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Desde que empezaron a excavar la piscina, sabía que encontrarían los restos de Martha. Confiaba en que el hueso del dedo siguiera intacto dentro del sudario de plástico. Pero aunque no fuera así, encontrarían el anillo. Los informes decían que estaban examinando palmo a palmo toda la zona excavada.

Era esperar demasiado que el médico forense llegara a la conclusión de que Martha y Madeline habían muerto de la misma manera. Martha con el pañuelo anudado alrededor del cuello, Madeline con el cinturón de algodón almidonado que le había arrebatado de la cintura mientras intentaba huir.

Podía recitar aquel pasaje del diario de memoria.

Es curioso caer en la cuenta de que, sin un solo gesto por mi parte, Madeline comprendiera que había cometido un error al venir a mi casa. Se pellizcaba la falda con sus largos y esbeltos dedos, aunque su expresión facial no cambiaba.

Me miró mientras yo cerraba con llave la puerta.

—¿Por qué hace eso? —preguntó.

Debió de leer algo en mis ojos, porque se llevó la mano a la boca. Vi que los músculos de su cuello se movían cuando intentó chillar en vano. Estaba demasiado asustada para hacer otra cosa que susurrar «por favor».

Intentó correr hacia la ventana, pero agarré su cinturón y se lo arranqué; después lo cogí con las dos manos y lo pasé alrededor de su cuello. En aquel momento, con notable fuerza, intentó golpearme y darme patadas. Ya no era un cordero tembloroso, sino una tigresa que luchaba por su vida.

Más tarde, me bañé, me cambié de ropa y llamé a sus padres, que ya estaban muy preocupados por su paradero.

Cenizas a las cenizas. Polvo al polvo.

Había una foto de Martha en todas las portadas, incluida la del Times. ¿Por qué no? Era de interés periodístico que el cadáver de una hermosa joven fuera descubierto, sobre todo si procedía de una familia privilegiada que vivía en una pintoresca y rica localidad. Aún interesaría más el anuncio de que habían encontrado un hueso de dedo de otro cadáver con un anillo dentro del plástico. Si lo habían encontrado, confiaba en que se dieran cuenta de que él había cerrado la mano de Martha sobre el hueso.

Su mano aún estaba caliente y flexible.

Hermanas en la muerte, separadas por ciento diez años.

Habían anunciado que el fiscal daría una conferencia de prensa a las once. Faltaban cinco minutos.

Encendió el televisor y se reclinó en su butaca. Lanzó una risita de impaciencia.