El rumor se había iniciado con la pregunta de la reportera del National Daily al fiscal: «¿Cree que el asesino de Martha es una reencarnación?».
El teléfono de la doctora Lillian Madden empezó a sonar sin tregua el jueves por la tarde. El viernes por la mañana, Joan Hodges, su secretaria, había dado con una respuesta común que no cesaba de repetir: «La doctora Madden considera de mal gusto hablar del tema de la reencarnación en relación con el asesinato de Spring Lake».
El viernes, mientras comían, Joan Hodges no consideró de mal gusto hablar del tema con su jefa.
—Doctora Madden, fíjese en lo que dicen los periódicos, y tienen razón. No fue una casualidad que Martha Lawrence y Madeline Shapley desaparecieran el mismo día. ¿Quiere saber la última noticia?
«Pausa para causar un efecto dramático», pensó Lillian Madden con ironía.
—El 5 de agosto de 1893, Letitia Gregg, escúcheme bien, doctora, no volvió a casa. —Joan abrió los ojos de par en par—. Doctora, una chica llamada Carla Harper, que hace dos años fue a pasar el fin de semana en el hotel Warren, desapareció como por arte de magia. Recuerdo haber leído algo al respecto. Pagó la cuenta y subió a su coche. Una mujer jura que la vio cerca de Filadelfia. Era su lugar de destino. Vivía en Rosemont, en el Main Lifie[3]. Pero ahora, según el New York Post, parece que esa testigo ocular no está muy en sus cabales. —Los ojos desorbitados de Joan se clavaron en el rostro de la doctora Madden—. Doctora, creo que Carla Harper nunca salió de Spring Lake. Creo, y da la impresión de que mucha gente piensa lo mismo, que hubo un asesino en serie en Spring Lake en la década de 1890 y que se ha reencarnado.
—Eso son tonterías —replicó con brusquedad Lillian Madden—. La reencarnación es una forma de madurez espiritual. Un asesino en serie de la década de 1890 estaría hoy pagando por sus delitos, no repitiéndolos.
Con paso decidido, mientras su postura indicaba el desagrado que le causaba el tono de la conversación, Lillian Madden se dirigió a su despacho y cerró la puerta. Se dejó caer en la butaca del escritorio y apoyó los codos sobre la mesa. Cerró los ojos y se masajeó las sienes con los dedos índice.
«Dentro de poco los seres humanos serán clonados —pensó—. Todos los que nos dedicamos a la medicina lo sabemos. Los que creemos en la reencarnación pensamos que el dolor sufrido en vidas anteriores puede afectarnos en nuestra existencia actual. Pero ¿el mal? ¿Es posible que alguien repita exactamente, a sabiendas o no, los mismos hechos malvados que cometió hace un siglo?».
¿Qué era lo que la estaba perturbando? ¿Qué recuerdo intentaba abrirse paso hasta su conciencia?
Lillian se preguntó si podría librarse de la conferencia de aquella noche. No, eso no sería justo con los estudiantes, decidió. En diez años no había dejado de asistir a ninguna sesión del curso sobre regresión que impartía cada primavera en el Monmouth County Community College.
Había treinta estudiantes matriculados. La universidad podía vender diez entradas más por cada sesión. ¿Habrían averiguado algunos de los reporteros que le habían telefoneado la existencia de dichas entradas y se presentarían en la conferencia de esa noche?
A mitad de la sesión, acostumbraba a solicitar voluntarios con el fin de hipnotizarlos y provocar una regresión. En ocasiones ello daba como resultado vividos y detallados, recuerdos de otras encarnaciones. Tomó la decisión de eliminar la parte de la hipnosis esa noche. Durante los últimos diez minutos, siempre aceptaba preguntas de estudiantes y visitantes. Si los reporteros comparecían tendría que contestarles. No había forma de impedirlo.
Siempre preparaba sus conferencias con antelación. Cada una estaba muy bien vertebrada con la anterior y la siguiente. La conferencia de esa noche se basaba en las observaciones de Ian Stevenson, un profesor de psicología de la Universidad de Virginia. Había puesto a prueba la hipótesis de que, con el fin de identificar dos historias vitales diferentes pertenecientes a la misma persona, tenía que haber una continuidad de los recuerdos y/o los rasgos de carácter.
No era la conferencia que habría elegido para esa noche. Mientras repasaba las notas, poco después de salir de casa, Lillian se dio cuenta de que los descubrimientos de Stevenson podían interpretarse como un apoyo a la hipótesis del asesino en serie reencarnado.
Lillian estaba tan ensimismada en sus pensamientos que se sobresaltó cuando Joan llamó a la puerta y entró en el despacho antes de que pudiera darle permiso.
—La señora Pell está aquí, doctora, pero ha llegado antes de la hora, de modo que no se dé prisa. Mire lo que le ha traído.
Joan sostenía un ejemplar del National Daily. Sobre el logotipo se leía EDICIÓN ESPECIAL. El titular rezaba: ASESINO EN SERIE VUELVE DE LA TUMBA.
El artículo continuaba en la segunda y tercera páginas. Las fotos contiguas de Martha Lawrence y Carla Harper estaban encabezadas con la frase «¿Hermanas en la muerte?». El artículo empezaba así: «La policía admite que la testigo ocular que afirmó haber visto a Carla Harper, de veinte años, en un restaurante de carretera cercano a su casa de Rosemont, Pensilvania, tal vez cometiera un error.
