Carla
Carla se estaba sintiendo muy rara. El recuerdo del beso de Alicia estuvo dando vueltas en su cabeza durante todo el viaje de regreso de Almería, como una boya que se resiste a hundirse y siempre sale a flote: el sabor electrizante de su boca y el tacto dulce de sus manos en su cuerpo.
En los últimos años Carla no había tenido ninguna relación demasiado estable. Su último novio había sido Roberto, un excompañero de trabajo. Habían estado juntos casi seis meses, y, aunque disfrutaba del sexo con él, lo raro era que a veces tenía la sensación de que el sexo aún podía ser mejor, aunque no tenía ni idea de qué era lo que faltaba.
Cuando Alicia la tocó fue como una revelación. Se dio cuenta de que aún no había vivido su mejor experiencia sexual, su armonía sexual más erótica, más profunda con otra persona. La idea de que el modo de alcanzar esa plenitud fuese con otra mujer en lugar de con un hombre era perturbadora.
Y, sin embargo, pensar en Alicia hacía que algo burbujease en su interior, una extraña dicha irradiaba desde algún lugar profundo de su corazón.
Creía conocerse a sí misma y de pronto estaba tan confundida como una adolescente. Daban ganas de ponerse a reír.
Conducía ya en las proximidades de Madrid cuando el sonido del teléfono la sacó de sus cavilaciones. En la pantalla refulgía el nombre del abogado de la editorial, Gonzalo Pombo. Carla puso el manos libres del coche para hablar. Había estado temiendo aquella llamada y ya no podía seguir evitándola. Apretó el botón de respuesta.
—¿Es verdad lo que denuncia Castellanos? —preguntó el abogado a bocajarro, sin saludar siquiera.
—Tiene una explicación —respondió Carla con tranquilidad. Para su sorpresa, estaba de lo más calmada.
—Entonces es verdad que fuiste tú. Por el amor de Dios, Carla, ¿qué le hiciste? Ha puesto una denuncia por agresión. Dice que entraste en su despacho con un matón para darle una paliza. He visto el informe médico. Tiene rota la nariz y un hueso de la mano.
—El hijo de puta sabe que tenía mis motivos. Se lo expliqué.
—¿Tus motivos? ¿Qué motivos hay para darle semejante paliza a alguien? ¿Es que te has vuelto loca?
—Si me dejas explicarlo…
—Nos van a joder bien. La agresión refuerza la demanda por difamación, que a su vez justifica la agresión. Nos van a hundir.
—Lo siento. No podía hacer otra cosa. Si me dejas explicarte, podremos…
—Carla, no tienes que explicarme nada. En realidad te llamo para decirte que ya no te represento. Son instrucciones de la editorial. Tendrás que buscar otro abogado. Vamos a desligar nuestra estrategia de defensa de la tuya. Te deseo lo mejor.
Colgó. Carla siguió conduciendo. Lo más raro es que estaba muy tranquila. Había hecho lo que tenía que hacer y al diablo con todos. Si tenía que ir a la cárcel, pues iría. Tampoco era tan malo. Sentía una agradable sensación de liberación. Una vez que cruzas cierta línea, todo lo demás carece de importancia.
Cuando llegó a su casa solo tenía una idea en mente: darse un baño caliente. Había estado soñando con el momento durante todo el camino. Después pensaba dormir durante quince horas seguidas.
Pero la noche no iba a ser tan plácida como había imaginado. Carla supo que algo iba mal cuando, al abrir la puerta de su piso, sintió en el rostro una corriente de aire frío, como un fantasma que huye de la casa cruzando a través de ella. Por la mañana, al salir, había dejado todas las ventanas cerradas. El edificio tenía calefacción central, así que el piso debería estar caliente. Sin embargo, el aire estaba muy frío. Cruzó el recibidor y vio cómo las cortinas del salón se agitaban con el viento. Las ventanas estaban abiertas de par en par.
El corazón le dio un vuelco. Había dejado las ventanas cerradas al irse por la mañana. Estaba segura. Alguien las había abierto. Lo primero que pensó fue en un robo. Pero todo parecía en orden, tal y como lo había dejado por la mañana.
Cerró las ventanas temblando de frío. Entonces escuchó un sonido de pasos a su espalda. Una punzada intensa en el estómago le bloqueó el cerebro y la dejó bañada en sudor frío. Se giró. Tras ella había un hombre.
—¿Qué hace aquí? —gritó—. ¿Cómo ha entrado?
