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—No esperaba verles tan pronto —dijo Emily a Tommy Duggan y Pete Walsh cuando les abrió la puerta.

—No esperábamos volver tan pronto, señora Graham —contestó Duggan mientras la examinaba con fijeza—. ¿Cómo ha dormido esta noche?

Emily se encogió de hombros.

—Ya habrá adivinado que no he dormido mucho. La fotografía de ayer me afectó. ¿No es cierto que, en la Edad Media, si alguien perseguido lograba entrar en una iglesia y gritaba «¡asilo!», estaba a salvo mientras se quedara allí?

—Algo por el estilo —dijo Duggan.

—Imagino que no serviría en mi caso. Ni en la iglesia me sentiría a salvo. Estoy terriblemente asustada.

—Como vive sola, sería mucho más seguro…

Ella le interrumpió.

—No pienso moverme de esta casa. Tengo la postal en el estudio.

La había encontrado entre un folleto de propaganda de una empresa dedicada al diseño de jardines y una solicitud para colaborar con una organización caritativa.

Después de asimilar el mensaje de la postal, se había acercado a la ventana de la cocina y había echado un vistazo al patio trasero. En aquel día nublado, parecía desolado y melancólico como el cementerio que había sido durante más de un siglo.

Sin soltar la postal, había corrido al estudio para llamar a la oficina del fiscal.

—El único correo que me han entregado desde que adquirí la casa iba dirigido a los Kiernan o al «ocupante» —dijo a los detectives. Señaló la postal, que había dejado sobre el escritorio—. Pero esta va dirigida a mí.

Era como se la había descrito: un tosco dibujo de una casa y la propiedad circundante con la dirección del número 15 de Ludlam Avenue escrito entre las líneas de lo que pretendía ser una acera. Había dos lápidas dibujadas una al lado de la otra en la esquina izquierda de la zona situada detrás de la casa. Una llevaba el nombre de Letitia Gregg y la otra, el de Carla Harper.

Tommy sacó una bolsa de plástico del bolsillo, cogió la postal por los bordes y la metió dentro.

—Esta vez he venido preparado —dijo—. Señora Graham, tal vez se trate de una broma pesada, pero puede que vaya en serio. Hemos investigado el número 15 de Ludlam Avenue. La propietaria es una viuda de edad avanzada que vive sola. Esperemos que quiera colaborar cuando le hablemos de esto y que nos deje cavar en su patio, al menos en la zona indicada en el dibujo.

—¿Cree que va en serio? —preguntó Emily.

Tommy Duggan la miró durante un largo momento antes de contestar.

—Después de lo que encontramos aquí —miró en dirección al patio trasero de Emily—, creo que hay bastantes posibilidades de que sí. Pero hasta que lo sepamos con certeza, le agradeceremos que no hable con nadie de esto.

—No quiero hablar con nadie de esto —dijo Emily. «No voy a llamar a papá, a mamá o a la abuela para que se pongan enfermos de preocupación —pensó—. Pero si mis hermanos mayores vivieran en esta misma calle, se lo contaría a gritos. Por desgracia, viven a más de mil quinientos kilómetros de distancia».

Pensó en Nick Todd. Había telefoneado justo después de que llegara el correo, pero tampoco se lo había contado. Cuando encontraron la fotografía en el vestíbulo, después de volver del brunch, él la había instado a ir a Manhattan y quedarse en su apartamento.

Pero ella había insistido en que las cámaras que Eric iba a instalar eran la mejor esperanza de descubrir quién le estaba haciendo esto, y explicó que la cámara de su casa de Albany había captado a Ned Koehler cuando intentaba entrar. «En cuanto estén en funcionamiento, podremos identificar al culpable», le había asegurado.

«Valientes palabras —pensó mientras acompañaba a Tommy Duggan y Pete Walsh hasta la puerta y la cerraba con llave a sus espaldas—, pero la verdad es que estoy muerta de miedo».

Las pocas horas que había conseguido dormir habían sido un desfile de pesadillas. En una, alguien la perseguía. En otra intentaba abrir la ventana, pera alguien lo impedía desde fuera.

«¡Basta! —se ordenó Emily—. ¡Trabaja en algo! Llama al doctor Wilcox y pregúntale si puedes pasar a devolverle sus libros. Después ve al museo e investiga. A ver si puedes averiguar dónde vivía esa gente en la década de 1890».

Quería identificar las residencias de los amigos de Phyllis Gates y Madeline Shapley, que aquella había mencionado muchas veces en su libro.

Phyllis Gates hacía referencias a la casa que su familia alquilaba durante los meses de verano, pero parecía dar a entender que las demás familias eran propietarias. Tenía que haber documentos que plasmaran dónde vivían.

«Ha de existir un plano de la ciudad de aquella época. Necesito material de dibujo y un juego de Monopoly. Las casitas que van con el tablero serán perfectas para mis propósitos».

En una cartulina de 90 x 90 cm, como las que utilizan los estudiantes de arte, dibujaría un plano de la ciudad tal como era en la década de 1890, pondría los nombres de las calles y colocaría las casitas en las propiedades donde habían vivido los amigos de Madeline Shapley.

«Entonces conseguiré la historia de la propiedad de esas fincas desde aquella época en el registro del ayuntamiento», pensó Emily.

«Lo más probable es que no sirva de nada», se dijo mientras iba al ropero para coger su impermeable, pero cuanto más se zambullera en el mundo de Madeline, más posibilidades tenía de descubrir lo que le había pasado… y también a Letitia Gregg y Ellen Swain.