrido dos incidentes de acoso en los cinco días que llevas en la ciudad. Querías un descanso, unas vacaciones. A juzgar por tu aspecto, no lo estás consiguiendo.
El súbito timbrazo del teléfono provocó que Emily lanzara una exclamación ahogada y aferrara el brazo de Eric. Consiguió emitir una temblorosa carcajada mientras corría al estudio para contestar.
Era el detective Browski. No perdió el tiempo en saludarla.
—Emily, tu cliente del caso Koehler es una rata inmunda, pero quizá te alegre saber que no es un asesino. Acabo de hablar con Ned Koehler. No te lo vas a creer…
Un cuarto de hora más tarde, Emily volvió al comedor.
—Menuda conversación —comentó Eric en tono jovial—. ¿Un nuevo novio?
—El detective Browski. Ya le conoces. Te ha alabado mucho.
—Oigámoslo. No olvides ni un detalle.
—Según él, es probable que me salvaras la vida. Si la cámara que instalaste no hubiera grabado a Ned Koehler, no habríamos sabido quién me estaba acosando.
—Tu vecino oyó algo y llamó a la poli.
—Sí, pero Koehler descubrió la manera de desconectar el sistema de alarma. Y huyó antes de que llegara la policía. Si la cámara no le hubiera filmado, gracias a ti, no habríamos sabido quién había intentado entrar. Quizá la siguiente vez habría sido muy diferente para mí.
Emily percibió el temblor en su voz.
—Hoy admitió que pensaba matarme. Marty Browski afirma que, en la mente retorcida de Koehler, Joel Lake, el tipo al que defendí, provocó la muerte de su madre. Dijo a Browski que, si él no hubiera robado en el apartamento, su madre aún estaría viva, y que Joel era el verdadero asesino.
—Una lógica demencial, diría yo.
Las manos de Eric Bailey trabajaban como si no hiciera el menor esfuerzo mientras acoplaba el equipo necesario para instalar las cámaras.
—Demencial, pero también comprensible. Estoy segura de que no quería matar a su madre y de que no soporta pensar que es el causante de su muerte. Si hubieran declarado culpable a Joel Lake, habría podido transferirle su culpa. Pero yo logré su absolución y me convertí en la mala de la película.
—No lo eres —dijo Eric Bailey con firmeza—. Me intranquiliza que, por lo que has dicho, Browski esté preocupado por este nuevo caso de acoso. ¿Quién cree que es?
—Ha investigado a mi ex. Sea lo que sea Gary, no es un acosador. Tiene sólidas coartadas para el martes por la noche y el sábado por la mañana, cuando fueron tomadas esas fotos. Browski aún no ha podido localizar a Joel Lake.
—¿Estás preocupada por Lake?
—Te sorprenderá saber que, en cierto sentido, estoy aliviada. ¿Recuerdas cuando Ned Koehler se abalanzó sobre mí, después de que el jurado absolviera a Lake?
—Ya lo creo. Estaba allí.
—Cuando los guardias se llevaron a Koehler, Joel Lake me ayudó a levantarme. Estaba a mi lado, porque nos habíamos puesto en pie para escuchar el veredicto. Eric, ¿sabes lo que me susurró?
El tono de Emily provocó que Eric Bailey interrumpiera sus tareas y la mirara fijamente.
—Me dijo: «Quizá Koehler esté en lo cierto, Emily. Quizá yo maté a la vieja. ¿Qué tal te sienta eso?».
No se lo he dicho a nadie, pero me ha obsesionado desde entonces. Aun así, no creo que él la matara. ¿Comprendes? Es un ser despreciable que, en lugar de darme las gracias por librarle de la prisión, quiso burlarse de mí.
—¿Sabes lo que pienso, Emily? Creo que se sentía atraído por ti y sabía que no iba a beneficiarle. El rechazo provoca reacciones horribles en algunas personas.
—Bien, si él es el acosador, espero que una de tus cámaras le inmortalice.
Cuando Eric se marchó poco después de las siete de la tarde, había cámaras por todos los rincones. Lo que él no dijo a Emily fue que había instalado otras dentro de la casa y había sujetado una antena a la ventana del desván. Ahora, a un kilómetro de distancia podría seguir sus movimientos y escuchar sus conversaciones en la sala de estar, la cocina y el estudio mediante el televisor de la furgoneta.
Mientras se despedía con un beso cariñoso en la mejilla e iniciaba su viaje de regreso a Albany, ya estaba planeando su siguiente visita a Spring Lake.
Sonrió recordando el respingo que Emily había dado cuando el teléfono sonó. Estaba mucho más nerviosa de lo que reconocía.
El miedo era el arma definitiva de la venganza. Ella había vendido sus acciones al precio máximo. Poco después, otros accionistas se habían deshecho de las suyas hasta formar una cadena. Ahora su empresa estaba al borde de la ruina.
Habría podido perdonarle hasta eso, si no le hubiera rechazado como hombre.
—Si no me quieres, Emily —dijo en voz alta—, vivirás siempre con el miedo en el cuerpo, esperando el momento en que alguien surja de la oscuridad y no puedas escapar.