La habitación dio vueltas a su alrededor como si girase en un tiovivo. No podía creer que aquel hombre se hubiese colado en su casa por las buenas.
—No te asustes, solo he venido para tener una charla amistosa —dijo el teniente de policía Juan Pablo Guerrero.
—¿Es que ha perdido la cabeza? ¡Se ha colado en mi casa! —gritó. Se tambaleó debido a una embriaguez extraña de emociones, tan pronto perpleja como asustada.
El hombre vestía con el mismo traje negro y corbata con el que lo vio la primera vez. Tenía las facciones angulosas y la mirada penetrante.
—Tenía que hablar contigo y no quería esperar en la calle —dijo como si eso fuese suficiente excusa, como si eso justificase haberse colado en su casa—. Hacía mucho calor aquí dentro, por la calefacción. Además, no quería dejar malos olores. —Señaló las colillas de cigarrillo en el cenicero—. Por favor, siéntate.
—Voy a llamar a la policía.
—Yo soy la policía, ¿recuerdas? —Torció el gesto en una mueca que pretendía ser una sonrisa—. Escucha bien —dijo con tono imperativo—: deberías estar agradecida de que haya sido yo y no mi colega británico quien haya venido a verte. Él no hubiese sido tan amable.
—Esto es ridículo, ¿me está amenazando?
—No es una amenaza, es una advertencia. No nos has contado toda la verdad. Hay mucha gente que está nerviosa con lo que está pasando. Gente que no dudaría en meterte en una celda oscura y someterte a un duro interrogatorio. Yo pretendo mantener una charla amistosa y espero que esta vez colabores y no me ocultes nada.
—No sé de qué me está hablando. ¿Es que todo el mundo se ha vuelto loco? —dijo a punto de echarse a llorar, fría, temblorosa.
—Siéntate —la conminó el hombre señalando el sillón con el dedo.
Carla se dejó caer en el asiento, abatida. El policía se acomodó en una butaca frente a ella.
—Pero ¿qué es lo que quiere de mí? —preguntó Carla en un susurro ahogado. En su voz había una mezcla de rabia y temor.
—Podrías empezar por explicarme qué hacías en el despacho de Carlos Castellanos.
Carla dejó escapar el aire como un globo que se desinfla. El abogado de la editorial acababa de llamarla para comunicarle la denuncia y aquellos policías ya lo sabían. ¿Por qué estaban encima de ella?
—Fue algo desesperado —balbuceó—. Tenía que encontrar a Alicia como fuese y se me ocurrió que podíamos buscar el móvil que usó el secuestrador para espiarnos. La empresa de Castellanos tiene una aplicación para seguir teléfonos móviles. Eso es todo. Sé que golpear a ese hombre no estuvo bien, era una situación desesperada. Tiene que entenderlo.
El policía le dirigió una mirada penetrante.
—¿Por qué fuiste allí con Max, el empleado del supermercado?
—Yo… ya se lo expliqué todo —respondió con nerviosismo—. Ese hombre es amigo de Alicia, trabaja con ella en un centro comercial de Almería, su foto estaba en el periódico local…, héroe de Almería… Héctor Rojas estaba muerto…, yo no sabía a quién recurrir y fui a pedirle ayuda. —Carla tenía la impresión de que divagaba, estaba tan nerviosa que tenía dificultad para poner en orden sus ideas.
—¿Qué más sabes de él?
—Nada más. Creo que tiene algún problema mental. Amnesia. Eso es todo lo que sé.
Carla cerró los ojos. Parpadeó repetidamente. El policía seguía allí, instalado en su butaca. Y no solo no desaparecía, sino que encima encendió un cigarrillo y exhaló una larga bocanada de humo. Era increíble. Era irreal.
—Verás, su verdadero nombre es Nikolay Sokolov —dijo el hombre. Levantó la mirada y se humedeció los labios—. Fuimos nosotros quienes le hicimos desaparecer. Cuando digo nosotros, me refiero al CNI, Centro Nacional de Inteligencia, naturalmente. Un nombre no dice mucho de alguien, ¿no es verdad? Tanto da que se llame Nikolay o Max, lo que define a un hombre son sus actos.
El teniente de policía se inclinó hacia delante mirándola fijamente. Hizo girar el cigarrillo entre los dedos. Tentáculos de humo escapaban del extremo encendido.
—Sus actos —repitió—. Si me preguntas quién es ese hombre, te contestaré que es un asesino.
—No puedo creerlo —murmuró Carla. La confusión se arremolinaba—. Ese hombre no parece… Parece una buena persona.
