19

Tommy Duggan y Pete Walsh la estaban esperando en el porche cuando Emily llegó a casa.

Tommy desechó sus disculpas con un ademán.

—Hemos llegado un poco pronto, señora Graham.

Presentó a Pete, que se apresuró a coger la bolsa de libros que Clayton Wilcox había prestado a Emily.

—Parece que se ha aprovisionado de una buena cantidad de lectura, señora Graham —comentó mientras ella abría la puerta.

—Creo que sí.

La siguieron hasta el vestíbulo.

—Hablaremos en la cocina —sugirió Emily—. Me apetece una taza de té, y tal vez pueda persuadirles de que me acompañen.

Pete Walsh aceptó. Tommy Duggan declinó la invitación, pero no pudo resistir la tentación de tomarse un par de galletas de chocolate.

Se sentaron a la mesa de la cocina. El ventanal proporcionaba una vista deprimente de la obra y los montones de tierra que la rodeaban. Las palabras ESCENA DEL CRIMEN. PROHIBIDO EL PASO estaban impresas en las cintas que acordonaban la zona. Vieron al policía que custodiaba la obra asomado a la ventana de la caseta de baño.

—Parece que el equipo de la policía científica se ha marchado —comentó Emily—. Espero que eso signifique el fin de la investigación, al menos en mi casa. Quiero que el contratista llene ese hoyo. He decidido olvidarme de la piscina.

—Precisamente queríamos hablar con usted sobre eso, señora Graham —dijo Tommy—. Aprovechando que la excavadora sigue aquí, nos gustaría levantar el resto del patio.

Emily le miró asombrada.

—¿Para qué?

—Es muy importante. Tendría la seguridad de saber que nunca más volverá a padecer otro susto como el de ayer.

—No creerá que hay otros cuerpos enterrados ahí fuera, ¿verdad?

—Señora Graham, sé que vio al fiscal en la tele, porque le telefoneó para preguntarle sobre el anillo encontrado.

—Sí.

—Entonces le oiría decir que después de que su… ¿quién era, la hermana de su bisabuela? Desapareciera en 1891, otras dos jóvenes desaparecieron en Spring Lake.

—Santo Dios, ¿creen que tal vez estén enterradas ahí?

Emily señaló al patio trasero.

—Quisiéramos averiguarlo. También nos gustaría obtener una muestra de sangre de usted para comprobar mediante el ADN si el hueso encontrado era de Madeline Shapley.

De pronto, Tom Duggan se dio cuenta de que estaba siendo presa del agotamiento absoluto que se apodera de cualquiera que apenas ha dormido en un día y medio. Se sentía embotado y lento de reflejos. Sintió pena por Emily Graham. A juzgar por su aspecto, estaba preocupada y asustada.

El día anterior, la habían investigado a fondo. Era una abogada defensora importante que iba a trabajar para uno de los bufetes más prestigiosos de Manhattan. Estaba divorciada de un gilipollas que había intentado aprovecharse de ella cuando ganó un montón de dinero. Había sido víctima de un acosador que se encontraba ahora en un centro psiquiátrico. Pero alguien le había tomado una foto la noche que llegó a Spring Lake y la había deslizado por debajo de su puerta.

Cualquiera habría podido buscarla en Internet y averiguar lo del acosador. Hubo mucha publicidad cuando le detuvieron. Algún chico estúpido de la localidad habría encontrado divertido asustarla. Los polis de Spring Lake eran buenos. Vigilarían a cualquiera que se acercara a su casa. Tal vez conseguirían encontrar huellas dactilares en la foto o en el sobre.

Y ahora estaba sentada en esa bonita casa, con un patio trasero donde parecía que había caído una bomba, porque los restos de dos víctimas de asesinato, una de ellas su propia pariente, habían sido enterrados allí. Era lamentable.

Tommy sabía que Suzie, su mujer, querría conocer cosas sobre Emily Graham. Su aspecto, su indumentaria. Suzie había considerado la explicación de su encuentro anterior con Emily Graham muy insuficiente. Así que Tommy intentaba resumir las impresiones que le transmitiría cuando llegara a casa por la noche.

Emily Graham vestía tejanos, un jersey rojo con un cuello enorme y botines. No había comprado esas prendas de rebajas, desde luego. Llevaba unos sencillos pendientes de oro, pero ningún anillo. Su lacio cabello castaño oscuro llegaba hasta los hombros. Sus grandes ojos castaños parecían preocupados y aprensivos en ese momento. Era muy bonita, quizá incluso guapa.

«Dios mío, me estoy quedando dormido mientras hablo con ella», pensó.

—Señora Graham, no quiero que este verano esté sentada con sus amigos mientras se pregunta si van a emerger de repente más huesos humanos a la superficie.

—Pero ¿no es cierto que, si otras dos jóvenes desaparecieron en la década de 1890 y sus cadáveres fueran encontrados aquí, eso demostraría que hubo un asesino en serie en esta ciudad hace ciento diez años?

—Sí —reconoció Duggan—. Sin embargo, mi principal preocupación es detener al tipo que mató a Martha Lawrence. Siempre he creído que era alguien de aquí. Las raíces de muchos habitantes de esta ciudad se remontan hasta tres y cuatro generaciones. Otros pasaban los veranos aquí o trabajaban en los hoteles cuando iban a la universidad.

—Tom y yo trabajamos en el Warren —comentó Walsh—. Con diez años de diferencia, claro está.

