14

La doctora Lillian Madden, una importante psicóloga que solía utilizar la hipnosis en su terapia, creía a pies juntillas en la reencarnación y conseguía que algunos pacientes se retrotrayeran a vidas pretéritas. Creía que el trauma sufrido en otras vidas constituía el origen del dolor emocional en la vida presente.

Muy solicitada en el circuito de las conferencias, se explayaba sobre una de sus premisas favoritas: la de que la gente que conocemos en esta vida era gente que conocíamos en las anteriores.

«No quiero decir que su marido fue su marido hace trescientos años —explicaba a los oyentes subyugados—, pero sí creo que tal vez era su mejor amigo. Del mismo modo, una persona con la que ha tenido problemas quizá fue un adversario en otra vida».

Era viuda y no tenía hijos, con domicilio y consulta en Belmar, una ciudad cercana a Spring Lake. Se había enterado la noche anterior del hallazgo del cadáver de Martha Lawrence y había experimentado el pesar que compartían todos los residentes en las ciudades vecinas.

Que un nieto no estuviese a salvo mientras corría en una mañana de verano les resultaba incomprensible a todos. Y descubrir que el cuerpo asesinado de Martha Lawrence había sido enterrado tan cerca del hogar de sus abuelos convenció a todo el mundo de que alguien, en apariencia de confianza, debía ser el culpable. Alguien a quien recibían sin reparos en sus casas.

Después de oír el informe, Lillian Madden, una insomne recalcitrante, había pasado incontables horas meditando sobre la posible finalidad del trágico descubrimiento, sabía que la familia de Martha jamás habría abandonado la ilusa esperanza de que un día, milagrosamente, la joven reapareciera sana y salva. En cambio, ahora vivían con la cruel certeza de que habían pasado muchas veces por delante de la finca donde su cuerpo estaba enterrado.

Habían transcurrido cuatro años y medio. ¿Habría regresado Martha en una nueva reencarnación? ¿Era el bebé recién nacido en casa de la hermana mayor de Martha el alma que en otro tiempo había morado en el cuerpo de la joven asesinada?

Lillian Madden lo consideraba posible. Rezó para que la familia Lawrence intuyera que, al dar la bienvenida al bebé, estaban también dando la bienvenida a Martha.

Empezaba a recibir a los pacientes a las ocho de la mañana, una hora antes de que llegara la secretaria, Joan Hodges. A mediodía, la doctora Madden fue a hablar con Joan a la recepción.

Joan, vestida con un traje pantalón hecho a medida que disimulaba su reciente aumento de talla, no la oyó entrar. Se estaba apartando un mechón de pelo rubio de la frente con una mano, mientras garabateaba un mensaje con la otra.

—¿Algo importante? —preguntó la doctora Madden.

Joan levantó la vista, sobresaltada.

—Oh, buenos días, doctora. No sé si es importante, pero no le va a gustar —dijo.

Joan, ya abuela a sus cuarenta y cuatro años, era en opinión de Lillian Madden la persona perfecta para trabajar en la consulta de un psicólogo. Jovial, práctica, imperturbable y simpática, tenía el don de tranquilizar a los pacientes.

—¿Qué es lo que no me va a gustar? —preguntó Lillian Madden mientras recogía las notas.

—El fiscal ha dado otra conferencia de prensa, y durante esta última hora usted ha recibido llamadas de tres de los periódicos más sensacionalistas de todo el país. Le diré por qué.

Lillian escuchó en asombrado silencio mientras su secretaria le contaba lo del dedo de otra mujer, adornado con un anillo, encontrado en la mano de Martha Lawrence, y el hecho de que Madeline Shapley, igual que Martha, había desaparecido un 7 de septiembre.

—¿No creerán que Martha era la reencarnación de Madeline y que estaba destinada a la misma muerte terrible? —preguntó Lillian—. Eso sería absurdo.

—No preguntaron eso —dijo Joan Hodges en tono sombrío—. Quieren saber si usted cree que el asesino de Madeline se ha reencarnado. —La miró—. Pensándolo bien, doctora, no se les puede culpar por preguntar eso, ¿verdad?