El agente soltó una carcajada bronca.
—He oído decir muchas cosas de él, pero nunca nadie lo había llamado «buena persona». Ese viejo zorro es un maestro del engaño. Se la colaría hasta al mismísimo diablo si se lo propusiera. No te engañes. —Su expresión se endureció—. Nikolay Sokolov es uno de los hombres más peligrosos que existen en el planeta. Un individuo letal. Es ucraniano, pero habla español a la perfección porque es hijo de emigrantes españoles a la Unión Soviética. Ingresó en el ejército y fue entrenado en la élite de los servicios secretos soviéticos, el FSB, aunque te resultarán más conocidos por su antiguo nombre, la KGB. Su hoja de servicios es muy larga. Es un asesino despiadado. Con solo dieciocho años Nikolay Sokolov asesinó al recién elegido alcalde de San Petersburgo y, de paso, a toda su familia. Fue la primera vez que en los servicios de inteligencia europeos tuvimos noticias de su existencia. Fue una bonita tarjeta de presentación. Nikolay Sokolov se coló en pleno acto electoral con una AK-47 y asesinó al alcalde, a su esposa y a sus dos hijas adolescentes. Después el FSB ruso lo hizo desaparecer. Sabemos que participó en misiones en el Congo, en Afganistán y en Irak. Era uno de los mejores hombres del espionaje ruso, siempre dispuesto para las misiones más peligrosas. En 2010 cambió de escenario y viajó al sur de España. Su misión fue infiltrarse en las redes de mafia rusa que tienen su base en Marbella y que dominan el crimen organizado en toda Europa. Fue una operación conjunta entre el FSB ruso, el M16 británico y nosotros. Conozco bien esa operación porque yo estaba al mando.
Juan Pablo Guerrero apretó los dientes. Los músculos de su mandíbula se marcaron bajo la piel como tensos amarres de una embarcación.
—Yo era el responsable de la operación conjunta entre agencias. Dan Sanders, el hombre que conoció en la sala de interrogatorios, era el enlace del lado británico. Los rusos iban y venían. El elemento clave de la operación consistía en infiltrar a un hombre en la organización de la mafia ucraniana en España. Una misión casi suicida. Los rusos ofrecieron a su hombre, Nikolay Sokolov. Fue entonces cuando yo le conocí personalmente. Un auténtico hijo de perra.
Guerrero estrujó la colilla del cigarrillo en el cenicero con rabia. Acto seguido encendió otro, como si apagar uno y encender el siguiente formase parte del mismo movimiento.
—La operación fue un completo desastre, no sé a qué jugaba Nikolay: de pronto parecía que era él quien pasaba información de la policía a la mafia, en lugar de al revés. Empezamos a sospechar que podría ser un agente doble. Un hombre de la mafia infiltrado en los servicios secretos, ¿comprendes eso? —Carla dijo que sí. Aunque en aquel momento podría aceptar cualquier cosa. Solo quería que aquel hombre se fuera de su casa y la dejase en paz. Quería meterse en la cama y apagar las luces del mundo. Un dolor punzante le atravesó el ojo derecho. Lo que faltaba. Le estaba dando migraña—. El hijo de puta de Nikolay Sokolov jugaba a dos bandas —prosiguió Guerrero—. Nunca supimos de qué lado estaba realmente. Seis meses después de que empezase la operación, desde el lado británico nos llegaron instrucciones de sacarlo de escena. No se fiaban de él. Entonces, en mitad de la operación, nos estalló en las narices una guerra entre clanes rivales de la mafia. A lo mejor hasta lo recuerdas. Hace tres años. Los periódicos hicieron un poco de ruido. Hubo unos cuantos asesinatos en Marbella. Y Nikolay Sokolov recibió un disparo en la cabeza. Alguien, no fuimos nosotros, intentó quitarlo del medio. El muy cabrón sobrevivió milagrosamente, si bien la herida le causó una amnesia profunda. Le dimos una identidad falsa, una nueva vida, y quisimos esconderlo de todos, del FSB ruso y de la mafia.
El agente hizo una pausa para chupar el cigarrillo con avidez. El olor a tabaco comenzaba a impregnarlo todo. Carla sacudió la cabeza de un lado a otro, como si tratase de despertar de un mal sueño.
—¿Por qué me cuenta todo eso? Yo no sé nada.
Guerrero esbozó una sonrisa lobuna. En la penumbra del salón, su rostro parecía una máscara amenazante.
