Una sensación de peligro me rodea, similar a la que sentí cuando Ellen Swain empezó a relacionarme con la muerte de Letitia. En aquella ocasión procedí con celeridad.
Fue una estupidez por mi parte consultar a la doctora Madden, hace cinco años. ¿En qué estaba pensando? No habría podido permitir que me hipnotizara, por supuesto. ¿Quién sabe lo que habría divulgado involuntariamente al abrirle mi mente? Fue la tentadora posibilidad de volver a mi antigua encarnación lo que me indujo a ir a verla.
¿Recordará que hace cinco años un cliente pidió ser devuelto al año 1891? Es posible, pensó con un escalofrío.
¿Daría importancia a una conversación que tuvo en su consulta con un paciente? Tal vez.
¿O considerará su deber telefonear a la policía y contar: «Hace cinco años, un hombre de Spring Lake me pidió que le devolviera al año 1891. Fue muy concreto en la fecha. Le expliqué que, a menos que hubiera estado encarnado en aquella época, sería imposible devolverle a ella»?
Recreó en su mente a la doctora Madden, los ojos inteligentes que le miraban sin pestañear. Se sentía desafiada por él, pero también experimentaba curiosidad. Y la curiosidad había sido la causa de la muerte de Ellen Swain, reflexionó.
«Entonces —diría la doctora Madden a la policía— intenté sumir a mi paciente en el trance hipnótico. Se puso muy nervioso y se marchó de mi consulta con brusquedad. Tal vez no sea muy importante, pero creí que debía transmitirles esta información. Se llama…».
¡La doctora Madden no debía hacer esa llamada! Era un riesgo que no podía aceptar.
«Al igual que Ellen Swain, pronto averiguará que saber cualquier cosa de mí es peligroso —pensó—… incluso fatal».