Considera muy posible que el bolso de la Harper fuera dejado cerca del restaurante por el asesino, después de la publicidad que se dio a las declaraciones de la testigo. La investigación se centra ahora en Spring Lake, Nueva Jersey».
—Justo lo que le he dicho, doctora. La chica fue vista por última vez en Spring Lake. Y desapareció el 5 de agosto, el mismo día que Letitia Gregg, pero en 1893.
El periódico también publicaba dibujos de tres jóvenes con los vestidos de cuello alto, mangas largas y faldas hasta el tobillo propios de finales del siglo XIX. El encabezamiento rezaba: «Las víctimas del siglo XIX».
Una fotografía de una calle flanqueada por árboles y casas de estilo Victoriano estaba emparejada con otra de una calle actual muy parecida. El encabezamiento decía: «Antes y ahora».
El reportaje que seguía iba acompañado del nombre y la fotografía de la autora, Reba Ashby. Empezaba: «Un visitante de la encantadora localidad costera de Spring Lake experimenta la sensación de retroceder a una época más plácida y sosegada. Pero en aquel tiempo, como en el presente, la paz fue truncada por una presencia siniestra y maléfica…».
Lillian dobló el periódico y se lo devolvió a Joan.
—Ya tengo suficiente.
—¿No cree que debería suspender la clase de esta noche, doctora?
—No, Joan. ¿Quieres decirle a la señora Pell que entre, por favor?
Aquella noche, tal como Lillian Madden había esperado, todos los pases disponibles para invitados se habían vendido. Dedujo que varias personas, llegadas con suficiente antelación para ocupar los asientos de primera fila, debían de ser de la prensa. Iban provistas de libretas y grabadoras.
—Mis estudiantes habituales saben muy bien que no se permiten grabadoras en esta clase —dijo, y miró de forma significativa a una mujer de unos treinta años que le parecía vagamente familiar.
¡Por supuesto! Era Reba Ashby, del National Daily, la firmante del artículo titulado «Antes y ahora».
Lillian dedicó un momento a acomodarse las gafas. No quería aparentar nerviosismo o inquietud delante de la señora Ashby.
—En Oriente Medio, Asia y otros lugares —empezó—, hay miles de casos de niños menores de ocho años que hablan de una identidad anterior. Recuerdan con lujo de detalles su vida previa, incluyendo los nombres de sus familiares.
La monumental investigación empírica del doctor Stevenson explora la posibilidad de que las imágenes que desfilan por la mente de una persona, así como las modificaciones físicas ocurridas en el cuerpo de dicha persona, puedan manifestarse como características de un recién nacido.
«Imágenes que desfilan por la mente de una persona —pensó Lillian—. Estoy ofreciendo material para la siguiente columna de la Ashby». Continuó.
—Algunas personas pueden elegir a sus futuros padres, y la reencarnación suele tener lugar en una zona geográfica cercana a la anterior encarnación.
El turno de preguntas fue acalorado. La primera en intervenir fue la señora Ashby.
—Doctora Madden —dijo—, todo lo que acabo de oír esta noche me reafirma en la idea de que un asesino en serie que vivió en la década de 1890 se ha reencarnado. ¿Cree que el asesino actual conserva imágenes de lo ocurrido a las tres mujeres en aquella época?
Lillian Madden hizo una pausa antes de responder.
—Nuestras investigaciones demuestran que los recuerdos de vidas anteriores dejan de tenerse a la edad de ocho años, aproximadamente. Eso no quiere decir que no podamos experimentar una sensación de familiaridad con una persona que acabamos de conocer o con un lugar que visitamos por primera vez. Pero no es lo mismo que tener imágenes vividas y recientes.
Hubo más preguntas, y después la señora Ashby volvió a intervenir.
—Doctora, ¿no es cierto que suele incluir una sesión de hipnosis con voluntarios en sus conferencias?
—Exacto. Pero esta noche he decidido no hacerlo.
—¿Puede explicarnos cómo provoca la regresión de alguien?
—Por supuesto. Por lo general, tres o cuatro personas se prestan voluntarias, pero puede que algunas no colaboren con la hipnosis. Hablo con cada una de las que se hallan en trance hipnótico. Las invito a retroceder en el tiempo por un cálido túnel. Les digo que será un viaje agradable. Luego elijo fechas al azar y pregunto si se forman imágenes en su mente. La respuesta suele ser negativa, y continúo retrocediendo hasta que llegan a una encarnación anterior.
—Doctora Madden, ¿alguien le pidió específicamente que le hiciera retroceder hasta finales del siglo XIX?
Lillian Madden miró al periodista, un hombre corpulento de ojos cavilosos. Otro reportero, pensó, pero esa no era la cuestión. Había devuelto a su memoria el recuerdo que la había esquivado durante todo el día. Hacía cuatro años, tal vez cinco, alguien le había formulado esa misma pregunta. Había acudido a su consulta y le había dicho que estaba seguro de haber vivido en Spring Lake a finales del siglo XIX.
Pero luego se resistió a la hipnosis y se fue antes de que terminara su hora. Lo vio con claridad en su mente. Pero ¿cómo se llamaba?
«Constará en mi agenda de citas —pensó—. Lo reconoceré en cuanto lo vea».
Ardía en deseos de volver a casa.