—Ese hombre es muy importante para nosotros —dijo—. Un hombre desnudo, sin posesiones, solo puede tener valor por un motivo: porque sabe algo que los demás ignoran. Hay algo en su cabeza —se tocó la sien con la mano que sostenía el cigarrillo—, algo por lo que los Gobiernos de varios países pagarían una fortuna, si es que esa condenada bala no se lo llevó para siempre. —Carla se limitó a mirarle—. A lo mejor no sabes que la mafia rusa es la más poderosa del planeta —dijo el teniente Guerrero—. Ni siquiera los cárteles sudamericanos rivalizan en poder con ellos. Los rusos controlan todo el tráfico de drogas del continente europeo y el tráfico de armas de África y Oriente Próximo. La mayor parte de las redes de prostitución europeas también son cosa suya. Sus negocios ilegales mueven miles de millones al año.
Mientras hablaba, Guerrero se inclinó para apagar la colilla de su cigarrillo en el cenicero. Acto seguido encendió otro.
—La mafia rusa está organizada en clanes familiares. El jefe del clan que controla el sur de Europa se llama Maximilian Aksyonov. Te suena ese apellido, ¿verdad? —Clavó los ojos en Carla achicándolos, como escrutando en la distancia—. Maximilian Aksyonov es el patriarca de uno de los mayores clanes de la mafia rusa. Él y su familia se han esforzado en mantener una fachada pública de honestidad con diversos negocios legales, pero sabemos que desde hace décadas dirige buena parte de los clanes mafiosos que operan en Europa Occidental y en el sur de África. Su negocio principal son las drogas y el tráfico de armas. Maximilian está ahora casi retirado y su hijo Serguei dirige el clan en su lugar. Ellos fueron los que iniciaron la guerra entre familias que estalló hace tres años, en mitad de la operación en la que trabajaba infiltrado Nikolay Sokolov.
El agente del CNI se recostó en su asiento. Fumaba un cigarrillo tras otro.
—Pero Maximilian Aksyonov, a pesar de todo su dinero y poder, solo es un jefe local más —prosiguió—. Desde hace años tenemos la sospecha de que existe un jefe de jefes de la mafia rusa. Un jefe supremo que controla todos los clanes rusos que operan en el continente europeo, africano y asiático. Alguien que acumula tanto o más poder que el mismísimo presidente ruso. Hasta hace poco se trataba más de una sospecha que de una certeza porque no existían datos contrastados que confirmasen la existencia de ese jefe supremo de la mafia. Solo hemos podido deducir su existencia a través de testimonios de los detenidos. La dificultad para identificar a ese hombre se debe a que no existen imágenes ni fotografías suyas. Tampoco hay una descripción precisa de su aspecto. Nadie habla abiertamente de él. Solo hay rumores; muchos, absurdos. Algunos dicen que es un superhombre, que es grande como una montaña y fuerte como un toro. Otros que es invisible, escurridizo y sigiloso como un fantasma. Hay quien asegura que es inmune al dolor, que puede caminar entre llamas o sumergirse en aguas heladas durante horas. Lo cierto es que todos le temen más que al diablo.
Carla escuchaba. La sangre le batía en los oídos.
—Ni siquiera tiene un nombre —dijo Guerrero—, solo un apodo por el que todos le conocen: Magno.
Se inclinó hacia delante.
—La Interpol cree que la existencia de Magno como jefe de jefes de la mafia es solo un mito —explicó—, una fachada detrás de la cual se esconden los jefes de clanes rusos con más poder. Yo le puedo asegurar que ese hombre existe. —Cerró un puño con fuerza—. Es responsable de la muerte de cientos de personas. Ha torturado a mujeres y ha masacrado familias enteras. Magno es sanguinario y despiadado. Dirige la mafia rusa con mano de hierro. He visto con mis propios ojos cómo los asesinos más despiadados de la mafia temblaban como niños al saberse amenazados por Magno. Es el criminal más peligroso que existe, y el más escurridizo. Tenemos indicios de que se esconde en algún lugar remoto de Rusia. Otros creen que vive oculto en algún pueblo de España o de Italia. Ese hombre, sea quien sea, nunca utiliza un teléfono o un ordenador. Transmite sus instrucciones mediante mensajes escritos a máquina en pequeños trozos de papel, mensajes que pasan de mano en mano siguiendo una larga cadena hasta su destino. Nadie le ha visto nunca directamente. Nadie sabe qué aspecto tiene. Nadie sabe quién es en realidad. Nadie, salvo una persona.