Duggan le traspasó con la mirada, como diciéndole «no me interrumpas».

—Los huesos que había bajo el esqueleto de Martha se hallaban en una tumba relativamente poco honda —continuó—. Habrían sido encontrados hace mucho tiempo, de no ser por el árbol. Con los años, algunos habrían salido a la superficie. Mi hipótesis es que alguien se topó con ellos en un momento dado, quizá incluso encontró el dedo con el anillo, lo guardó y, cuando asesinó a Martha, decidió enterrarla con el hueso.

Miró a Emily.

—Está negando con la cabeza —dijo—. Creo que no está de acuerdo.

—He bajado la guardia —dijo Emily—. Un buen abogado defensor siempre pone cara de póquer. No, señor Duggan, no estoy de acuerdo. Me cuesta demasiado creer que alguien encontró el hueso, nunca se lo contó a nadie, asesinó a la pobre chica de los Lawrence y luego decidió enterrarla aquí. No me lo trago.

—¿Cómo lo explicaría?

—Creo que la persona que asesinó a Martha sabía muy bien lo que sucedió en 1891 y cometió un crimen inspirado en aquel.

—No creerá en la reencarnación, espero.

—No, pero sí creo que el asesino de Martha sabe todo lo referente a la muerte de Madeline Shapley.

Tom se levantó.

—Señora Graham, esta casa ha cambiado de propietarios varias veces durante todos estos años. Vamos a examinar los registros para averiguar quiénes fueron esos propietarios y ver si alguno todavía sigue por aquí. ¿Nos dejará remover el patio?

—De acuerdo. —Su voz sonó resignada—. Y ahora, yo voy a pedirle algo. Déjeme ver la documentación que ha encontrado sobre las desapariciones de Madeline y de esas otras dos jóvenes en la década de 1890.

Intercambiaron una mirada.

—Tendré que consultarlo con el jefe, pero creo que no habrá problema —dijo Duggan.

Les acompañó hasta la puerta.

—El contratista me dijo que podría empezar mañana a primera hora —les informó—. Había confiado en que llenarían el hoyo, pero si hay que remover todo el patio, qué le vamos a hacer.

—Un equipo de la policía científica vendrá a examinar la tierra. No deberían tardar más de un día, máximo dos, y luego podrá olvidar todo esto —prometió Duggan.

Condujeron en silencio durante cinco minutos.

—¿Piensas lo mismo que yo, Pete? —preguntó por fin Duggan.

—Quizá.

—¿Esa chica, Carla Harper, de Filadelfia?

—Exacto.

—Desapareció hace dos años, en agosto.

—Exacto. Una testigo ocular jura haberla visto hablando con un tipo en un restaurante de carretera, en las afueras de Filadelfia. Afirma que iban en coches diferentes, pero cuando se fueron, él la siguió. La testigo jura que el coche del tipo tenía matrícula de Filadelfia. Al cabo de un par de días, el bolso de la Harper, sin que por lo visto faltara nada, apareció en una zona boscosa, no lejos del restaurante. El fiscal de Filadelfia se encarga del caso.

Tommy telefoneó a la oficina y pidió que le pusieran con Len Green, otro detective que trabajaba en el caso.

—Len, ¿cuándo desapareció la segunda mujer en la década de 1890?

—Dame un minuto. —Siguió una pausa—. Ya lo tengo: el 5 de agosto de 1893.

—También necesito saber cuándo se denunció la desaparición de Carla Harper.

—Déjame ver.

Tommy sostuvo el auricular hasta que oyó las palabras que esperaba escuchar.

—El 5 de agosto.

—Vamos hacia ahí. Nos vemos dentro de veinte minutos. Gracias, Len.

Tommy Duggan ya no tenía sueño. Debían hablar de inmediato con el detective de Filadelfia que se había encargado del caso de Carla Harper. Que tanto Madeline Shapley como Martha Lawrence hubieran desaparecido un 7 de septiembre, con un intervalo de ciento diez años, podía ser casual. Pero no que otras dos jóvenes hubieran desaparecido un 5 de agosto y en el mismo lapso de tiempo.

Tenían entre manos a un asesino que se había inspirado en aquellos lejanos crímenes cometidos en Spring Lake.

—¿Sabes lo que esto significa, Pete? —preguntó.

Pete Walsh no contestó. Sabía que Tommy Duggan estaba pensando en voz alta.

—Significa que, si este tipo está siguiendo una pauta, va a matar a otra joven el 31 de marzo.

—¿Este 31 de marzo?

—Aún no lo sé. En la década de 1890, las tres jóvenes desaparecieron con varios años de diferencia. —Volvió a telefonear—. Len, comprueba esto —empezó.

Al poco rato tuvo la información que deseaba.

—Hubo una diferencia de veintitrés meses entre las desapariciones de las dos primeras mujeres en la década de 1890. Es el mismo número exacto de meses que median entre la desaparición de Martha Lawrence y Carla Harper.

Entraron en el aparcamiento de la oficina del fiscal.

—Si alguna mujer desaparece en Spring Lake la semana que viene, el 31 de marzo, el ciclo se habrá completado. Y por si no nos divertíamos bastante, puede que también tengamos entre manos a un acosador de Emily Graham que se inspira en el anterior.

Cuando Pete Walsh bajó del coche, calló con prudencia que su suegra creía en la reencarnación y que él también empezaba a creer en eso.