Como si habitase una pesadilla, Carla tenía la desagradable impresión de que podía anticipar lo que iba a decir aquel hombre. La migraña le quemaba las sienes y le nublaba la visión.
—Magno es el criminal más buscado del planeta —recalcó el policía—. Solo una persona podría describir el aspecto que tiene. Y esa persona es un empleado de supermercado llamado Max.
—Pero Max sufre amnesia. No recuerda nada —espetó Carla como si fuese un triunfo para ella.
Guerrero esbozó una sonrisa lobuna.
—Siempre y cuando no esté fingiendo. Los informes médicos aseguran que su amnesia es real, aunque los médicos también sostienen la posibilidad de que pueda recuperar la memoria en cualquier momento. Puede que algunos de sus recuerdos no se hayan destruido, que simplemente estén enterrados en alguna parte de su cerebro. Su mente podría ser capaz de sacar esos recuerdos a la luz. Si eso ocurriese, lo que ese hombre podría llegar a recordar es de vital importancia para nosotros.
—Si lo que sabe es tan importante, si es un criminal… ¿por qué lo dejan libre? —Carla no entendía adónde quería ir a parar contándole todo aquello.
—Porque también es muy inteligente. Si le encerramos en una celda y recupera la memoria, sería capaz de ocultárnoslo y seguir fingiendo amnesia para proteger a Magno. Sin embargo, ahora que está en libertad, si recupera la memoria sus movimientos le delatarán. Le dimos una vivienda miserable y un trabajo humillante. Lo controlamos. Cuando Nikolay Sokolov vuelva a ser él mismo se pondrá en marcha, intentará contactar con Magno para huir del país.
—¿Y qué tiene eso que ver conmigo? —La pregunta era casi una súplica.
—Tenemos sospechas de que ya ha empezado a moverse. Puede que esté tanteando a su alrededor, buscando información. Mi compañero inglés cree que tú le ayudaste a llegar hasta Carlos Castellanos para acceder a la base de datos de teléfonos móviles.
—Eso es absurdo. Fui yo quien le pidió ir allí. Ya le he explicado por qué.
—Me inclino a creerte —sonrió conciliador—. Pero no todos son tan benévolos como yo. Hay quien cree que ese hombre podría estar tramando algo. Recopilando información sobre ciertas personas a través de sus teléfonos. Hay quien cree que te utilizó para conseguir esa información.
—Le repito que él no me manipuló.
—Y yo te repito que no todos te creen. Algunos de mis colegas piensan que Nikolay podría estar utilizándote como coartada. Si le interrogamos ahora, podría decir que no recuerda nada y que fue hasta el despacho de Castellanos porque tú lo llevaste allí. ¿Comprendes?
Carla asintió con esfuerzo.
—Tiene que creerme. Yo no tengo nada que ver —musitó.
El teniente Guerrero se puso en pie con gesto cansado.
—Te creo. Si no te creyese en estos momentos, estarías detenida y aislada en una celda. Pero si ese hombre vuelve a contactar contigo, tengo que ser el primero en saberlo. ¿Está claro?
Carla asintió. Hubiese aceptado cualquier cosa. Lo único que quería era que se fuese de su casa.
—Hay otro motivo por el que quería hablar contigo —dijo el policía mirándola desde arriba—. Tiene que ver con el individuo que secuestró a la chica, Alicia. Ese hombre, Francisco Luna…, la policía judicial ha encontrado pruebas que lo involucran en la desaparición de otras dos adolescentes. También han descubierto que no actuaba por su cuenta. Tenía un cómplice. Alguien que le daba instrucciones. Han encontrado mensajes en su ordenador que lo prueban. Al parecer alguien llamado Telmo Vargas era quien identificaba a las chicas que después secuestraba ese hombre. También había huellas en aquel sótano que aún no han podido identificar. La policía judicial está trabajando en saber quién es el cómplice. Me temo que todavía sigue suelto.
—No es posible —gimió Carla. La adrenalina se disparó. Unos puntos rojos flotaron ante sus ojos—. Me dijeron que los habían detenido a todos…
—No fue así. Uno de ellos sigue suelto. Pensé que tenías que saberlo. Creo que ese hombre te amenazó. Si vuelves a recibir amenazas, tendrías que denunciarlo a la policía.
El teniente de policía se dirigió hacia la puerta.
—Por cierto —dijo antes de marcharse—. Te recomiendo que cambies la cerradura. Se abre con demasiada facilidad.
Cruzó el umbral y cerró a sus espaldas. Carla corrió hacia la puerta y pasó el cerrojo. Tenía ganas de gritar. Ante sus ojos flotaba una niebla que no la dejaba ver más allá. Las piernas le temblaban. El sonido del viento en el exterior se asemejaba a una risa malévola. Encendió todas las luces de la casa. Corrió al baño y vomitó.
Recordaba demasiado bien las amenazas.
Con movimientos lentos y cenagosos, como si se moviese en el fondo del lecho marino, Carla buscó su teléfono móvil y comprobó el correo electrónico. Hacía días que no lo miraba. Respiraba con dificultad y el miedo le encogía el corazón.
Tenía varios mensajes, todos recientes. Fue leyendo uno tras otro:
De: Dr. Telmo Vargas
Para: Carla Barceló
Enviado: miércoles, a las 22:34
Has estropeado mi pequeña venganza, pero el juego vuelve a empezar.
fin del mensaje
De: Dr. Telmo Vargas
Para: Carla Barceló
Enviado: jueves, a las 22:37
Fue una gran jugada por tu parte encontrar a la chica. Muy aguda. La verdad, no pensé que a nadie se le ocurriría que quien provocó el accidente tuviese algo que ver con la desaparición de Irena Aksyonov. Me has sorprendido. Tengo que reconocer que fue una gran demostración por tu parte. Eres taaaan lista, mi querida Carla. Lástima para ti que el idiota de Francisco Luna solo fuera un colaborador, un peón que utilicé para llevar a cabo mis pequeñas venganzas. ¿Cómo pudiste pensar que ese patán y yo éramos la misma persona? Ahora vamos a medirnos tú y yo, cara a cara, sin intermediarios. Te crees muy lista y vas a tener que demostrarlo. Al fin y al cabo, la inteligencia de cada persona es relativa, ¿no crees? Depende de con quién se nos mida. Hasta el hombre más tonto es un genio si se le compara con un chimpancé. Ahora vas a medirte conmigo».
fin del mensaje
De: Dr. Telmo Vargas
Para: Carla Barceló
Enviado: lunes, a las 22:54
He estado averiguando cosas sobre ti, mi querida Carla. Sé, por ejemplo, que estás embarazada. Y eso me ha dado una pequeña idea. Salvar a tu hijo será tu próximo reto.
fin del mensaje
¿Embarazada? Carla se dejó caer al suelo de rodillas con el teléfono entre las manos temblorosas. Se fijó que en el mensaje había un documento adjunto. Era el análisis de sangre que le habían hecho en el hospital unos días antes para detectar la bacteria que se había colado en el circuito de agua caliente. ¿Cómo había conseguido aquel hijo de puta una copia del análisis?
¡Embarazada! No necesitaba abrirlo para saber que era verdad. Llevaba días sintiéndolo, aunque no había querido verlo. Los vómitos, los mareos… La extraña sensación en su interior.
Los sueños repetitivos en los que su hijo Aarón le decía una y otra vez que estaba vivo, que era real. Su subconsciente le estaba hablando.
¡Claro que era real!
Sintió una dicha inenarrable. Era algo difícil de asumir, demasiado abrumador.
Su hijo Aarón iba a tener otra oportunidad. Y esta vez no se trataba de una alucinación, de un fantasma, ni de una especie de amigo imaginario creado por su mente.
Aarón había vuelto a su vientre.
El padre tenía que ser Roberto, era el único hombre con el que se había acostado en los últimos meses.
«Salvar a tu hijo será tu próximo reto».
Para su propia sorpresa, la amenaza no le causó temor. La felicidad que sentía era más fuerte que el miedo.
Su hijo era real y estaba en su interior. Esta vez todo saldría bien. Se sentía fuerte, segura de sí misma. Aquel hijo de puta iba a lamentar haber amenazado a su hijo.
Se puso una mano en el vientre y esbozó una sonrisa. Había un último mensaje. Carla lo leyó sin miedo, desafiante.
De: Dr. Telmo Vargas
Para: Carla Barceló
Enviado: lunes, a las 23:14
Vamos a subir la apuesta. Tú y yo, sin intermediarios. Voy a ir a por tu hijo. Tal vez lo haga desaparecer de tu vientre, o tal vez espere hasta que nazca. Intenta impedirlo. Eres taaaan lista, mi querida Carla. Demuéstralo. Vamos a ver si consigues evitar que haga desaparecer a tu hijo.
fin del mensaje
FIN DEL LIBRO 1